Para encontrar el título apropiado para esta columna me
inspiré en lo dicho por Luis Carlos Restrepo cuando pintó al presidente Santos
como un gentleman que saluda con su mano derecha mientras con la izquierda
esconde un puñal en su gabán. El exalto Comisionado de Paz da la clave para
entender el artero ataque que Santos le propinó al expresidente Uribe, en su
afán por ganarse la opinión pública para su cuestionable política de paz.
En el trasfondo se esconde la tragedia de un país que
enredó su curso después de haberlo casi enderezado. Esa tragedia se puede
apreciar en al menos dos asuntos claves. Uno de ellos, haber resucitado unas
guerrillas prácticamente derrotadas, y dos, la utilización de la justicia y el
poder judicial como arma política.
Lo primero es claro, las guerrillas más feroces fueron
equiparadas al Estado legítimo, ese fue el punto de partida de unas
conversaciones que desembocarán no en la paz, como ya lo advirtió en días
pasados el negociador Humberto De la Calle, sino en su comienzo, por un lapso
de diez años, llamado “la transición”, durante el cual el país debe realizar
todos los compromisos asumidos con las Farc. Las guerrillas estarán en decenas
de campamentos con las armas a discreción lo que es igual a un armisticio.
Las consecuencias de tal desatino las estamos ya
sufriendo. En materia de justicia, verdad, reparación de víctimas, no habrá
nada que contraríe las pretensiones impuestas por los comandantes de esta
guerrilla. En el plano institucional estamos ad portas de una sustitución de la
Constitución Nacional que, en estricto sentido no es otra cosa que un golpe de
estado, no a la vieja usanza, con tanques, presos y muertos sino a través del
método del harakiri o bonapartista o nazista consistente en romper la
institucionalidad, la separación de poderes y otras arbitrariedades con el
apoyo de unos poderes que quedarán emasculados.
En lo que respecta a la utilización de la Justicia como garrote, nada más patética que la maniobra que Santos en su alocada carrera por el nobel ha realizado contra del expresidente Uribe y su familia. Hundió el puñal escondido sobre la parte más dolorosa para el exprimermandatario: su familia. Despeja todas las dudas que se pudieran abrigar respecto de a dónde puede llegar el odio visceral de quien le debe su proyección a la presidencia a quien hoy quiere lapidar con su abyecto ataque, y, se ratifica en su calidad de persecutor inmisericorde del uribismo, de sus colaboradores, del Centro Democrático y de Oscar Iván Zuluaga.
No contento con poner de su lado, para efectos políticos
al poder judicial, clava sobre la cabeza del principal crítico del falso
proceso de paz la espada de Damocles con la que lo amenazó desde los tiempos en
que negoció con la Corte Suprema el cambio de la terna para Fiscal.
Santos se suma sin pudor a la horda mamerta en su vieja y
vil campaña para destruir al expresidente Uribe.
Es bochornoso el espectáculo que Colombia y el mundo
están presenciando. La guerrilla y sus áulicos del frente civil no ceden en su
objetivo de ver coronado su relato
“verdadero” del “conflicto armado colombiano”, ellos, limpios de toda culpa,
Uribe en la cárcel, el “stablisment” dividido y en crisis, el uribismo
perseguido y anulado, los medios controlados, el poder judicial suplantado por
la Jurisdicción Especial de Paz y el Tribunal Supremo de Justicia…
La conversión de la paz, consagrada en la Constitución,
en ideal superior es el fundamento de esta locura, de este tsunami político,
jurídico y moral. No hablemos de las condiciones, bien conocidas por lo
deprimentes, del jefe de Estado. No hay
que hacer mucha fuerza mental para entender que ante la precariedad de su
corpus ideológico y doctrinario, ante la ausencia de condiciones para
convencer, nuestro presidente apela a lo que dicen que sabe hacer, apostar. Él
cree que la política se parece al juego de póker, y en esa presunción recibe
aclamaciones de periodistas y académicos a quienes se les olvida que juega la
suerte del país como si fuera plata de su bolsillo. Para Santos, no es posible
hacer política sin engañar, trampear, jugar sucio, amenazar, golpear bajo y
cañar.
A falta de argumentos apela a la estigmatización del
rival, se molesta, se queja, se presenta como un mandatario incomprendido. En
su lógica solo cabe el plegamiento incondicional.
Persiguiendo a sus colegas de gabinete pretendía
acobardar a Uribe y como no pudo quebrarlo, hunde la daga en el círculo
familiar. Un atarván barriobajero, al menos, no extendería su venganza contra
la familia del contrincante. Pero ese umbral lo sobrepasó el presidente engolosinado
con la gloria.
En suma, estamos ante un proceso que ya ni siquiera es de
paz y que destruye la casa para dar cabida a quienes intentaron destruirla sin
éxito. Y una descarada persecución contra la Oposición en la que se recurre al
ataque de la familia del líder. Por más que insistan en que no hay concierto
entre el presidente y el fiscal, el nombramiento de este como embajador en
Alemania suena a premio.
Ruben Dario Acevedo Carmona
rdaceved@unal.edu.co
@darioacevedoc
Colombia
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