Mi ahijado, Armando
Armas, líder de Voluntad Popular y Diputado a la Asamblea Nacional por el
circuito Lechería-Guanta-Puerto La Cruz, me hace llegar copia de una dramática
carta: la de una madre de su circunscripción que se quitó la vida horas atrás.
“Hijos no se vayan a
molestar aunque se es difícil, tampoco se vayan a poner demasiado tristes “,
inicia la carta, escrita a mano, en hoja arrancada de un cuaderno escolar.
“La cosa está muy
dura y no quiero ser una carga para ustedes” agrega para de seguida revelarles
que tiene cáncer.
Ella, que ya no está,
ha sido una de las muchas y de los muchos pacientes, aquejados por enfermedades
que bien pudieran tratarse, que bien pudieran sanarse, si se contara con un
sistema de salud como el que en cualquier país del mundo existe. Ella que ya no
está, ha sido una de las muchas y de los muchos pacientes que han visto
terminada su existencia anticipadamente, por culpa de un gobierno indolente que
multiplica las crisis, que multiplica
las muertes.
No es el único caso
que en las últimas horas me toca de cerca.
Culminada el asueto
obligado de Semana Santa, a mi regreso a la Universidad me encuentro con
rostros llorosos que me sorprenden al informarme que Yaniny Muñoz, compañera de
trabajo, con poco más de 30 años de edad, 3 hijos, alegre, buena amiga,
falleció en su casa esperando unos exámenes que nunca le hicieron, aguardando
por atención médica adecuada que nunca le brindaron.
Converso con Pablo
Morillo Robles, médico de los de antes, y me afirma que de la grave situación
que en cualquier orden azota a Venezuela, la de la salud es la peor. Palabras
más, palabras menos, señala: “nadie está libre de riesgos: cualquiera puede
morir en una eventualidad por la incapacidad de
hospitales y clínicas de brindar adecuada atención”.
Una amiga periodista
me lo reafirma; enferma de neumonía no pudo ser ingresada en tres clínicas
locales porque estas carecían de los antibióticos para tratarla. Fue necesaria
una campaña en redes sociales y radio, demandando los medicamentos requeridos
para su recuperación.
Una cosa es leer las
declaraciones del Presidente de la Federación Farmacéutica Venezolana, Freddy
Ceballos, explicando que la escasez de medicinas llega al 85 % o enterarse por
una investigación de Datanalisis que el 81 % de los entrevistados se ha visto
afectado por no encontrar medicinas, y otra es procurar medicamentos o atención
médica para un hijo, para una madre, para una abuela, para sí mismo, y no
encontrarlos.
Es distinto
discursear sobre el estado de la salud en Venezuela o gritar en el Parlamento,
como en efecto lo escuché, de un diputado oficialista, que era “pura paja” la solicitud de la mayoría opositora de
declarar la urgencia del sector para poder recibir ayuda internacional y
viabilizar soluciones, que toparse con que la diferencia entre vivir o morir es
disponer del tratamiento y/o la atención médica indispensable.
“A lo mejor no me van
a entender –prosigue en su carta la madre portocruzana- eso me pone triste”
para luego pedirle a sus hijos “pórtense bien”.
En el último
párrafo, una frase de fe: “Todo va a
mejorar, con el favor de Dios. Ustedes todavía son jóvenes”.
Cada vez más, rayanos
en la desesperación, me preguntan: “¿Qué va pasar?”; “¿Hasta cuándo?”; “¿Hay salida?”.
Mi convicción, como
lo fue, lo es más bien la de la madre que desesperada se quitó la vida para no
convertirse en una carga para sus hijos es que “todo va a mejorar, con el favor
de Dios “pero también con el favor y el esfuerzo de un pueblo que según estudio
que me entregaron horas antes evalúa, en un 92,5 % como mala o muy mala la
situación del país, lo que piensan también un 78,0 % que se identifica como
oficialista.
Hay salida sí y
esperamos que esta sea electoral, democrática y pacífica porque la salida a la
crisis pasa por la salida de este gobierno; su marcha marcará el hasta cuándo.
¿Qué va a pasar?
Depende de todos sin excepción; de nuestra capacidad de comprender que ya basta
de un modelo fracasado que ha arruinado al común, que ya es suficiente de
humillaciones, que ya no puede ni debe continuar una manera de gestionar que
solo ha creado pobreza y miseria.
Es domingo de
madrugada cuando escribo esta columna. En un rato, asistiré con Larissa a misa
y rezaré por la madre que por su propia decisión ya no está entre nosotros –que
Dios la tenga en su gloria- por Yaniny que, por indecisión o desidia de
otros, ya no está–que Dios la tenga en
su gloria- por los muchos que en estos estos años han muerto de mengua –que
Dios les tenga en su gloria- pero también para que pronto, muy pronto Venezuela
sea otra, la que merecemos, la que soñamos.
Luis
Eduardo Martínez Hidalgo
vicerrector.ugma.unitec@gmail.com
@Luisemartinezh
Monagas
- Venezuela
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