Cuando se insiste
caviloso y cabizbajo pero no por ello falto de motivación y esperanza en el
análisis de las razones profundas por la que hemos llegado a este llegadero de
país que ni siquiera es sombra de lo que la gran mayoría aspira,
irremediablemente se divisan algunas constantes, afluentes históricos, que vale
la pena recordar en ejercicio de memoria crítica del pasado entre las cuales
elegí algunas para refrescarlas en voz alta y discurrir sobre ellas en público.
La primera se
encuentra en la razón y origen de nuestro descubrimiento, violencia-sumisión, y
la carga cultural que desde allí nos define como territorio sorprendido y
ocupado, y por lo tanto impropio, agregándosele conquista, colonia y
turbulencia del pensamiento y de la acción criolla enfrentada a ambiciones y
veleidades políticas imperiales, económicas y religiosas así como sociales,
tantas veces ajenas y humillantes.
Luego vendría la
guerra por y desde la independencia, la transformación de los nexos simbólicos
y de los lazos afectivos e íntimos vinculados a la historia común con nuestra
madre patria. Se trata del tiempo del destete inexperto de los nudos políticos,
económicos y de los lazos psicosociales seculares. Herida no curada plenamente
esa de nuestro parto traumático donde quedamos huérfanos de referencias
pragmáticas que no así de idealismos ante nuestro destino siempre transitorio,
a traspiés y zancadillas, empalagados de libertad presuntuosa aunque legitima.
La madre sustituta o padre, los Estados Unidos, tardaría aún en aparecer en la
emoción inmadura de lo que todavía y aún seguimos siendo adolescentes.
Cortado el cordón
umbilical, realengos en el patio trasero de la casa, daríamos rienda suelta a
uno de nuestros entretenimientos y cultos preferidos: el caudillismo, militar y
civil, cuya única manera de frenar era, es, sedándolo por las buenas o por
extirpándolo por las malas, es decir, a través de la dictadura aglutinadora del
poder disperso y desarticulado o repartidora de riquezas y demás privilegios y
franquicias a cambio de obediencia.
Bolívar, caudillo de
caudillos en su momento, es un ejemplo de ello, el Padre de la Patria, nuestra
segunda orfandad culposa, odiado en Venezuela, expulsado de Colombia que fue lo
que más le dolió porque era a la que más amaba de sus hijas. Todavía cargamos
con esa doble culpa parecida a las tragedias griegas.
En sintonía, se asoma
otra constante, que es la del paisaje, el clima, el espacio, el territorio, las
riquezas en todas sus versiones, la mina que no hemos dejado de ser. La imagen
mineral de Venezuela. Petrocaribe es un ejemplo de ello y no el más
trascendente. La naturaleza pues como microcosmos para penetrar y entender en
cada época cómo, qué y con qué ojos mira quién nos mira.
Primero lo fue como
Edén bíblico transformado por Colón en Tierra de Gracia; luego El Dorado que vendría a ser la versión
corsaria de lo descubierto: América, como botín; tercero, la nueva visión y
lectura de las tierras equinocciales provocada por Humboldt y su reencuentro
con estas latitudes que rejuvenecen al viejo continente, necesitado de mitos,
turismo espiritual, peregrinación, busca de valores, cansancio y perspectivas,
contacto reciclado pero no transformador de la visión que en el mundo imperaba,
impera, sobre nuestra realidad.
En esa perspectiva
así mismo, nuestros afanosos vecinos, por ejemplo Colombia antes que nadie,
agréguele Guyana aunque a lo lejos, apoyada ahora por todos los imperios,
aprendieron rápido de nuestra debilidad y han invertido de manera constante en
la rapiña, si no fíjense ahora. La Paz en Colombia y mi nuevo mejor amigo
quedan pendientes en oportunidad de espacio, pues también entran en todo este
negociado.
Pasado el tiempo,
entre unas cosas y otras, comenzó a vitorearse aquel ¨Yankee go home” tan
presuntuoso él casi que de estrella de rock que nos llevó sin saber que por
allí terminaríamos siendo colonia de La Habana. Puede que todo esto sea verdad
pero más lo es todavía que nuestro peor enemigo somos nosotros mismos.
Remachando: del limbo
pues pasamos al Edén, Tierra de Gracia; de allí al botín corsario hecho Dorado;
después con Humboldt y Bonpland ascendimos a niveles de éxtasis momificado
universal, la nueva Egipto, a través de flores, hojas, raíces, pájaros e insectos
y radiantes dibujos al menú de golosos y exquisitos viajeros y demás ambiciosos
de materias primas y de distancias húmedas y aventuradas que requerían de
nuevos descubrimientos, románticos exploradores y negociantes avezados. Y como
si no nos cansáramos de los orígenes, la Gran Venezuela de la era democrática y
lo que somos hoy, este inútil barril de nada, con todo y sus distancias, son
formaciones geológicas de una misma cordillera aunque en eras distintas, lo que
nos explica y lee que uno solo es el tema en diversas versiones.
El petróleo fue, es,
el detalle que faltaba, la guinda de la torta con la que repetir el
pasado. Causa y consecuencia de la
narrativa que de nosotros se tiene desde siempre y en consecuencia la que
nosotros tenemos de nosotros mismos como herencia implacable. Es el petróleo,
su papel geoestratégico y sus precios en definitiva el que se ha apoderado de
nuestra manera de ser, de existir y convivir y ni se diga de mirar hacia el
futuro.
Son los aquí
esbozados, en mi opinión, algunos de los tributarios más relevantes en la
constitución de nuestro río histórico, versátil y repetitivo, y en la
construcción de nuestra cotidianidad que habría que reformular y reconstituir
en sus bondades para ayudar a levantar el puente que nos saque del atolladero
que no es coyuntural, ni siquiera estructural, sino existencial en el que nos
encontramos hoy en Venezuela.
Leandro Area Pereira
leandro.area@gmail.com
@leandroarea
Miranda - Venezuela
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