Nada de lo que hasta ahora presume el gobierno hacer, provocaría el reacomodo que requiere el desarrollo resuelto de Venezuela.
Después de tantas
amenazas de anunciar sobre anuncios que vendrían a ordenar el revuelo de
realidades contrapuestas, o mejor dicho a desordenar lo que de plano ha estado
desarreglado, el eventual presidente de la República se aprestó a dictar una
retahíla de medidas que, lejos de servir para imprimirle alguna velocidad y
sentido al desarrollo nacional, no sólo se orientaron para acentuar los
problemas que han venido emergiendo a consecuencia del desafuero provocado por
el actual desgobierno. También, para hacerse de más ingresos fiscales a costa
del bolsillo de los venezolanos ya bastante maltratado por causa de la aguda
crisis como nunca padecida.
Entre frases de mal
gusto, chistes orilleros, manifestaciones de jactancia y señalamientos contra
los más conspicuos clientes convertidos, por obra y gracias de la revolución
defraudadora, en los archienemigos del socialismo del siglo XXI, o contra la
derecha apátrida, comenzó un tedioso y machacón monólogo que, sin justificación
alguna, duró más de tres horas. Tiempo éste que pareció no alcanzarle para
atormentar a los venezolanos con presunciones que además de imprecisas,
carecieron de la contundencia y significación que debe caracterizar las
palabras de un jefe de Estado y de gobierno. Sin embargo, la prensa oficialista
tituló sus primeras páginas con exagerados enunciados que poco o nada dejaron
ver.
Ahí el presidente,
con expresiones acicaladas, estaba jugando al papel de encubridor de decisiones
que terminarán arrastrando el país hacia depresiones de difícil remonta. Sobre
todo, por cuanto detrás de tal desesperación por aparentar lo que no se puede,
aunque con el auxilio de la exaltada verborrea, buscó abrir los caminos del
ilusionismo que sabe sembrar el populismo demagógico con promesas que se tornan
pesadas e improbables de alcanzar.
Todo el cuento del
presidente, semejó un acto de entera intimidación. Aquello casi representó
ponerle la soga al cuello a los pequeños y medianos empresarios, quienes ahora
se verán como en un patíbulo preparado para la horca sin que una medida de
compasión pueda evitar la ruina de venezolanos convertidos en pequeños y
medianos empresarios. Además, ninguno de los anuncios presidenciales, fue para
sembrar esperanzas y animar expectativas de progreso y bienestar público. Todo
lo contrario. Aparte de la confusión que el hijo del inmortal arraigó con la
ayuda de un discurso intemperante, sectario y retrechero, fue poco lo que dijo
dirigido a incitar el coraje necesario para que el venezolano pueda afrontar el
impacto de una economía que se tragará la paciencia del pueblo y seguirá
devorando la burocracia gubernamental.
La inflación
continuará siendo el parásito tropical contra el cual el país seguirá indefenso
puesto que se continuará viviendo sin la vacuna que lo someta, controle y
evite. Pese a todo el tiempo que duró la cháchara presidencial, no hubo
indicios firmes para abolir la escasez o disminuirla en una digna proporción.
Lo que dejó ver el anuncio de los nuevos precios de la gasolina, es una nueva
fuente de ingresos la cual el alto gobierno exprimirá para su agobiante y
acostumbrado proselitismo. Por ello, inventa una nueva oficina, Fondo Nacional
de Misiones, desde la cual no pareciera que van a condolerse de los males que,
por culpa del desgobierno bolivariano, aquejan al venezolano. Al menos, así
puede inferirse al advertir que no tuvo las debidas consideraciones con quienes
ven golpeada su salud por falta de medicamentos. O ven que sus trabajos
languidecen, por falta de repuestos para sus vehículos usados como medios para
afianzar sus ingresos y garantizar el sustento familiar. O por causa de otros
bienes ya desaparecidos por dichas causas.
