Desde que
Marco Tulio Ciceròn fustigò en el antiguo Senado romano al demagogo golpista
Lucio Sergio Catilina, con sus paradigmàticas “Catilinarias”, e incluso antes,
la peste política del populismo ha agobiado al gènero humano.
Quizàs por
eso el portentoso Mario Vargas Llosa llegó a afirmar: “El populismo no lo
erradicas nunca. El populismo siempre està”. Es mimético decimos nosotros, se
adapta a las tiranìas y a las democracias, se favorece de la política como show,
tan cara a la cultura mediática y sabe aprovechar la redes sociales para sus
mensajes engañosos.
Y en los
tiempos que corren el populismo encontró un nuevo aliado, las encuestas. Un
instrumento que le permite conocer que quiere la gente, para ofrecérselo con
descaro, no importa que la oferta no se pueda cumplir. El populista piensa que
lo importante es ganar simpatías y/o elecciones y, después, que sea lo que Dios
quiera (siempre y cuando èl se mantenga en el mando).
El
populismo no tiene líderes, democráticos, tolerantes y pedagógicos, sino
caudillos, arbitrarios, ambiciosos, acaparadores de poder, continuistas,
siempre fingiendo amor por el pueblo irredento y esperanzado.
El
populismo vive en la Amèrica Latina de hoy en los regímenes de Bolivia, Colombia, Cuba,
Ecuador, Nicaragua y Venezuela. Se libraron de ese flagelo Honduras
parcialmente, Paraguay, Argentina con el triunfo de Macri y posiblemente
Brasil, con el escándalo que afecta a Lula Da Silva y Dilma Roussef.
Y las caras
del populismo se benefician del espectáculo polìtico mediático, entre otros,
Lòpez Obrador en Mèxico, Pablo Iglesias en España, la candidata Mendoza en
Perù, Valera en Panamà y los aspirantes presidenciales Trump y Sanders en
Estados Unidos.
Pero no lo
olvidemos, el populismo es un incordio en la oposición y una calamidad en el
gobierno.
Alexis Ortiz
jalexisortiz@gmail.com
@alexisortizb
Estados Unidos
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