EL10 de enero tendrá lugar
una ópera bufa más en la historia política de Venezuela si nada lo impide:
Nicolás Maduro será nuevamente proclamado Presidente y se dará inicio a su
nuevo periodo presidencial.
Recordemos cómo se llegó
hasta aquí. En 2013 Maduro asumió el poder tras la muerte de Hugo Chávez
violando por lo menos tres artículos de la Constitución. Luego convocó
elecciones presidenciales y presentó su candidatura en condición de gobernante
sin el menor sustento legal. En seguida, procedió a cometer un amplio fraude
contra Hnrique Capriles y, mediante el servil ente electoral, anunció su
victoria por algo más de un punto porcentual. A pesar de ello, en 2015 la
oposición logró la hazaña de derrotar a Maduro en los comicios legislativos,
sobreviviendo a las siete plagas de Egipto, y a partir de enero la nueva
Asamblea Nacional, con una mayoría opositora de dos tercios a la que le
cercenaron algunos escaños para limitar su aplastante dominio, empezó a tomar
decisiones.
Maduro contrarrestó el
poder legislativo opositor haciendo que los tribunales a su servicio
convirtieran en letra muerta los actos de la Asamblea. Pero eso no fue
suficiente. En 2017 se sacó de la manga la convocatoria a elecciones para una
Asamblea Nacional Constituyente que reemplazaría a la Asamblea Nacional. Como
es ampliamente sabido, la comunidad internacional no reconoció las elecciones y
menos lo que produjeron: esa mascarada política llamada Asamblea Nacional
Constituyente. Aunque Maduro hizo lo indecible para que la parlamento legítimo
dejara de existir, él siguió actuando, sin poder real pero con fuerza simbólica
y apoyo internacional.
Esto último cobra
especial importancia ahora. ¿Por qué? Porque en 2018, al año siguiente de
fabricar su instrumento constituyente, Maduro se presentó a la reelección, no
sin antes encarcelar a todo el que pudo, inhabilitar las candidaturas (y
organizaciones) opositoras y crear un clima perfecto para el resultado que su
gente cocinó: una victoria con un porcentaje que superaba incluso al que se
había atribuido Hugo Chávez en su última elección, a pesar de que las encuestas
decían, una tras otra, que tres cuartas partes del electorado repudiaba al
gobernante (hoy lo rechazan cuatro quintas partes).
Ese es el “mandato” que
asumirá Maduro el 10 de enero sin reconocimiento internacional. La Asamblea
Nacional, como lo han solicitado muchas figuras dentro y fuera del país, debe
usar su poder simbólico y su legitimidad para invalidar esa toma de posesión y
nombrar a un gobernante alternativo, de carácter interino, procediendo luego a
convocar elecciones presidenciales.
No tengo la ingenuidad
de creer que Maduro acatará la decisión de la Asamblea. Pero de lo que se trata
es de elevarle el costo a Maduro todo lo posible, profundizando su
ilegitimidad, dándoles a sus críticos más activos razones para una nueva ola de
protestas, recordándole a la comunidad internacional el esperpento que está
sucediendo en ese país y haciendo ver a los militares que amparan al dictador
que están agravando su complicidad con los usurpadores.
Bajo dictaduras
prolongadas que no logran sofocar la resistencia ciertas fechas sirven para
concentrar la atención, los esfuerzos y las oportunidades de golpear al régimen
donde más duele. El 10 de enero es una de esas fechas en la Venezuela de
Maduro. Ojalá que la oposición, que ha pasado por un periodo de desunión en
parte provocado por las malas artes del chavismo y en parte por errores graves
de un sector que cree que caer en las trampas que le tiende Miraflores es la
forma de avanzar hacia la democracia, aproveche la ocasión para recuperar
protagonismo, vigor y sentido de lo importante.
Alvaro Vargas Llosa
@AlvaroVargasLl
Fuente:
https://independent.typepad.com/elindependent/2018/12/rumbo-al-10-de-ene... /
La Tercera
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