Maduro no es santo de la devoción
del país. Todos, hasta los suyos, lo señalan como el responsable de este
huracán de calamidades que nos azota. Hay una fuerte ruptura emocional, muy
visible en la mayoría que estuvo operando como la palanca de masas del proceso.
La desilusión ha trasladado el descontento con su gestión hasta el modelo que
quiere seguir imponiendo, incluso contra la voluntad de la base madurista. El
descontento está comenzando a generar rabia.
El alud de rechazo social está
tomando materialización electoral. Maduro transfiere sus derrotas a los
candidatos que tienen que echarse encima la pesada carga de su impopularidad.
Un peso que los hunde, especialmente porque se ven forzados a repetir mentiras
sobre las colas, la reducción del consumo de las familias o una inseguridad que es una verdadera guerra de exterminio
contra la población.
Pero el gobierno está endulzando la
crisis. Lanzó el caramelo del 30% de aumento de sueldo en todas las escalas, lo
que ya prometió el año pasado y no cumplió. Cerró, durante 10 meses, la
incorporación a miles de pensionados para soltarla cerca de las elecciones.
Arrecia los controles para dar la sensación de que está protegiendo al pueblo
de los especuladores. Conectará una manguera, desde los puertos, para
distribuir rubros que levanten, como una pompa de jabón, la sensación de
mejoría.
El principal objetivo del gobierno
consiste en levantar un muro de sentimientos para bloquear la voluntad de
cambio, estimular la abstención y fanatizar al 20/% de la población que le sigue creyendo. Su
éxito estriba en alcanzar un resultado parecido al de las parlamentarias en el
2010: ya que no pueden evitar que la oposición gane en votos, llaman a hacer lo
que sea para que la MUD/unidad llegue a los 111 diputados.
Pero los cambios que se están
produciendo en la polarización dificultan esta estrategia. Ahora el descontento
es mayoría y el oficialismo una minoría en proceso de aislamiento. Hoy el motor
de la polarización es la situación económica y no posiciones ideológicos. Y en
tercer lugar, la nueva mayoría se ha ido conformando pluralmente y afianzando
la unificación sin exclusiones. La división entre chavistas y opositores está
evaporándose del cerebro de la gente, especialmente en los sectores
populares.
La notoriedad callejera del
triunfo es un signo de los nuevos tiempos y a la vez, un estímulo para acelerar
la decisión de quienes aun dudan en votar por los candidatos de la Unidad. Algunos de ellos fortalecen sus temores cada
vez que el triunfo de la Unidad es
presentado como victoria de una parte contra otra, como continuación del odio,
como venganza o pura vuelta a la tortilla. Persisten en nosotros discursos que
bloquean el cambio de conducta electoral.
Pero ya es muy difícil parar la
avalancha de cambio de conducta electoral que protagonizan centenares de miles de seguidores del proceso
que han adoptado la decisión irreversible de votar por los candidatos de la
Unidad. Sin ellos y sin los que están por dejar su indecisión resultaría
imposible alcanzar una mayoría
calificada en la próxima Asamblea Nacional. Ellos, al tener el valor para
cambiar, refuerzan el sentido de pertenencia a un mismo país. Son el primer
paso para abrir un nuevo ciclo político.
Simon Garcia
simongar48@gmail.com
@garciasim
Caracas - Venezuela
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