A propósito de cumplirse dos meses del presunto
asesinato de Fernando Albán, puede uno recordar a Vladimir Mayakovski, el poeta
de la revolución rusa, quien dejó para la posteridad una hermosa prosa a favor
del proletariado y de los campesinos. Su obra era honesta, producto de la
revolución bolchevique, era expresión de la gesta revolucionaria de 1917 pero
absolutamente incompatible con los millones de víctimas de Stalin como
consecuencia de la brutal represión y de la “Nueva política Económica”. Quizás
eso explique su suicidio, una mañana del 14 de abril de 1930. Al final, la
poesía supone una sensibilidad discordante con la muerte, exige un respeto
infinito por la condición humana y por la vida. Esa trágica realidad explica
también el suicidio de Nadezhda Alilúyeva –esposa de Stalin- luego de
reclamarle a su marido por la hambruna en Ucrania y el sufrimiento de los
campesinos soviéticos. Toda esta atrocidad revolucionaria fue igualmente la
justificación del asesinato de León Trotski en México. En fin, las revoluciones
han terminado siendo una historia de dolor y muerte.
La alusión a Vladimir Mayakovski tiene pertinencia en
nuestra consternada Venezuela, donde el autoproclamado “poeta de la revolución”
-otrora tiempo, supuesto defensor de DDHH- usurpa funciones como Fiscal General
de la República, cargo que según la vigente Constitución debe ser designado por
el parlamento y no por esa ilegal constituyente cubana que sirve de sostén a la
inmoral dictadura. Pero lo grave no es la usurpación de la Fiscalía sino que
ésta pretenda ser la mampara jurídica para la violación flagrante de DDHH e
incluso la justificación de crímenes horrendos. La Fiscalía se ha degradado a
partir de las actuaciones del usurpador. En el caso de Fernando Albán,
inexplicable y presurosamente salió a avalar la versión de los torturadores.
Sin que mediara investigación alguna, declaró como suicidio su muerte, algo que
han desmentido sus abogados y que honestamente nadie puede creer. Incluso ha
asumido el rol de esbirro al amenazar con cárcel a todo un país que tiene la
convicción de que Albán fue asesinado y simplemente exige justicia.
Garantizarla debería ser su obligación pero ha optado por la complicidad.
La muerte de nuestro amigo Fernando también nos
recuerda a Alí Primera: "los que mueren por la vida no pueden llamarse
muertos y a partir de este momento es prohibido llorarlos”. Evocar al Cantor
del Pueblo, a un auténtico revolucionario comprometido con los más pobres y las
causas nobles, nos permite recuperar un patrimonio cultural de los venezolanos
expropiado por el régimen y al mismo tiempo, dejar al descubierto a esa falsa
izquierda, protagonista de esta atroz narco-dictadura. Alí Primera detestaba el
militarismo, sentía tanta repugnancia por el verde oliva como por la corrupción
y militó en una izquierda que justamente rompía con el imperialismo soviético y
el comunismo cubano. Es decir, jamás hubiera estado con el chavismo y mucho
menos, con lo que ahora representan Maduro y Diosdado Cabello. Alí Primera
tiene razón: no es momento de llorar a nuestros muertos sino de reivindicarlos.
Pero también tiene razón Rubén Blades: “Prohibido Olvidar”. No es hora del
silencio sino de elevar la voz y mantener nuestra lucha por las causas justas.
Es hora de honrar con coraje la memoria de quienes han ofrecido su vida por la
libertad y la justicia. ¡Venezuela no se rinde!
Richard Casanova
@richcasanova
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