Es un milagro que los
días que cuenta la campaña electoral no contabilicen más asesinatos,
secuestros, atracos, robos y asaltos, según son de furiosos, intensos y
reiterativos los llamados a la violencia,
la guerra y la confrontación que los dos “presidentes” de Venezuela,
Nicolás Maduro y Diosdado Cabello, expelen a diario.
Y en el caso del
primero, no precisamente en el circulo de sus amigos y seguidores (que casi no
le quedan), o en programas de radio y televisión que no alcanzan el 5 por
ciento de ratting -dado el rechazo del 90 que tiene la llamada “hegemonía
comunicacional”-, sino en cadenas de los medios radioeléctricos que pueden
oírse en la mañana, la tarde o la
medianoche, porque el Stalin y el Beria venezolanos creen que sus delitos “son
aptos para todo público”.
En cuanto al segundo,
también vocifera a cualquiera hora y en cualquier sitio, pero especialmente
desde la Asamblea Nacional que preside, y en una mueca de programa de
televisión que masculla los miércoles en la noche en horario estelar por el
canal del Estado, con el sugestivo titulo de “Con el mazo dando” y es otra
prueba de lo que no se debe hacer para mantener la salud del oído, la vista, la
razón y la lucha política.
Y, mucho menos, en
los días que preceden a unas elecciones que, en si, son propensos a caldearse, romperse, estallar -y más en un país donde la
polarización política marca récords mundiales-pero que no apaciguan, sino incendian a estos dos guerreros del
insulto y del atropello con ventaja, porque de estar en una simple escaramuza,
o refriega de barrio, eso siempre se lo dejan a sicarios, que para eso les
pagan y bien.
Pero ¿por qué estos
odios, miedos, rencores, pánicos, fobias,
resentimientos, y de todo cuanto tenga que ver con destrozos, ruinas,
escombros, fragmentos y sangre?
Bueno, porque,
sencillamente, a los sucesores o herederos del llamado “presidente” o
“comandante eterno”, Chávez (otra cursilería de un movimiento político que no nació para hacer
historia sino anacronía) le llegó la hora de la verdad, el primer conteo electoral
después de dos años y siete meses de asalto al poder, el del 6D, y lo que dicen
todas las encuestas es que, si se atrevieran a hacer unas elecciones sin
fraudes, interferencia de la campaña y el acto de votación y, definitivamente, honestas y transparentes, perderían con el 80
por ciento de los votos.
Cifra que, no sale
solo del universo opositor (un total del 60 por ciento de los electores) sino
del 40 por ciento restante que podría definirse como chavista o madurista, y
que, en más del 20 por ciento, o se abstendrá o votará por la oposición.
Quiere decir que,
“los herederos o sucesores” dependen de una monstruosa abstención que pase del
40, o 50 por ciento, para rebanar lo que se pueda del 50 por ciento de votantes
y así decir que ganaron o perdieron por poco margen.
Y por eso, la
violencia, los tiros, los muertos, los atropellos, la fanfarronería, la apuesta
desesperada porque el hambre, las enfermedades, la desnutrición y el miedo
mantengan el 6D a los electores en sus casas, a escondidas y las bandas de
criminales, de asesinos y sicarios puedan hacer en las calles lo que les de la
gana.
Por eso también la
negativa a que multilaterales, ONG y observadores internacionales imparciales
se asomen siquiera al acto comicial, pero si avalaban la presencia de una unión
de compinches, la UNASUR, que, por estar financiada por Maduro y Cabello
-mientras dejan sin alimentos y medicinas a los venezolanos-, saldrá a
proclamar a las horas de un fraude que “la revolución ganó en unas elecciones
irreprochablemente limpias”.
Sin embargo, los
contundentes porcentajes de rechazo al dúo que traen todas las encuestas para
las parlamentarias del 6D, no son los únicos que lo perturban, sino que,
preguntas menos cerradas de estudios de “Datanálisis”, “Keller y Asociados” y “Consultores 21”
“sobre las preferencias en un Referendo Revocatorio” contra Maduro, no solo
ratifican, sino que amplían, las ventajas de la oposición y del país para
ponerle fin al peor gobierno venezolano de todos los tiempos.
En otras palabras
que, la sentencia a muerte política de Maduro y Cabello, su partida de
defunción o declaratoria de que, definitivamente, no son aptos para gobernar,
que sirven para cualquier cosa, menos para ponerse al frente de una comisaría,
alcaldía o consejo municipal, y, por tanto, deben despedirse del premio de la
lotería que un moribundo, y sus presuntos albaceas, los dictadores cubanos, Fidel y Raúl Castro,
le pusieron en las manos, precisamente por eso, por incompetentes y corruptos.
En los dos años y
meses de Maduro y Cabello, en efecto, lo poco que dejó Chávez de
los colosales ingresos que recibió el país por el ciclo alcista de los precios
del crudo, se transfirió casi
literalmente a la nomenclatura y
burocracia cubana, sobre todo a sus octogenarios capitostes que, sustituyeron
con creces al subsidio soviético y se preparan a no irse a la tumba sin dejar
instalada la primera dinastía de la historia republicana de las Américas, en la
persona del hijo mayor de la Raúl, Alejandro.
