Hago
flagrante plagio del título de la película protagonizada por Sandra Bullock,
“Mientras dormías”. Y valido el plagio pues me tocó en carne propia la
absurdidad de ver en paralelo lo que ocurre mientras unos duermen-literal o
figurativamente-, unos tuitean… y la mayoría sólo intenta seguir vivo.
El
sábado en la mañana mi esposo, de la nada, comenzó a tener visión doble.
Por
pura precaución llamé a su médico y amigo que estaba fuera de Caracas. Su
respuesta me puso a correr.
“Olga,
es un síntoma importante. Hay que hacerle una tomografía de cráneo urgente, me
mantienes informado”.
Y
ahí, “mientras tuitebas”, empezó la realidad-pesadilla que ocurre hora a hora,
venezolano a venezolano, en el país que tiene un Ministerio para la Felicidad y
un gobierno que –literalmente- obliga a morir.
Llegué
a la primera clínica y superado el escollo de no tener orden médica en físico
para el examen, la doctora de guardia al analizar la tomografía, nos dijo que la
emergencia estaba cerrada por remodelaciones y solo recibían casos extremos. Un
tiro… un infarto… una pierna desprendida. Sólo había cuatro camas y todas
estaban ocupadas. No había manera física de recibir a nadie más.
Vista
la tomografía, la doctora indicó que necesitaba que le hicieran ahora una
resonancia pero el aparato estaba dañado sin repuestos.
Ante
la angustia de si mi esposo estaba sufriendo un ACV en proceso e incrédula de
que no lo hospitalizaran, le pregunté qué debía hacer.
Su
respuesta me heló la sangre: vaya a la XXX que es la clínica mas cerca. El
hincapié sobre la cercanía me indicaba que no podía perder tiempo.
Llegamos
a la segunda clínica con el corazón en vilo.
-No
se si mi esposo está sufriendo un ACV. Venimos de la clínica XXX, aquí está la
tomografía y mi esposo necesita una resonancia.
-¿Qué
tiene?
-Está
sufriendo visión doble. Su internista le mandó una tomografía, y la doctora que
lo vio en emergencia nos dijo que necesitaba una resonancia pero el aparato
está dañado.
-Espere
un momento…
Pasan
un par de minutos.
Llega
otro médico.
-Diga
señora
Repito
lo anterior.
-Espere
un momento.
Trae
a un tercer médico más senior.
Repito
la historia. En mi mente cuento los minutos que van pasando y que ya se
convierten en la primera hora sin recibir atención.
El
último médico da la respuesta condenatoria:
-El
resonador está dañado y no hay técnicos. Le sugiero que vaya a XXX que es la
clínica mas cercana.
Me
recomienda la misma a la que fui en primera instancia. Descartada por
imposible, me dice, vaya entonces a la XXX que también está cerca.
Esa
insistencia en enviarme a clínicas “cercanas” siembra una angustia imposible de
describir. Los minutos se van acumulando… y sin recibir atención.
El
cierre de la autopista por lo del puente de Los Ruices tiene colapsadas todas
las vías alternas. Llego a la tercera clínica donde además, estacionar, es
absurdamente imposible. De reojo chequeo a mi esposo. Sorteando gentes y
dolores, como si se tratara de un laberinto dantesco, llego por fin a un médico
y se repite de nuevo la conversación con él y tres médicos diferentes.
Con
mas angustia y mas urgencia, repito la misma historia.
Vuelvo
a escuchar el “espere un momento”. Cada médico llamando a uno superior para que
el último terminara dándome la razón por la cual no podían recibir a mi esposo…
y que lo lleve a otra clínica. Cerca.
Ya
llevo dos horas y media, he recorrido tres clínicas, repitiendo en cada una la
historia a no menos de tres médicos en cada una y recibiendo variaciones de la
misma respuesta.
En
este caso fue: señora, estamos en el infierno venezolano. Aquí tenemos el
resonador pero no aparece el técnico. Vaya a XXX o a XXX, las dos clínicas que
ya había visitado.
Insisto
para que reciban a mi esposo y el doctor me dice: Mire cómo está esto.
Salgo
del túnel de mi personal angustia y veo caras tan angustiadas como la mía,
pasillos abarrotados de gente sentada hasta en el piso esperando recibir
atención. Médicos que corren. Todo es emergencia. Se oye algún llanto. Alguien
abraza a alguien. Se escucha a médicos mas senior dando instrucciones
alternativas cuando el mas joven le dice que lo que prescribió, no hay.
Médicos
tratando de decidir a quien sí o a quién no.
Me
viene a la mente aquella famosa novela “La decisión de Sophie”.
Caos.
Confusión. Dolor. Apremio.
En
ese momento me sentí embargada y avasallada por la impotencia.
Total.
