martes, 1 de enero de 2019

ANTONIO SÁNCHEZ GARCÍA, LOS CHACALES DE LA RED Y LA REBELIÓN DE LOS IDIOTAS


Fue en el 2015, en unas declaraciones al periódico romano La Stampa, que el Nobel italiano de Literatura Umberto Eco dio el juicio más demoledor, incisivo y exacto sobre la peste blanca del Siglo XXI que amenaza con aniquilar nuestra convivencia ciudadana: la red. A la que acusó sin melindres de servir a la “invasión de los imbéciles”. Los tontos del pueblo, de cualquier sexo, raza, edad y condición, donde quiera que estén y del color político que sean, pues como teclean y tienen acceso gratuito al lenguaje universal de los 140 caracteres, repotenciados a los 280, se creen poderosos, importantes e ilustrados. A cuyos más desaforados exponentes siguen automáticamente y sin un asomo de espíritu crítico legiones, miríadas, millones de estólidos.


Practican el pecado del que las huestes del castrocomunismo venezolano solían acusar a los adecos de tiempos de Rómulo Betancourt: disparar primero y averiguar después. Con un agravante que muestra el grado de degradación, vileza y encanallamiento moral en que incurren los invasores de esta nueva peste bubónica: no se dan a la tarea de averiguar después, porque el daño y la maldad que practican disparando su twitter es análogo al placer del orgasmo: se extingue en el mismo momento en que se produce. Una vez atacada, mancillada, inculpada y condenada la víctima de sus ataques – poco importa si se trata de un artista renombrado o de un político prestigioso, de una personalidad cualquiera y de cualquier sexo –  nada importan la verdad y la inocencia, que la verdad y la red no van necesariamente de la mano. El daño ya está hecho y es irreparable. La honra es como la virginidad: no tolera reparaciones. Date por satisfecho, malvado o malvada de la red: injuriaste a un inocente. Sólo tú, estupidez, eres eterna. No lo recuerdo por azar ni con desconocimiento de causa: el yerno de Antonio Ledezma ha sido exculpado de toda implicación en negocios o contubernios con los ricos de la estafa. Es un muchacho de toda honorabilidad. ¡Pero de qué buen pretexto sirvieron las falsas imputaciones para que los chacales venezolanos que adversan a su suegro y coabitan con el tirano se cebaran en su nombre y el de su esposa!

Vargas Llosa lo acaba de denunciar en El País en una ardorosa defensa del liberalismo, tan denostado por los idiotas e imbéciles de la red bajo la obscena y estulta acusación de “neoliberalismo”, la misma que sirvió de pretexto a la reacción civico militar y golpista venezolana para impedir que Carlos Andrés Pérez llevara a cabo la más importante revolución de la modernidad venezolana y lo guillotinara políticamente, abriéndole los portones a la devastadora imbecilidad chavista que hoy todos sufrimos, “democráticamente”.

Si el 4F hubiera existido la red y el twitter ya se hubiera engullido a la humanidad, millones y millones de twiteros venezolanos hubieran proclamado su bienvenida apoteósica al caudillo. Hugo Chávez fue, avant la letre,  el personaje perfecto para conquistar las redes y manipular a los chacales: lo distinguía la emotividad pura. La mentira perfecta dulce a los oídos del rencor republicano, pues la presentaba acaramelada con falsas verdades. Poco antes, los potenciales twiteros de ayer le habían dado un recibimiento majestático al felón mayor de la comarca, Fidel Castro. El Nobel peruano ha intentado desvelar el fenómeno reconociendo la naturaleza fascistoide y profundamente regresiva de la supuesta revolución tecnológica que está detrás de la red y la democratización de la barbarie que están llevando a cabo los inquisidores del twiter, inspirados por las nuevas brujas de Salem que ahítas de incultura e ignorancia se permiten dictarnos cátedra acerca de lo que es ético y no lo es.

 “Lo  que hay – dice el Nobel –  es una revolución tecnológica que está sirviendo para pervertir la democracia más que para fortalecerla. Es una tecnología que puede ser utilizada para fines muy diversos, pero de la que están sacando provecho los enemigos de la democracia y de la libertad. Es una realidad a la que hay que enfrentarse, pero desgraciadamente yo creo que todavía la respuesta es muy limitada. Estamos como desbordados por una tecnología que se ha puesto al servicio de la mentira, de la posverdad, y que puede llegar a ser, si no atajamos ese fenómeno, profundamente destructor y corruptor de la civilización, del progreso, de la verdadera democracia.” No tocó el meollo del problema: el twit está facilitando el envenenamiento espiritual de la muchedumbre y dándole poder a los peores y más canibalescos instintos gregarios. La crueldad inmisericorde, la desaparición de la compasión. Barbarie pura. La última cara del fascismo. Así se crea en lucha contra el totalitarismo.