Hambre y represión,
esa fue la regla de oro que le dejó Stalin a sus acólitos caribeños para
mantenerse más de medio siglo en el poder y esa es la que están aplicando los
nietos de Stalin y Fidel e hijos de Raúl y Chávez, Maduro y Cabello, en una
espiral de destrucción progresiva y creciente del país que ya nos tiene
situados en las más alta inflación del mundo, un desabastecimiento de alimentos
y medicinas que se acerca al 80 por ciento, destrucción de la infraestructura física del país del 70,
decrecimiento del 5 (el más alto de la región y del mundo occidental) e índices
de desigualdad y crecimiento de la pobreza crítica de más del 50.
Pero es nada
comparado con las violaciones masivas de los derechos humanos, el fin de la
independencia de los poderes, las cárceles con cerca de 100 presos políticos,
la asfixia de la libertad de expresión que ha visto desaparecer el 95 por
ciento de sus medios independientes y el reparto del gobierno entre Maduro y
Cabello y pandillas del hampa común y la delincuencia organizada que se dividen
la represión y tienen encerrados en sus casas o en sus tumbas a 30 millones de
personas.
“Nunca había visto a un país sin guerra tan
destruido como Venezuela” le declaró el veterano periodista, Jon Lee Anderson,
al colega, Albinson Linares, de medios impresos y digitales venezolanos y
escritor sin pérdida, (“Nuestro enfermo
en La Habana”. Edit: es. Cicero. es. Madrid. 2013) en una reciente entrevista
que le concedió en el “Hay Festival” de Ciudad México.
Y la afirmación con
todo y ser sobrecogedora, es una verdad a medias, porque guerra si hubo y la
hay y desde el primer día que Chávez asumió la presidencia en febrero de 1999 y
continuó durante los 14 años que estuvo en el poder lanzando a unos venezolanos
contra otros, destruyendo a la FAN, descuartizando a PDVSA, reduciendo a la
nada al bolívar, dilapidando los ingresos petroleros del ciclo alcista,
promoviendo la corrupción y el narcotráfico, desguazando el aparato productivo
nacional hasta hacerlo desaparecer, entregándonos a poderes extranjeros
semiimperialistas y semibárbaros como los de Rusia, China y Cuba y
transformando la economía en un conuco del cual aspiraba viviéramos sembrando
yuca, maíz, arroz y criando ganado, pollos y cochinos.
Y ni siquiera logró
semejante extravío, pues Venezuela importa en este momento el 95 por ciento de
la comida que consume, no tiene insumos médicos ni medicinas, no puede atender
sus necesidades básicas en urgencias de artículos elaborados y materias primas,
y, aparte de destruir el aparato productivo,
redujo la capacidad productora y exportadora de PDVSA a menos de la mitad, y sin
producción nacional ni dólares para importar, caímos en el peor de los mundos
posibles, la hiperinflación, donde lo único que existe son billetes que no
valen nada.
Hay, también,
asesinatos (30.000 año), secuestros, asaltos, robos, narcotráfico, lavado de
dinero, contrabando y un tipo de delito nuevo, el “bachaqueo”, que consiste en
sustraer los artículos de las importaciones oficialistas a dólar de mercado
para venderlos a dólar subsidiado, pero que los bachaqueros “sinceran” a
precios exponenciales y haciendo las fortunas de burócratas civiles y
militares.
Por eso afirmo, en
contravención de Jon Lee Anderson, que en Venezuela, si hubo y hay guerra, pero
una guerra de baja intensidad que, es
también, otra cara de lo que se llama
ahora “la Tercera Guerra Mundial”, afincada,
no en la guerra tradicional de gobiernos
y estados contra países, sino de mafias contra toda la sociedad -previa toma del poder del estado y
del ejército-, para proceder al sometimiento
de sus ciudadanos y luego hacer parte de la gran revuelta mundial contra la
paz, la libertad, el bienestar y la democracia que encabezan ISIS, Al Qaeda,
Hamas, Hizbolá y gobiernos forajidos o semiforajidos como los de Cuba, Rusia,
Siria, Bielorrusia, Nicaragua, China, Ecuador, Irán, Bolivia, las monarquías
del Golfo, Sudàn, Zimbawue y Corea del Norte.
Todos amigos y
aliados de Maduro y Cabello, claro que no gratuitamente, sino “por el puñado de
dólares” que aun nos restan de las exportaciones petroleras.
Sucedió un asesinato
de un líder opositor en un mitin que presidía la esposa de Leopoldo López,
Lilian Tintori, en plena campaña electoral,
la tarde del jueves, en Altagracia de Orituco, Estado Guárico y por eso
pienso que no existe mejor expediente para demostrar que Maduro y Cabello hacen
parte de la “Tercera Guerra Mundial” y sus cuarteles no están lejos de París,
La Habana, Amberes, Ankara, Pyongyang, Mosul y Aqqa.
Manuel Malaver
manuelmalaver@gmail.com
@MMalaverM
Caracas - Venezuela
No hay comentarios:
Publicar un comentario