Absoluta. Devastadora.
Ahí
estaba yo, corriendo de clínica en clínica. Explicando una y otra vez la
situación, recibiendo como respuesta que buscara atención donde pudieran
dármela porque la necesitaba, pero allí no podían ofrecérmela.
Lloro
hacia adentro. No quiero angustiar a mi esposo.
Me
enrumbo a la cuarta clínica sorteando el drama de tráfico generado por el
cierre de la autopista que añade colapso a una ciudad que parecería no tener
capacidad para mas enervación… pero la tiene.
El
panorama es el mismo. Todos olemos al mismo miedo. Todos tenemos pintado en el
rostro igual angustia. Pacientes y acompañantes danzamos el baile del disimulo
para no preocupar mientras presionamos a un personal que no tiene respuestas y
debe por fuerza “vestirse” de inmunidad ante el dolor ajeno.
No
hay sillas para tantos. No hay médicos para tantos. No hay medicinas para casi
ninguno. No hay aparatos operativos suficientes. Se administra la escasez.
No
hay… no hay… no hay.
Finalmente
ingresan a mi esposo. Transcurren muchas horas antes de recibir atención, pero
estar en la clínica me da tranquilidad.
A
su lado una señora de Propatria acompañada por un hijo que no tiene qué comer y
lleva 24 horas esperando, un cólico nefrítico al frente, una parejita de
motorizados que se estrellaron y a quienes los GN que los “auxiliaron” por el
accidente les robaron el celular. Un choque con lesionados. Un atraco con heridos.
Extraña
coincidencia de dolores, pesares y heridas.
El
neurólogo que atiende a mi esposo nos dice explicando su retraso:
“No
quedan especialistas… quedamos pocos… y los que quedamos tenemos que repartir
entre clínicas y hospitales”.
Otra
escasez que martiriza a un pueblo que pareciera que, como el tráfico, siempre
puede con mas.
Me
entero que sólo quedan en el país tres especialistas de lo que mi esposo
requiere. Los otros se fueron.
Y
en las horas que transcurren, respirando el aliento viciado de la miseria con
miedo, miro de pasada mi Twitter como si estuviera en otro planeta.
Mientras
tuiteamos el país transcurre acumulando indigencia, desolación, mengua.
Mientras
en Twitter se dan las batallas verbales, la salud del país se despeña por el barranco
del “no hay”. Sea médicos, medicinas o aparatos.
Mientras
en termitero “construyen” héroes por librito, médicos, enfermeras , técnicos y
auxiliares, son los héroes que hacen lo que los héroes de librito no hacen:
salvan vidas sin que nadie se percate de ello por falta de un community manager
y una campaña bien engrasada.
Mientras
en termitero el gobierno presume logros que no pasan del mundillo cibernético,
las vallas inútiles y la auto-propaganda amoral en medio de la inocultable
miseria, la realidad golpea, agrede, hiere y mata al país completo sin
clemencia y sin distingo.
Mientras
tuitean escarneciendo a quien no piensa como tú, muchos llantos rompen la
madrugada desgarrando fibras desconocidas.
Mientras
tuiteabas tus pasiones, políticas o faranduleras, un auxiliar hace un remedo
con gasas y adhesivo para suplir el material médico que no hay.
Mientras
tuiteamos, un país imperfecto pero perfectible nos lo hicieron añicos y el
único y verdadero milagro en Venezuela es tratar de seguir vivo.
Mientras
tuiteamos hay alguien recorriendo bodegas, haciendo colas, buscando asistencia
médica, comida o medicinas, hay alguien sometido a una captahuellas que le dice
que no puede aunque lo necesite con urgencia… y no hay cerro de billetes que le
consiga lo que requiere porque no se puede comprar lo que no hay.
Mientras
tuiteamos, hay un país preso. Un país completo.
Prisión
y tortura es lo único que no falta.
Maltrato
es lo que no escasea.
Degradación
e iniquidad hay en abundancia.
No.
No me hable nadie de héroes.
Nadie
me muestre fotos.
Hablemos
del país que está preso.
De
eso es de lo que debemos hablar y sobre eso tenemos que actuar.
Lo
único que podemos hacer nosotros, todos, los presos comunes de cada día es
arrebatarles las llaves de nuestra prisión a nuestros carceleros el #6D.
Porque
si te da por ser héroe o te pegan un tiro por un “héroe” no habrá hospital,
médico o medicinas para salvarte.
No
nos queda otra: tenemos que expulsar a nuestros carceleros.
O
lo que viene a ser lo mismo: VOTA.
Quitarles
las llaves es apenas el comienzo.
Volver
a aprender a ser libres tomará mas tiempo.
Olga
Krnjajsky(Olga K)
olgak26@gmail.com
@olgak26
Venezuela
17.-
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