El cierre paulatino de las fronteras con nuestros vecinos
ha venido aislando geográficamente a Venezuela, convirtiéndonos artificialmente
en lo que nos asemeja a una isla como Cuba. La población no solo ha debido
sufrir el castigo político, económico, social y ético producido por la
represión, el desabastecimiento y el empobrecimiento del país más rico de
América Latina, sino que ahora tenemos
que enfrentar los estragos del enclaustramiento terrestre.
Para justificar los cierres sucesivos de fronteras, se
han dado diferentes razones injustificables utilizando “verdades a medias” pero
que en realidad violan las libertades de movimiento acabando con los logros de
la integración física fronteriza entre las poblaciones limítrofes. En el caso
de Colombia, el desmontaje del eje San Cristobal-Cucuta -reconocido como el más fluido y dinámico de América del Sur-
sufrió el atropello contra centenares de ciudadanos que fueron expulsados
mediante una represión chauvinista violatoria de acuerdos internacionales
bilaterales y multilaterales, centrados en supuestas “limpiezas” para combatir prostitución, contrabando,
paramilitarismo, narcotráfico, especulación cambiaria usando el expediente
del “enemigo ficticio” pero sin resolver
esos problemas sino agravarlos. Luego se extendió el cierre fronterizo a otras
regiones limítrofes en Estados como el Zulia y Apure, dejando desasistida a la
población indígena en Perija, o a las víctimas de las guerrillas en los llanos.
En el caso de Guyana, Decretos como el 1787 inspirado en
un falso nacionalismo extendido a todas las fronteras, fijó una extensión
fronteriza tan desproporcionada, que
produjo reacciones internacionales de varios países afectados, obligando al
Gobierno a retractarse del decreto inicial “por error de imprenta”. Pero la
“diplomacia del micrófono” se radicalizó contra las nuevas autoridades de
Georgetown que en vez de asegurar la búsqueda de una solución pacifica a través
de negociaciones contempladas en el Acuerdo de Ginebra, después de tres lustros
de abandono y pasividad en la defensa de
nuestro territorio, le permitió a diferentes sectores de Guyana unirse para
avanzar en la posesión del territorio. La polarización produjo de hecho un
cierre de fronteras.
Tumeremo marca el cierre técnico de la otra frontera
terrestre que nos quedaba: Brasil. No me referiré al drama humanitario y las
contradictorias respuestas del Gobierno en relación a la masacre y desaparición
de los 28 Mineros, sino a la justificación de que se trata de paramilitares
Colombianos o mafiosos Ecuatorianos como el Topo. Si bien ello es cierto, se
esconde con esta “justificación” un problemas muchos más profundo: la
complicidad o ineficacia del Gobierno ante el problema de la minería ilegal producida
por los garimpeiros que existe hace
décadas, sin que se enfrente una solución a un sector que vive en condiciones
infrahumanas, envenan nuestros ríos con cianuro y mercurio, acaban con las
poblaciones indígenas, producen desequilibrio ecológicos, todo ello con pistas
ilegales que no solo exportan oro, diamantes y otros minerales, sino droga y
productos ilegales. La solución fue el otorgarle a la nueva empresa militar
CAMIMPENG la explotación petrolera y minera del país, cerrando la última de las
fronteras que nos quedaba.
Milos Alcalay
milosalcalay@yahoo.com
@MilosAlcalaym
Internacionalista
Miranda - Venezuela
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