sábado, 31 de octubre de 2015

OLGA KRNJAJSKY(OLGA K), MIENTRAS TUITEABAS…,

Hago flagrante plagio del título de la película protagonizada por Sandra Bullock, “Mientras dormías”. Y valido el plagio pues me tocó en carne propia la absurdidad de ver en paralelo lo que ocurre mientras unos duermen-literal o figurativamente-, unos tuitean… y la mayoría sólo intenta seguir vivo.

El sábado en la mañana mi esposo, de la nada, comenzó a tener visión doble.

Por pura precaución llamé a su médico y amigo que estaba fuera de Caracas. Su respuesta me puso a correr.

“Olga, es un síntoma importante. Hay que hacerle una tomografía de cráneo urgente, me mantienes informado”.

Y ahí, “mientras tuitebas”, empezó la realidad-pesadilla que ocurre hora a hora, venezolano a venezolano, en el país que tiene un Ministerio para la Felicidad y un gobierno que –literalmente- obliga a morir.

Llegué a la primera clínica y superado el escollo de no tener orden médica en físico para el examen, la doctora de guardia al analizar la tomografía, nos dijo que la emergencia estaba cerrada por remodelaciones y solo recibían casos extremos. Un tiro… un infarto… una pierna desprendida. Sólo había cuatro camas y todas estaban ocupadas. No había manera física de recibir a nadie más.

Vista la tomografía, la doctora indicó que necesitaba que le hicieran ahora una resonancia pero el aparato estaba dañado sin repuestos.

Ante la angustia de si mi esposo estaba sufriendo un ACV en proceso e incrédula de que no lo hospitalizaran, le pregunté qué debía hacer.

Su respuesta me heló la sangre: vaya a la XXX que es la clínica mas cerca. El hincapié sobre la cercanía me indicaba que no podía perder tiempo.

Llegamos a la segunda clínica con el corazón en vilo.

-No se si mi esposo está sufriendo un ACV. Venimos de la clínica XXX, aquí está la tomografía y mi esposo necesita una resonancia.

-¿Qué tiene?

-Está sufriendo visión doble. Su internista le mandó una tomografía, y la doctora que lo vio en emergencia nos dijo que necesitaba una resonancia pero el aparato está dañado.

-Espere un momento…

Pasan un par de minutos.

Llega otro médico.

-Diga señora

Repito lo anterior.

-Espere un momento.

Trae a un tercer médico más senior.

Repito la historia. En mi mente cuento los minutos que van pasando y que ya se convierten en la primera hora sin recibir atención.

El último médico da la respuesta condenatoria:

-El resonador está dañado y no hay técnicos. Le sugiero que vaya a XXX que es la clínica mas cercana.

Me recomienda la misma a la que fui en primera instancia. Descartada por imposible, me dice, vaya entonces a la XXX que también está cerca.

Esa insistencia en enviarme a clínicas “cercanas” siembra una angustia imposible de describir. Los minutos se van acumulando… y sin recibir atención.

El cierre de la autopista por lo del puente de Los Ruices tiene colapsadas todas las vías alternas. Llego a la tercera clínica donde además, estacionar, es absurdamente imposible. De reojo chequeo a mi esposo. Sorteando gentes y dolores, como si se tratara de un laberinto dantesco, llego por fin a un médico y se repite de nuevo la conversación con él y tres médicos diferentes.

Con mas angustia y mas urgencia, repito la misma historia.

Vuelvo a escuchar el “espere un momento”. Cada médico llamando a uno superior para que el último terminara dándome la razón por la cual no podían recibir a mi esposo… y que lo lleve a otra clínica. Cerca.

Ya llevo dos horas y media, he recorrido tres clínicas, repitiendo en cada una la historia a no menos de tres médicos en cada una y recibiendo variaciones de la misma respuesta.

En este caso fue: señora, estamos en el infierno venezolano. Aquí tenemos el resonador pero no aparece el técnico. Vaya a XXX o a XXX, las dos clínicas que ya había visitado.

Insisto para que reciban a mi esposo y el doctor me dice: Mire cómo está esto.

Salgo del túnel de mi personal angustia y veo caras tan angustiadas como la mía, pasillos abarrotados de gente sentada hasta en el piso esperando recibir atención. Médicos que corren. Todo es emergencia. Se oye algún llanto. Alguien abraza a alguien. Se escucha a médicos mas senior dando instrucciones alternativas cuando el mas joven le dice que lo que prescribió, no hay.

Médicos tratando de decidir a quien sí o a quién no.

Me viene a la mente aquella famosa novela “La decisión de Sophie”.

Caos. Confusión. Dolor. Apremio.

