Decía Oliver Sacks,
ya en garras del cáncer terminal que poco después lo mataría, que el cambio
climático había dejado de ser su problema e iba a dedicar sus últimos días a
los amigos, la familia y los recuerdos personales.
Para la fecha que
pongo en el título, yo cumpliría 100 años si estoy vivo, eventualidad en
extremo improbable. Antes de ello quizá me llegue el momento de Oliver Sacks,
para no hablar de la versión más radical del general Hermógenes Maza, quien se
fue dando un portazo.
Pero dejemos el
futuro personal en manos del destino y digamos que lo que ahora se discute en
el COP21 de París nos concierne a quienes aún no hemos sido víctimas de un
fulminante decreto de caducidad. Pese a los lemas publicitarios y al símbolo de
los 2°C, los científicos todavía no se ponen de acuerdo sobre aspectos
cruciales del futuro del clima. Es normal, pues tienen la perspectiva del
miope: ven bultos, no detalles. Un bulto puede ser A o puede ser B. Sobra decir
que llevamos milenios tratando de inventar unas gafas que nos permitan ver el
futuro, sin éxito.
De ahí que el enfoque
ético me parezca más sólido que el profético: hay que ser precavidos porque
entre esos bultos que no vemos con precisión podría esconderse una catástrofe
planetaria. El imperativo categórico de Kant siempre me pareció una
alucinación. Igual, quien despilfarra recursos, construye suburbios dispersos,
emite gases dañinos y trae demasiados hijos al mundo es uno, así sea imposible
establecer la conexión entre el individuo y la totalidad del género humano.
Los cambios que se
necesitan no pueden ser inmediatos, lo que los hace
Todo lo anterior
tiene que desembocar en una suerte de programa mínimo ambiental que defina unos
caminos pragmáticos para su implementación. Enumero algunos puntos que, a mi
juicio, son fundamentales:
• Los Estados deben
crear las condiciones para el cambio y liderarlo. La economía de mercado no lo
hará sola. Pero si los empresarios no participan en el proceso, no se llegará a
ninguna parte. Para un empresario debe ser rentable favorecer el medio
ambiente.
• La medida más
importante que se puede tomar es imponer un impuesto creciente a la emisión
efectiva de gases de efecto invernadero.
• La tecnología
desempeña un papel clave, así que es preciso acelerar los procesos de
investigación y desarrollo, tantos estatales –ojalá lo más internacionales que
se pueda–, como privados.
• Hay que crear un
club de países ambientalmente responsables. Pertenecer a dicho club y cumplir
con sus exigencias debe resultar muy atractivo para cualquier país, grande o
pequeño, rico o pobre.
• Hay que desechar
viejos paradigmas. Por ejemplo, los que se oponen a los cultivos transgénicos,
a la energía nuclear o a la hidroeléctrica.
• Deben revisarse
viejos prejuicios, como la supuesta bondad ambiental de los biocombustibles o
los presuntos perjuicios de la urbanización ordenada y densa.
• Hay que insistir en
la educación, sobre todo la de las mujeres, por ser la mejor vía para
racionalizar la natalidad.
ANDRÉS HOYOS
andreshoyos@elmalpensante.com,
@andrewholes
Colombia
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