La prisión de Meng
Wanzhou es un enorme dolor de cabeza para Donald Trump. Tal vez despierte “al
gigante dormido”, como el muy perceptivo Napoleón le llamaba a China con
preocupación. No creo que la petición a los canadienses de que la arrestaran
fuera una iniciativa de la Casa Blanca. Era algo que se venía cocinando de
manera automática por las Agencias autorizadas, dadas las leyes americanas para
castigar y disuadir el robo tecnológico, el espionaje y los gigantescos
sobornos (kickbacks) pagados por muchas de estas compañías para conseguir
grandes contratos.
El procedimiento es
conocido. Una vez que se identifica el problema se tipifica el delito, se hace
la ley y se persigue de oficio, basado en que se utilizó ilegalmente el sistema
bancario norteamericano, aunque la falta se haya cometido en el extranjero por
extranjeros. La dama está tras la reja porque los tribunales estadounidenses
han expandido su jurisdicción al ámbito internacional y castigan a los
banqueros, a los políticos o a cualesquiera que violen las reglas
norteamericanas. Exactamente en el momento en que Trump ha dicho que Estados
Unidos no puede ser el policía del mundo, su sistema judicial funciona como tal
porque es una nación de leyes y la maquinaria no se puede detener sin derogar
esas normas.
La señora Wanzhou es la
heredera de Huawei, una enorme empresa china de telecomunicaciones que vende
más celulares que Apple, pese a que no tiene presencia en el mercado de USA.
Tiene grandes conexiones con la nomenklatura china, a la cual pertenecía su
padre, un alto militar del ejército. Sólo en este año que termina, Huawei ha
gastado más de 16,000 millones de dólares en Investigación y Desarrollo. Más o
menos lo que España invierte en el mismo capítulo, pero en todas las zonas de
pesquisas científicas, incluyendo el campo de la medicina. Huawei lo hace
porque está en juego el cambio tecnológico a la quinta generación (5G) de las
redes móviles en el mundo entero. Según el Informe Semanal de Política
Exterior, editado en Madrid, sólo en Estados Unidos la adopción generalizada de
esa 5G requerirá inversiones por 275,000 millones de dólares.
Es verdad que Huawei
roba tecnología, espía para beneficio de su país y contribuye a la corrupción
planetaria, pero la empresa se excusa diciendo que casi todos lo hacen. Samsung
y Apple siempre andan a la greña en los tribunales por patentes que se acusan
mutuamente de birlarse. La National Security Agency, la ubicua NSA del gobierno
norteamericano, en el pasado tuvo que excusarse por espiar a la alemana Ángela
Merkel y al francés Nicolás Sarkozy en época de Obama, mientras es conocido que
en las tres cuartas partes del planeta sólo se pueden hacer grandes negocios
untando copiosamente a las personas con capacidad para asignar los contratos.
Una de las peores
consecuencias de la irrupción de China en la dirección financiera y tecnológica
del mundo es lo que llama el ensayista hispano-peruano Luis Esteban G. Manrique
“la globalización de la corrupción china”. Y agrega: “Pekín –que ha invertido
más de 700,000 millones de dólares en 60 países creando la Belt and
RoadInitiative, la nueva ‘ruta de la seda’- nunca exige a sus socios cumplir
con normas internacionales de transparencia en los contratos y adjudicaciones
de contratos públicos, derechos laborales, normas medioambientales o de
sostenibilidad financiera, lo que alimenta la corrupción y abruma con deudas a
los países que reciben las inversiones”.
La advertencia de
Napoleón. Era muy pesimista. Seguía diciendo: “Cuando despierte, el mundo
temblará”. Me temo que tenía razón.
Carlos Alberto Montaner
montaner.ca@gmail.com
@CarlosAMontaner
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