Hace pocos
días, pregunté a Cristina Fernández cuando ordenaría a sus sicarios tomar el
Palacio de Justicia. El fallo de la Corte Suprema del martes, pese a lo
anticipado, no sólo sorprendió al Ejecutivo sino que aceleró la embestida
contra el Poder Judicial de los mastines más salvajes del Instituto Patria; a
partir de entonces, esa pregunta se volvió retórica. El horizonte de perros
ladra ya no muy lejos del río.
Tal como
sostienen los pocos halcones de la oposición, es probadamente imposible
negociar con el oficialismo, que ha decidido declarar la guerra a la
Constitución y a las instituciones de la República. ¿Qué diálogo se puede
mantener con enceguecidos dogmáticos siempre dispuestos a puñaladas traperas y
militantes de la impunidad y la tiranía? Porque eso es lo que está sucediendo:
encaramados sobre el 48% de los votos que obtuvieron en 2019, han resuelto que,
para ellos, no rigen la división de poderes, los derechos individuales, el
respeto a las minorías, el imperio de las sentencias, la libertad de prensa, el
federalismo y la autonomía de las provincias.
Alberto
Fernández lo anunció el miércoles, cuando dijo que los fallos judiciales y las
tapas de los diarios no le impedirán hacer lo que quiera. Lo que ese patético
acto realizado en Ensenada escenificó fue su definitiva renuncia a ser algo más
que un mero empleado de su jefa; a partir del ridículo stand-up del triste
payaso de fama internacional en que se ha convertido, la escasísima autoridad
que conservaba se fue por la cloaca y no podrá imponer ninguna medida que se le
ocurra, ya que nadie obedece a un probado incapaz y compulsivo mentiroso, como
mínimo cómplice del saqueo generalizado de las vacunas, de los test y de las
compras de alimentos durante la cuarentena. Las aceptadas humillaciones a las
que fue sometido en estos días, comenzando por su imposibilidad de despedir a
un funcionario de cuarto nivel, trajo a mi memoria un grito que se gestó en la
campaña de 1973: "Qué lindo, qué lindo que va a ser, el Tío en el gobierno
y Perón en el poder". Que se refiriera a Héctor Cámpora prueba cuánta
razón tuvo Karl Marx cuando escribió, en su "18 de Brumario", la mención
a la historia que siempre se repite, la primera vez como tragedia y la segunda
como farsa.
Como muchos
alertamos a la sociedad hace tiempo, no porque seamos profetas sino meros
observadores de la realidad, resulta de todo punto de vista imposible que
Cristina Fernández se resigne y acepte una derrota en las urnas este mismo año;
y lo entenderá como tal si no consigue hacerse con los senadores y diputados
que necesita para contar con las mayorías especiales que le permitirían
gobernar sin tasa, colonizar definitivamente al Poder Judicial y nombrar a un
Procurador General que le responda; en resumen, sino obtuviera la impunidad que
busca.
Ese
objetivo de mínima no está hoy a su alcance, ya que conspiran contra él el
generalizado pesimismo social, el cierre de las escuelas, la inocultable
corrupción, la creciente pobreza, la imparable inflación, el masivo cierre de
empresas, la pérdida de cientos de miles de puestos de trabajo y la terrible
inseguridad que generan los narcotraficantes que el poder cobija. El único
remedio que conoce el Gobierno para controlar las libertades individuales y la
veloz circulación de dinero es la cuarentena estricta; pero ésta ya resulta
inaplicable, precisamente porque nadie cree en Alberto Fernández y su
desaparecido equipo de ¿científicos?, que tanto daño causaron a la ya maltrecha
economía nacional.
Es por ello
que hoy se incrementa el virulento ataque de sus corifeos más indignos a las
instituciones. En la medida en que la Corte Suprema y otros tribunales
inferiores han asumido finalmente el rol constitucional que les corresponde de
impedir los abusos del Ejecutivo e, inclusive, del Legislativo, sólo cabe esperar
que esos avances vayan in crescendo y que, a corto plazo, se transformen en
violentos. Después de las duras derrotas electorales que sufrió el marxismo de
la mano de Guillermo Lasso, en Ecuador y, sobre todo, de Isabel Díaz Ayuso, en
Madrid, que han servido de advertencia a las izquierdas latinoamericanas,
sugiero observar lo que están haciendo hoy mismo en Chile, en Colombia y hasta
en el sur argentino para atentar contra la democracia.
En todos
esos escenarios, patrocinados y solventados por el Foro de San Pablo y el Grupo
de Puebla, están presentes comandos venezolanos, guerrilleros colombianos de
las FARC y peruanos de Sendero, falsos mapuches y, llegado el momento,
aparecerán aquí los asesinos liberados, los delincuentes importados, los policías
corruptos, los narcosicarios, los barrabravas y otros miembros de ese corrosivo
lumpenaje, como las patotas de Hugo Moyano y de Juan Pablo "Pata"
Medina. Dinero para solventar ese ejército no falta, pues el kirchnerismo se ha
apoderado de todas las cajas del Estado y no dudará en utilizarlo para ese
siniestro propósito, ya que necesita asegurarse la perpetuidad de la que gozan
Nicolás Maduro, Daniel Ortega y el régimen cubano, aunque más no sea para
evitar que Cristina Fernández y sus hijos terminen con sus huesos en la cárcel
que merecen.
Todos los
ciudadanos, que hemos jurado a la bandera defenderla hasta perder la vida,
estamos llamados a hacerlo ahora por la Constitución, en todo y cualquier
terreno, como los espartanos de Leónidas en las Termópilas, ya que las fuerzas
armadas no están dispuestas a jugarse nuevamente por una sociedad tan hipócrita
y voluntariamente desmemoriada. Si no lo hacemos, perderemos la República y el
futuro. ¿Con qué cara miraremos entonces a nuestros hijos y nietos?
Enrique
Guillermo Avogadro
ega1@avogadro.com.ar
@egavogadro
ArgentinaMiembro del Consejo Consultivo de República Unida
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