Pasa, adelante. Estás
invitado a que hagamos este mismo juego, el de leer, pero más fino. Vamos a
colorear el ejercicio de siempre,
imaginar. Sí. Leer es el ejercicio de imaginación que hacemos de forma cotidiana. Cuando tú lees imaginas,
haces una imagen de quien escribe, pintas con pinceles de colores las imágenes
dibujadas por el escribidor. Hoy el tamaño del cuadro se gana el esfuerzo,
imaginemos a Venezuela. Veamos. Vamos a construir una imagen del país todo,
hermosa como el Salto Yutajé.
Concentración…
Cuando estudiaba
primaria la maestra Micaela nos decía que imagináramos a Venezuela como un elefante.
Y desde el mapa en la cartelera, dibujábamos en el pizarrón un mapa que casi caminaba como un elefante. La trompa
era el Esequibo, la oreja se dibujaba con el Estado Sucre, el Amazonas era las
patas delanteras. La cola del elefante, sin mucha fantasía, la hacíamos con la
Costa Occidental del Lago de Maracaibo.
Sabemos que ahora sin
Esequibo es más difícil conjeturar el elefante sin trompa, pero lo intentamos.
¿Bien?. Lo ambicionamos…
Este elefante, que es
la Venezuela de la imaginación de quien lee y escribe, es un animal enérgico
como un caballo brioso. A este indómito, joven, sudoroso y fogoso animal, tal las escenas de doma de
cow boys, se sube un vaquero con filosas espuelas. En los espectáculos de doma
miden en segundos los tiempos de jineteo; en este ejercicio de imaginación,
donde al que se pretende domar es un animal con forma de elefante y movimientos
de caballo, --que somos nosotros, Venezuela-, el tiempo de los dos jinetes que
han probado suerte se ha medido en décadas. El primero duró cuarenta años; el
jinete es uno solo, pero con la tramposa habilidad de cambiarse el ropaje. Por
unos años es blanco, cambia a verde para hacerse blanco ipso facto. Hasta dio un salto donde parecía que el potro Venezuela
se iba quitar de encima al verdugo, pero éste se vistió matizado como un
chiripero, que domó sin susto por un tiempo. Los cuarenta años los cumplió con
el jinete que parecía caerse...
En la violencia del
jineteo al noble animal lo cinchaban con la corrupción administrativa, que a
sus anchas ejercía el sedicioso jinete. Las crines de los estudiantes se
levantaban por la justicia y eran sometidas por el puño cerrado de una mano con
las siglas GN, o con la otra con un rolo que decía PM. Después de cuarenta
tiempos el animal parecía no soportar una fracción más, parecía fenecer…
Pero ocurrió lo que
parecía milagroso, el animal logró dar un corcoveo final y lanzo al jinete
entre los escombros ferrosos de una chivera. El roñoso cayó maltrecho sin un
gemir del público. No lloró, parecía muerto. La historia de la memoria del
pueblo recordaba los aperos con los que era castigado, las espuelas, la silla
de montar, el cincho y la grupera, como las caras de Carlos Andrés, Caldera,
Lusinchi y Henry Ramos Allup, respectivamente.
El indómito animal
llamado Venezuela pareció libre, pero en una fracción de tiempo, -tan corta que
ningún aparato pudo medirla-, fue de nuevo jineteado. Esta vez por un jinete
con mucha más experticia. Con uniforme militar. Siempre vestido de rojo. Con un
látigo en una mano que termina en una lengua de sapo, y en la otra un
sofisticado aparato represivo, como una garrocha atómica, con las siglas FABV.
Las caras del jinete cambian, las más de las veces es una verruga. Cambia a un
Cabello, ahora es un pajarito. Este animal…, perdón, este jinete rojo, es peor
– o mejor- que el jinete blanco. Como multiplicar cuarenta por diecisiete.
Peor. Atenta contra la existencia del noble animal llamado Venezuela.
(Ahora nuestro mayor
esfuerzo imaginativo, el país en el
mayor esfuerzo de supervivencia que la historia pueda registrar, se desdobla,
ahora son dos, en uno jinetea la cara del pajarito vestido de rojo, -parece que
por unos días más. El otro animal que se despliega, que llamaremos Parlamento,
es castigado por el culo pesado y caliente de un jinete vestido de rojo hasta
el Cabello).
El domingo seis de
diciembre de 2015 el noble Parlamento
inicia el mayor espantarse de su esperanza. Con este corcoveo logra
quitarse al rojo jinete que lo había desangrado por diecisiete años…
La celosa imaginación
ahora nos indica que no se mueve la imagen del animal que es Venezuela. Está
quieto ahora como una fotografía. Sobre
la sudorosa y nerviosa imagen del caballo que es Venezuela, reposa ahora el
mismo jinete vestido de blanco, Henry Ramos Allup. Se oye al fondo la misma
música triste, con la repetida letra de sesenta años, adelante, milicianos,
revolución…
Eduardo López Sandoval
llanerodigitalcalabozo@gmail.com
@eduardocalabozo
Guarico - Venezuela
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