Si el fenómeno ya ha sido suficientemente estudiado respecto de la función intrínsecamente regresiva de la televisión, que impone la inmediatez de la percepción y obliga a la sumisión y apatía total del televidente, anulando per se todo metabolismo crítico, el daño es infinitamente más potente y poderoso cuando nos enfrentamos a la masiva e irreflexiva inmediatez de la Red. Pues en ella interactuamos, lo que la televisión no hace posible. Nos hacemos activos sujetos de la guerra estúpida, la del teclado. Si antes bastaba con el juicio de la pantalla, hoy basta con la pedrada de la red. La difamación circula a la velocidad del rayo, es contagiosa como la peste negra, asesina sin dejar huellas y evapora a los culpables en la anónima y populosa muchedumbre de la infamia. Nos ha encapsulado en el invernadero de la canalla. Ha dinamitado nuestras certidumbres. Pues detrás del twit no existe explicación alguna: dictamina juicios y esconde la mano.asesina metafóricamente. Sin proceso previo. No se detiene ni ante la admiración ni el respeto, el sufrimiento, incluso la muerte. Mayor es el ataque y el odio, si el odiado y el atacado, del sexo y profesión que sean,  han sido amados, respetados, venerados por quienes ahora los arrastran al paredón imaginario de sus pantallas. Hay algo de esquizoide en quienes se vengan de quienes sacan la cabeza del promedio y por angas o por mangas caen bajo el hacha del verdugo internauta. Adios el “ama a tus semejantes como a ti mismo”. La nueva consigna es “odia a tus semejantes como, secretamente y sin saberlo, te odias a ti mismo.”

No sólo la verdad es su primera víctima, como decían los griegos que sucedía  en las guerras: es la ética, la moral, la generosidad y la compasión. El asesino serial de la red ha ejecutado a su víctima en fracciones de segundos y ha desaparecido tras la avalancha de maldad, de ignorancia, de vesania que se acumula a su paso como la montaña de ruinas que aprisiona y paraliza desde la montaña de desastres del pasado al Angelus Novus, de Paul Klee.

No es casual, tampoco, que quienes disfrutan de la mayor audiencia sean quienes menos reflexión vehiculizan en sus mensajes. Sean renombrados hombres de teatro, periodistas y editores famosos, dirigentes de cualquier causa.  Cualquier idiota de la farándula intelectual acumula millones de seguidores. Ni reciben, ni esperan nada. Son los writing deads asomados al espejo deformante de las ferias de diversiones. No representan ideas, sino perfiles. No son avalados por trabajos de investigación o artículos propios, sino por la pura emotividad de la ira, la indignación, el odio, el rencor, la venganza. En suma: el prejuicio. Pues la red es el espejo amplificador del prejuicio. Sin acopiar la más mínima información sobre el hecho que le da el pretexto para expresarse, ni esclarecerlo previamente sometiéndolo a una mínima objetividad, el prejuicio encuentra la vía libre para aplastar a quien escoja como blanco. Es el reino de la arbitraria difamación de una sola vía, sin derecho a réplica, ni castigo judicial. Sobre todo si se traviste de la seudo inocencia de las interrogantes venenosas preñadas de mala fe: “¿será posible que sutano o mengano hayan cometido tan monstruosa felonía?” Lo expresan afamadas periodistas que han hecho de su estropeada virginidad cursiletía de chacales.

Miente, miente, que algo queda, decía el viejo refrán de las guerras sucias. No digas la verdad, dice la réplica, que nadie te creerá. Como bien lo saben los manipuladores mediáticos: todo desmentido agrava la supuesta culpabilidad del injuriado. “No aclares, que oscureces”, recomiendan los avisados. Lo único que importa es que la mentira que se difunde y el ataque despiadado que contenga provoque escándalo y satisfaga las ansias de venganza, los odios ocultos y subliminales, los rencores paridos. Y nadie pueda encontrar el feo rostro de los injuriantes, ocultos entre la deletérea y nebulosa multitud de la red.
De todos los males horrendos provocados y promovidos por el chavismo, el de la difamación, el odio, el rencor y la impiedad han sido los peores. Pues si existían en cantidades inimaginables en el trasfondo del espíritu nacional, la red ha venido a darles voz y tribuna. Y aunque Ud. no lo crea: se ha expandido más y con mayor virulencia entre los opositores: tienen los medios electrónicos y sufren del rencor del fracaso y su impotencia precoz. ¡Pobre país, en qué abismos has venido a caer!

Antonio Sánchez García
@sangarccs

No hay comentarios:

Publicar un comentario