En ese momento me sentí embargada y avasallada por la impotencia.

Total. Absoluta. Devastadora.

Ahí estaba yo, corriendo de clínica en clínica. Explicando una y otra vez la situación, recibiendo como respuesta que buscara atención donde pudieran dármela porque la necesitaba, pero allí no podían ofrecérmela.

Lloro hacia adentro. No quiero angustiar a mi esposo.

Me enrumbo a la cuarta clínica sorteando el drama de tráfico generado por el cierre de la autopista que añade colapso a una ciudad que parecería no tener capacidad para mas enervación… pero la tiene.

El panorama es el mismo. Todos olemos al mismo miedo. Todos tenemos pintado en el rostro igual angustia. Pacientes y acompañantes danzamos el baile del disimulo para no preocupar mientras presionamos a un personal que no tiene respuestas y debe por fuerza “vestirse” de inmunidad ante el dolor ajeno.

No hay sillas para tantos. No hay médicos para tantos. No hay medicinas para casi ninguno. No hay aparatos operativos suficientes. Se administra la escasez.

No hay… no hay… no hay.

Finalmente ingresan a mi esposo. Transcurren muchas horas antes de recibir atención, pero estar en la clínica me da tranquilidad.

A su lado una señora de Propatria acompañada por un hijo que no tiene qué comer y lleva 24 horas esperando, un cólico nefrítico al frente, una parejita de motorizados que se estrellaron y a quienes los GN que los “auxiliaron” por el accidente les robaron el celular. Un choque con lesionados. Un atraco con heridos.

Extraña coincidencia de dolores, pesares y heridas.

El neurólogo que atiende a mi esposo nos dice explicando su retraso:

“No quedan especialistas… quedamos pocos… y los que quedamos tenemos que repartir entre clínicas y hospitales”.

Otra escasez que martiriza a un pueblo que pareciera que, como el tráfico, siempre puede con mas.

Me entero que sólo quedan en el país tres especialistas de lo que mi esposo requiere. Los otros se fueron.

Y en las horas que transcurren, respirando el aliento viciado de la miseria con miedo, miro de pasada mi Twitter como si estuviera en otro planeta.

Mientras tuiteamos el país transcurre acumulando indigencia, desolación, mengua.

Mientras en Twitter se dan las batallas verbales, la salud del país se despeña por el barranco del “no hay”. Sea médicos, medicinas o aparatos.

Mientras en termitero “construyen” héroes por librito, médicos, enfermeras , técnicos y auxiliares, son los héroes que hacen lo que los héroes de librito no hacen: salvan vidas sin que nadie se percate de ello por falta de un community manager y una campaña bien engrasada.

Mientras en termitero el gobierno presume logros que no pasan del mundillo cibernético, las vallas inútiles y la auto-propaganda amoral en medio de la inocultable miseria, la realidad golpea, agrede, hiere y mata al país completo sin clemencia y sin distingo.

Mientras tuitean escarneciendo a quien no piensa como tú, muchos llantos rompen la madrugada desgarrando fibras desconocidas.

Mientras tuiteabas tus pasiones, políticas o faranduleras, un auxiliar hace un remedo con gasas y adhesivo para suplir el material médico que no hay.

Mientras tuiteamos, un país imperfecto pero perfectible nos lo hicieron añicos y el único y verdadero milagro en Venezuela es tratar de seguir vivo.

Mientras tuiteamos hay alguien recorriendo bodegas, haciendo colas, buscando asistencia médica, comida o medicinas, hay alguien sometido a una captahuellas que le dice que no puede aunque lo necesite con urgencia… y no hay cerro de billetes que le consiga lo que requiere porque no se puede comprar lo que no hay.

Mientras tuiteamos, hay un país preso. Un país completo.

Prisión y tortura es lo único que no falta.

Maltrato es lo que no escasea.

Degradación e iniquidad hay en abundancia.

No. No me hable nadie de héroes.

Nadie me muestre fotos.

Hablemos del país que está preso.

De eso es de lo que debemos hablar y sobre eso tenemos que actuar.

Lo único que podemos hacer nosotros, todos, los presos comunes de cada día es arrebatarles las llaves de nuestra prisión a nuestros carceleros el #6D.

Porque si te da por ser héroe o te pegan un tiro por un “héroe” no habrá hospital, médico o medicinas para salvarte.

No nos queda otra: tenemos que expulsar a nuestros carceleros.

O lo que viene a ser lo mismo: VOTA.

Quitarles las llaves es apenas el comienzo.

Volver a aprender a ser libres tomará mas tiempo.

Olga Krnjajsky(Olga K)
olgak26@gmail.com
@olgak26
Venezuela
17.- 

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