Los ingleses han
desarrollado una teoría que llaman “La Disciplina del Disentimiento”, teoría
aplicable al caso venezolano, en ella se establece que las reglas del juego
deben permitir la coexistencia de la pluralidad, conformando un país de fuerte
sociedad civil, con movilidad creciente, tanto física como social y políticamente, con reglas que permitan una
dinámica sólida y auto-concentrada dentro de una estructura socio-política
diversificada y diferenciada, pero pujante y de nítidos referentes sociales con
capacidad de unidad, más no de uniformidad, con capacidad para alterar el rumbo
que lleva el país más no las reglas mismas convenidas en consenso, que permitan
la discusión constructiva, para así
lograr un régimen por el cual todos sepamos que el destino del país depende de
nosotros mismos y que no se puede pretender imponerse sobre los demás de manera
violenta, caso contrario la situación se tornaría peligrosa. Según la doctrina
en comento, la falta de posibilidad de establecer un sistema razonable de
disentir, un sistema para resolver las antinomias es lo que constituye peligro,
esa es la interrogante que queda abierta, ¿estamos dispuestos a lograr la
“disciplina del disentimiento”? ¿Estamos en capacidad de ceder, sinceramente,
nuestros intereses personales y tradicionales a favor de asumir una actitud
proactiva que proyecte la unidad política que necesita el país?
Por encima de todo
existe una idea básica e innegociable, una meta común que persigue el soberano,
cual es lograr el éxito de la Asamblea Nacional, por ello las reglas para “La
Disciplina del Disentimiento” deben contener el mecanismo apropiado para lograr
ese objetivo, deben considerarse, unitariamente las normas y principios
constitucionales que es necesario discutir, aprobar, aplicar y cumplir para no
violar los principios fundamentales que nos inspiran, aquí es donde el ingenio
debe prevalecer para diseñar mecanismos sencillos y aceptables para cualquier
ciudadano promedio, recuerdo una frase de Henry Ford, cito: “Llegar juntos
es el principio; mantenerse juntos es el progreso; trabajar juntos es el
éxito”. Estamos presenciando el ocaso de la revolución, el punto preciso
del no retorno.
Hoy
la figura, presencia y relevancia de la Presidencia de la República ya no es lo
que fue, cada día se degrada y su credibilidad se halla por el suelo, todo
apunta a que su final no será feliz, el mandato será irreversiblemente revocado
por vía constitucional, la sed de poder, control y desbocado latrocinio lo
llevó al abismo en que se encuentran, prueba de ello es el descalificado
“cartel de ministros” recién designados con vergonzoso “prontuario”. En los actuales
momentos el país se muestra sin timidez ni miedo ante el desagrado ante un
régimen oprobioso, personalista y autoritario, los síntomas de disenso sólo
revelan que el régimen, otrora apoyado por una abrumadora mayoría, ha perdido
sus mejores atributos: el prestigio y la popularidad.
El país se
encuentra más sereno, hay optimismo pero no triunfalismo, el triunfalismo es
dañino, hay sobradas razones para el optimismo, la voluntad de la sociedad, su
movilización, su auto organización sociopolítica, mayor conciencia y exigencia
democrática, un gran entusiasmo para reencontrar el sentido ético de la
política. La corrupción y la impunidad describen a un país con la moral
quebrada, pero con un pueblo a quien le urge, no solamente la democracia, sino
la ética, la moral pública.
Ante el
desmoronamiento gubernamental y el ocaso del régimen, se nos presenta una
especie de concurso de disparates impuestos por una “dictadura mediática”
aplicable mediante un exceso de cadenas y micros televisivos para mostrar
mentiras y más mentiras y para insultar y amenazar sin escrúpulo alguno. Al
régimen lo que le interesa es presentar una falsa imagen de fuerza y
popularidad, todo en sustitución de la imaginación y la creatividad para
formular iniciativas y propuestas que verdaderamente tiendan a modificar la
realidad a la cual nos han sumido, ello nos demuestra que el gobierno tiene
montado un espectacular teatro bufo, un circo barato, pero recordemos que el
signo fundamental de lo mediático es su fugacidad.
Ante lo inevitable,
con la dirección de la AN, se impone una nueva vitalidad social que ha de ser
conducida y encausada con el objeto de lograr su verdadera dimensión creativa
que nos lleve por la senda de la gobernabilidad, la expresividad social es
prueba fehaciente de una sociedad viva, compuesta por ciudadanos que defienden
sus intereses, que tienen objetivos políticos definidos, que son racionales y
razonables, por ello esa expresividad no debe decaer, no debe debilitarse,
todos estamos implicados en el proceso que lleva del caos actual a la
gobernabilidad.
Definitivamente,
está comprobado que una sociedad es gobernable cuando está estructurada
sociopolíticamente de modo tal que todos los actores estratégicos se
interrelacionan para tomar decisiones colectivas y resolver sus conflictos
conforme a un sistema de reglas institucionales. Cuando
desaparece el poder, como en el cuento de Cenicienta, los caballos se
convierten en ratones y las carrozas en calabazas, por ese camino vamos. Se
esfuman los cortesanos que llegaron para aplaudir, alabar y colarse en el Circo
Bufo de Miraflores. El país exige “Disciplina Unitaria del Disentimiento”.
Feliz año 2017.
Fernando Facchin Barreto
ffacchinb@gmail.com
@fernandofacchin
Carabobo - Venezuela
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