Bien es sabido que
las épocas de crisis son un buen caldo de cultivo para la creación artística.
No vamos a hacer balance aquí de la producción intelectual en los últimos 15
años, pero si nos remitimos a la producción cinematográfica, por ejemplo, el
campo es desolador (fijémonos sólo en la obra de Román Chalbaud, quien ha
preferido el panfleto político -caso de El Caracazo o Zamora-, a su cine de
penetrante y aguda crítica social), contando con muy pocas excepciones, como la
película Hermano, de Marcel Rasquin, a pesar de que se ha incrementado la
realización de largometrajes y contamos con la "Villa del cine".
Pero no hagamos balance de la creación
artístico -intelectual, dijimos; posemos más bien nuestra mirada en el debate
político, si lo hay, que se da en la prensa, entre nuestros articulistas, que
son expresión del mundo intelectual. Como intelectual, manteniéndonos fiel a la
tradición francesa, entendemos aquel personaje que teniendo producción
científica o artística, se dedica a reflexionar y analizar la cotidianidad y el
presente político, económico, social, etc., de su país y el mundo. Esa
reflexión y análisis, que se hace a través de los medios, siempre se hará, por
supuesto, desde la inclinación y tendencia política y axiológica del
intelectual, quien intentará desde su subjetividad llevar un tanto de luz y
orden a las penumbras y confusión del azaroso e inasible presente.
Ese análisis político
del intelectual es, precisamente, lo que se extraña en nuestro convulsionado
terruño. Somos un país que ha dado intelectuales de muy alto vuelo, que nos han
dejado, en la prensa, piezas ingeniosas y brillantes. Debemos nombrar al primer
gran demagogo de nuestra política: Antonio Leocadio Guzmán, quien llegó a
ejercer enorme influjo político desde la tribuna de El Venezolano, órgano
periodístico del partido liberal, en un país con más de 90% de analfabetismo.
Su contrario en la liza política periodística fue el singular Juan Vicente
González, cuya pluma romanticista no le impedía acudir a la palabra lacerante y
envenenada para referirse a sus detractores políticos. Llegados al siglo XX,
necesario es que incluyamos a un político: Rómulo Betancourt, a quien se le
daba tan bien escribir artículos como a Jóvito Villalba dar discursos a las
masas. Más cercanos tenemos al inolvidable José Ignacio Cabrujas, el cual
combinaba sabiamente imaginación, humor negro y hondura de análisis. Otro a
quien recordamos con respeto es a Juan Nuño, urdidor de brillantes artículos
que huían del lugar común y las convenciones. Mencionemos también en esta
apretada lista a Uslar Pietri, Juan Liscano y Prieto Figueroa; y al historiador
Manuel Caballero, quien fue columnista de este periódico, cuyos escritos
destilan sarcasmo del puro y duro en contra del por él bautizado: Héroe del
Museo Militar, mote burlesco que le dio a Chávez por su valentía guerrera el 4
de febrero de 1992.
Y llegados al
presente qué tenemos (no nombremos las excepciones, entre las cuales no me
incluyo, así que pierden el tiempo conmigo): sobran articulistas que son más
bien propagandistas políticos, del tipo: "Gana Capriles" o
"Chávez Invencible". En vez de iluminar, oscurecen, haciendo
proselitismo político sin sesera, como lo haría un político sectario e
intolerante, de ésos que se ven en países del "tercer mundo",
polarizados y divididos en bandos opuestos. Para estos articulistas de medio
pelo el asunto es conectar con el fanático, ése que quiere leer: "Capriles
es la salvación, todos a votar por él"; o "con Chávez manda el pueblo
soberano". Son de la misma ralea ambos, el articulista opositor y el
chavista: el primero crítica hasta el aire que respira Chávez, el peor hombre
sobre la tierra, para luego invitar a votar por Capriles; el segundo, el
chavista, habla con las ideas y el vocabulario de su jefazo, alabándolo. Ambos
sirven, son esclavos de un hombre y de un ideario político. Valdría
aconsejarles el lema de La Boétie: "decidid no servir nunca más y al punto
seréis libres".
Y como yo pertenezco
a esta ralea de articulistas panfletarios y cautivos, lo confieso, quisiera
terminar con una de esas frases que gustan mucho a la radicalidad política,
pero no puedo, no me sale ahora, ¡qué extraño! Mejor entonces, a falta de
palabrerío político fanático, termino diciéndoles lo mismo de la semana pasada,
que Chávez y Capriles, los candidatos del progreso, son "caimanes del
mismo pozo", tan radicales como usted y como yo.
Ruben de Mayo
rub_dario2002@yahoo.es
@rubdariote
Monagas - Venezuela
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