Con la misma edad que
tiene el sistema político que nace en 1958, no recuerdo una época en que
Venezuela haya estado tan mal como ahora. Se hace difícil escoger un tópico
sobre el cual discutir. Son tantos los problemas que sufrimos los venezolanos y
tantas las preocupaciones que nos asaltan el espíritu que nos parece corto
cualquier espacio para analizar y sugerir soluciones.
La clase política
gobernante y sus seguidores presentan una posición ante la situación del país
que se parece al locus de control externo. Es decir, no asumen responsabilidad
alguna sobre cualquier problema que estemos padeciendo. Por el contrario,
siguiendo al pie de la letra las instrucciones de la quincalla discursiva
cubana, culpan a cualquier ente externo que se les pueda ocurrir.
Es así como el
culpable de la situación económica que estamos viviendo es una supuesta guerra
que no se sabe de dónde viene pero que, en todo caso, nos tiene contra la pared
y con capacidad nula de reaccionar. Este argumento de la supuesta guerra económica
se traduce para un analista en una dicotomía. O los políticos que usan esta
excusa son mentirosos, falsos y verdaderamente desvergonzados, o extremadamente
ineptos como para habiendo manejado la mayor cantidad de recursos de la
historia, resultar vencidos por unos entes fantasmas que en ningún caso tenían
mayor poder económico, político o social que ellos. Ya se amigo lector, su
astucia lo lleva a sugerir una combinación de estas posibilidades y creo que
tiene razón.
Ahora, entrando en el
tema que quiero analizar, es evidente que en Venezuela hay una guerra que no se
puede esconder. Es una confrontación omnipresente que mantiene a los
venezolanos en zozobra. Es un combate permanente de las fuerzas del mal,
armadas hasta los dientes y con una capacidad organizativa superior a la de los
cuerpos de seguridad del Estado, contra los venezolanos a quienes mantiene en
estado de sitio.
Esta batalla entre
una delincuencia armada y una población indefensa cobró solamente en 2015 más
de veintiocho mil víctimas. Miles de familias tuvieron que sufrir la pérdida de
un familiar. Estos números resultan dantescos. Los venezolanos consideran el
crimen uno de los problemas más grave solo comparable con el de la escasez.
Y es que estas dos
dificultades tienen una consecuencia común: atentan contra la vida. O te mueres
porque fuiste víctima del hampa o te mueres porque no se consiguió el
medicamento para curarte o la comida que necesitas tú o tus hijos para
sobrevivir.
Maduro, principal
contador de cuentos de la nomenclatura chavista, rara vez menciona el tema.
Peor aún, no califica esta tragedia que estamos viviendo como lo debe hacer:
una guerra del hampa contra el pueblo. Y digo pueblo porque las cúpulas
podridas gozan de los privilegios de carro, chofer, gastos de representación y
guardaespaldas.
Es así como el
venezolano de a pie ha ido asumiendo que en cualquier momento tendrá un
encuentro cercano del tercer tipo con un malandro que viene, cual depredador,
a confiscarle la vida. Ese venezolano
está solo, inerme ante el hampón o hampones fuertemente armados. Solo le resta
una última oración y un querer despedirse de ese ser querido que en algún lado
está esperando su regreso.
¿Le importa este
problema al chavismo? Todos los elementos a los que podemos acudir indican que
no. La tasa de asesinatos no ha hecho otra cosa que aumentar durante los
últimos quince años. El crecimiento es tal que dos ciudades venezolanas figuran
entre las diez más peligrosas del planeta en términos de asesinatos por cada
cien mil habitantes.
El gobierno de vez en
cuando lanza unos operativos espasmódicos cuyos resultados quedan en evidencia
por ese crecimiento indetenible del crimen. Al punto que hay bandas criminales
que se apropian de territorios y los controlan a placer. Son como una especie de
pequeños estados donde la ley del más fuerte se impone.
Soy de los que creo
que el auge delictivo de debe a la incompetencia de una clase política cuyo
compromiso con el pueblo es nulo. Seres primitivos que ven el gobernar como un
mecanismo de sumisión del gobernado. No le reconocen a ese pueblo la soberanía
que en él reside. Sin embargo, hay quienes plantean que el crimen es una
especie de control social que el gobierno permite en la medida que le ayuda a
mantener al pueblo sometido a un estado de miedo y parálisis permanente.
La segunda hipótesis
tiene asidero en la orden que por cobardía dio Chávez de desarmar las policías.
En su pequeñez y egoísmo pensaba el teniente coronel que esos cuerpos de
seguridad tenían poder de fuego suficiente para propinarle un golpe de estado.
Prefirió someter a los agentes del orden a una situación de minusvalía frente
al hampa mucho mejor armada y organizada.
Los acontecimientos
de los últimos meses hablan de una africanización del país. La ausencia de
Estado ha llevado a los individuos a tomar la justicia por propias manos. Las
escenas que ruedan por las redes sociales son verdaderamente escandalosas.
Personas linchadas a golpes, hombres prendidos en fuego, individuos a los que
les amputan dedos para que no vuelvan a robar, venezolanos ajusticiados por
cometer fechorías. Esto aunado a las peleas en las colas para conseguir comida
habla de un país venido a menos, hasta el cuarto mundo. Este es el país que los
chavistas defienden y quieren para todos, siempre que ellos disfruten las
mieles del poder.
De esta guerra no
habla Maduro. No es buena para su maltrecha imagen. No es buena para la
evaluación de su pésima gestión. Mantiene en el ministerio de interior a un
general que balbucea unos galimatías que dan fe de su escasa formación para
ejercer un cargo tan importante y que pone en tela de juicio el sistema de
ascenso de los militares en nuestro país.
Esta guerra Maduro,
está acabando con el país. También está construyendo el legado de Chávez. Un
país sumido en la barbarie bajo el mando de un déspota ignorante que se empeña
en no reconocer lo mal que estamos.
Jose
Vicente Carrasquero A.
botellazo@gmail.com
@botellazo
Caracas - Venezuela
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