"El árbol de la libertad debe ser vigorizado de vez en cuando con
la sangre de patriotas y tiranos: es su fertilizante natural". Thomas
Jefferson, redactor de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de
América.
Cuando los padres fundadores de la nación norteamericana se reunieron
por primera vez en Filadelfia en el otoño de 1774 en lo que llamaron el Primer
Congreso Continental estaban lejos de la unidad necesaria para declarar la
guerra a Gran Bretaña. Enfrentar con las armas a una gigantesca potencia
mundial parecía una empresa suicida. Había conservadores como Joseph Galloway
que proponían el uso de la diplomacia en la solución de las diferencias con la
metrópolis. Albergaban la esperanza infantil de que sus opresores en Londres
les retiraran las cadenas en forma voluntaria y por la fuerza de su razón.
Dos años de falsas promesas y represión los sacaron de su error. Los
tiranos jamás dejan ir a su presa sin presentar batalla. Fue entonces el
momento de radicales como George Washington, Thomas Jefferson y Patrick Henry.
Estos patriotas pusieron en marcha una agenda en que se exigía "derechos
inalienables" para los americanos a una metrópolis tiránica y represiva.
Ese fue el mensaje inequívoco de la Declaración de Independencia de los Estados
Unidos, firmada en Filadelfia el 4 de julio de 1776.
Ya no habría marcha atrás y comenzó una guerra cuyo desenlace asombró a
quienes aconsejaban cautela y cambió la relación entre gobernantes y gobernados
a partir de ese momento. Ante el fracaso de la fuerza de la razón los patriotas
entendieron que no había otra vía hacia la libertad que la razón de la fuerza.
Así nació una república democrática en que la soberanía reside en los
ciudadanos y los gobernantes son sus servidores, no sus amos. La gran
contribución de los Estados Unidos a la futura historia política del mundo.
Situaciones similares se han repetido con posterioridad en otros países
del planeta, incluyendo a mi desdichada Cuba. En la segunda mitad del siglo
XIX, durante el período entre la Guerra de los Diez Años (1868) y la de
Independencia (1895), figuras destacadas de la intelectualidad cubana como José
María Gálvez, Eliseo Giberga, José A. Cortina y Rafael Montoro fundaron un
movimiento político reformista conocido como autonomismo. Todos ellos hombres
de talento que amaban a Cuba pero totalmente equivocados en cuanto a la
naturaleza totalitaria del sistema imperial español y la arrogancia de sus
gobernantes. Tuvo que venir Jose Martí. el guerrero renuente, con su mensaje
radical de independencia o muerte, para abrir a sangre y fuego los caminos de
nuestra libertad total.
Pero, por aquello de que "el hombre es el único animal que tropieza
dos veces con la misma piedra", los cubanos incurrimos en el mismo error
durante la lucha contra la dictadura de Fulgencio Batista. Con el fin de
entablar un diálogo político que condujera a una transición sin sangre, un
patriota venerable y honesto como Don Cosme de la Torriente creó la Sociedad de
Amigos de la República. Entre sus miembros más destacados se encontraban
intelectuales como Jorge Mañach, Ramiro Guerra y José Miró Cardona.
Ahora bien, al igual que los obstinados mandamases del Imperio Español,
los testaferros del batistato se burlaron de una gestión cívica que nos pudo
haber salvado de la tiranía castrista. La respuesta ignominiosa y brutal la dio
el obtuso General Francisco Tabernilla cuando, durante una perorata en el
polígono del Campamento Militar de Columbia, dijo que el gobierno de Batista le
daría "candela al jarro hasta que suelte fondo". El jarro perdió el
fondo el primero de enero de 1959.
Así nos convertimos en víctimas de la más larga tiranía que ha sufrido
América y quizás el mundo. En el curso de su primera década centenares de
patriotas cubanos la combatieron con las armas en la mano, cayeron en la lucha
armada, fueron fusilados y padecieron largas penas de prisión. Pero, más de
medio siglo de intentos infructuosos diezmaron a la oposición armada y dieron
tiempo a los tiranos para consolidar su control por medio del terror de estado.
La consecuencia ha sido que los métodos de muchas organizaciones de esta
nueva oposición se asemejen a los de los antiguos autonomistas y a los más
recientes de la lucha cívica contra la dictadura de Batista. Unas por
ingenuidad, otras por cobardía y algunas por oportunismo han adoptado una
conducta contemplativa en espera de que los tiranos mueran o de que la tiranía
experimente una epifanía de compasión y nos regale la libertad.
Ahora bien, proclamo que nunca he caído víctima de tal tontería. Tan
temprano como a principios de 2010, en un artículo que titulé "La sangre
caerá sobre sus cabezas" dije: "La experiencia de estos 52 años
demuestra hasta la saciedad que Raúl y su camarilla son unos carniceros
embriagados de poder y cegados por la arrogancia que jamás renunciaran a sus
privilegios por medios racionales ni pacíficos."
De hecho, el primer tirano ya murió y las cosas han ido para peor. Con
el oxígeno proporcionado por el 'camarada' Barack Obama el tirano heredero ha
multiplicado las palizas. Ahí tenemos la pateadura con que el esbirro Humberto
Ramírez, Mayor de la Seguridad del Estado que un día la pagará, le fracturó la
cadera a Carlos Manuel Pupo, gestor del Proyecto Emilia.
Con ello queda demostrado que este método de la oposición activa no
violenta tiene que salir de la cueva y tomar la calle. Esa es la toma de los
espacios públicos a que hizo referencia por estos días el Dr. Oscar Elías
Biscet. En este sentido, el Dr. Biscet me dijo recientemente que la represión
contra los miembros de su organización se ha arreciado desde que fueron la
única organización que llevó a cabo una manifestación pública en un parque de
la Calle Línea, en el Vedado, el mismo día del entierro del tirano. Y agregó:
"Todo esto es una venganza porque ellos operan igual que la mafia".
Y quienes todavía tengan esperanza en una quimérica "transición
pacífica" harían bien en tener en cuenta las declaraciones del actual
"capo" de la mafia cubana cuando hace unos años declaró:
"Conquistamos el poder por las armas y sólo lo soltaremos por la fuerza de
las armas". Si queremos una Cuba libre, creo que debemos tomar en serio su
amenaza.
Si queremos una Cuba libre tenemos que olvidarnos de una transición
pacífica y cerrar filas en una rebelión abierta que tome las calles, fuerce a
la los tiranos a la represión y despierte al pueblo de su letargo. Cuando se
cierran las opciones de que predomine la fuerza de la razón no hay otra
alternativa que apelar a la razón de la fuerza. En este momento, la rebelión es
la única vía con la capacidad de conducirnos a la libertad de Cuba.
Alfredo Cepero
alfredocepero@bellsouth.net
@AlfredoCepero
Director de www.lanuevanacion.com
Estados Unidos
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