Sin divisas capaces
de soportar el aparato productivo prometidas a través del insulso Decreto de
Emergencia Económica, impuesto a fuerza de coacción judicial, y sin la
confianza necesaria para lograr que su perorata pueda ser creída, reconocida y
aceptada, todo será algo así como más o peor de lo mismo. Particularmente, por
cuanto nada de lo expuesto por tan impugnado personaje, provocaría el reacomodo
que requiere el desarrollo resuelto de Venezuela. Más, cuando a pesar de una
crisis que la historia nacional nunca había registrado, dichos anuncios tengan
el aval del presente desgobierno para continuar arrasando todo a su paso.
Definitivamente, deberá decirse que lo que se escuchó en tan latosa cadena de
radio y televisión en voz del mismo presidente, fueron medidas cuyo “toma y
dame”, semejó el juego infantil en el cual los jugadores van pasándose un balón
que, simulando una “papa” va pasando de mano en mano hasta que literalmente se
“quema” quien finalmente lo tiene por lo que debe salir del juego. Es igual a
lo que hace el gobierno, que evadiendo responsabilidades, busca siempre
inculpar a otros de sus aberrantes decisiones. O sea, que el régimen consume su
tiempo como si jugara a “la papa se quema”
VENTANA DE PAPEL
LA SOBERBIA DEL DÉBIL
Cuando quiere
descubrírsele la debilidad a alguien, asígnele responsabilidades de poder
político y descubrirá hacia dónde dobla la cerviz. Y aunque todos los seres
humanos sienten debilidad ante alguna situación, el problema no precisamente es
saber los defectos de otros. Sino más que eso, es dar cuenta de las razones que
pueden llevar a otros, incluso a modo propio, a contrarrestar las tentaciones
que conducen a presumir de lo que no se tiene o de lo que no se es.
Si bien este problema
pasa por el análisis con base en la fe, en el sentido emocional y espiritual de
lo que ello implica, igualmente dicho problema se asienta en el mundo de lo
vanidoso en donde la soberbia actúa como factor de aceleración de todo cuanto puede
contribuir a enrarecer ideas y actitudes. A tales extremos puede llegar dicha
situación, que la debilidad en la persona se convierte en arrogancia para
construir una fe a la medida de las expectativas personales. Es el problema que
asalta a quienes, en el ejercicio de la política, se encorvan ante la enfermiza
pasión de sentirse superiores a los otros.
Por eso, estas
personas afectadas por una superioridad que encubren con discursos piadosos,
asumen una actitud insolente que nunca reconocen. Para ellos, sus opiniones
valen más que la del resto, pues creen sabérselas todas. Sus razones son
argumentos para despreciar a quienes son capaces de mostrar alguna resistencia
a sus propuestas. Es el problema que afecta a los tiranos, déspotas y
gobernantes autoritarios.
El complejo que los
retrae, alienta la petulancia de la cual se valen para atropellar al débil, sin
comprender que más débiles son ellos. Presumen conocer el mundo en todas sus
dimensiones. No escuchan a nadie a pesar del gasto que autorizan para contratar
asesores y adquirir lo que a primera vista consideran necesario, sin que la
decisión tomada sea objeto de consulta alguna. Para este tipo de personajes,
todo marcha perfectamente. No entienden que mientras más dejen ver su
terquedad, más desnuda son sus debilidades.
Su labor pública la
fundamentan sobre pretensiones que resultan al final simples excusas que
utiliza para disculparse de lo que, como gobernante, no logran realizar o no
terminan de hacer. O peor aún, confunden sin razonar el alcance del costo
social y económico que su enmarañada determinación indujo. Del costo político,
ni hablar pues para eso cuentan con la complicidad de un estamento militar que
por corrupto, consiente todo lo que la soberbia gubernamental es capaz de
incitar.
Así que mientras una
nación esté presidida por gente perturbada por este género de pasiones que
oscurecen el horizonte, no habrá garantía alguna para salir del marasmo en que
se encuentra. Y todo ello, por causa de lo que menos se sospecha: la soberbia
del débil.
“Un gobierno
distraído en politiquear con la mayor vulgaridad posible, deja ver que ni tiene
idea de cómo gobernar, ni tampoco es capaz de garantizar la gobernabilidad que
demanda una nación que busque asegurar
un futuro promisorio”
AJMonagas
Antonio José Monagas
antoniomonagas@gmail.com
@ajmonagas
Merida - Venezuela
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