En Venezuela
necesitamos urgentemente recuperar la confianza en el país, en las
instituciones, en las leyes, en los poderes públicos y en los gobernantes. De
no hacerlo, seguiremos hundiéndonos en la anomia, y en esa especie de
desesperanza cada vez más generalizada que está robándonos el coraje y la
capacidad de reaccionar ante el hundimiento del país. Nos estamos acostumbrando
y resignando a las colas para todo, a la ausencia de medicinas, a la escasez de
casi todos los productos esenciales, a
la impunidad, a la anarquía, a la inflación, a la ineficiencia, a la
inseguridad que todos los días mata decenas de compatriotas. ¿Cómo es posible
que más de un millón de profesionales jóvenes se hayan ido de Venezuela o estén
planificando irse porque aquí no ven futuro alguno? Lo más grave del caso es que al Gobierno no
parece importarle esta terrible hemorragia de capital humano.
La pérdida de la
confianza se asienta y se sostiene en la pérdida de la dimensión ética. Estamos
adormecidos por discursos grandilocuentes que no son acompañados por acciones y políticas coherentes. Si un buen
sistema económico se sustenta sobre un sistema político estable, la buena
política se sustenta sobre un capital de confianza que debe, a su vez,
construirse sobre convicciones y conductas éticas. Pero estas escasean cada vez
más. Frente a la grandilocuencia discursiva, vemos cómo se impone la política
mezquina, que busca esencialmente las conveniencias personales y grupales. Si
no tengo la mínima altura moral para ser capaz de defender sin miedo
principios, no tengo que esperar que los otros actúen como yo no soy capaz de
hacerlo. Si voy a tener el notable desparpajo de defender hoy lo que critiqué
con fuerza ayer o permitir a los míos conductas y actuaciones que critico a los
rivales, mejor me siento a esperar la total erosión del capital de confianza
política e institucional que nos queda.
¿Qué debemos hacer
para recuperar la confianza? No es tarea fácil. La confianza toma tiempo en ser
construida y muy poco en ser destruida. Con todo, es una empresa por la que
vale la pena empeñar todos nuestros esfuerzos.
Para ello, es esencial asumir que el descrédito de las instituciones es
directamente proporcional a la densidad ética de sus líderes. Recuperar la
confianza en las instituciones pasa necesariamente por ser capaces de exigir
estándares éticos más altos a los que quieren representarlas públicamente. En
definitiva, recuperar la confianza pasa por asumir que el testimonio vale más
que mil palabras. Lo que en general todos pedimos y necesitamos es coherencia.
La credibilidad personal e institucional dependerá primeramente del testimonio
que se dé en los hechos. Como hoy la palabra abunda y se multiplica por miles
de nuevos medios y tecnologías, el bien más escaso es el testimonio. Cualquier
discurso desprovisto de densidad testimonial no hará otra cosa que seguir el
curso del descrédito de las instituciones. Es hora de los políticos ejemplares,
que respalden con su vida sus palabras.
Antonio
Perez Esclarin
pesclarin@gmail.com
@pesclarin
Zulia
- Venezuela
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