“Trabaja y sueña, que soñar es bueno; trabaja y piensa, que pensar consuela. No ames ni esperes lo que ya es ajeno”
José
Rafael Pocaterra es uno de los más grandes cuentistas venezolanos; nació en
Valencia, Venezuela; el 18 de diciembre de 1889. Fue educador y periodista y
simultáneamente participó activamente en la política. Pocaterra, como otros
grandes venezolanos, vivió y escribió para todos y para todos los tiempos. Sus
cuentos, además de ser reflejos de una época, fueron premonitorios de las
mismas realidades.
En
lo personal, mi especial recuerdo al 25 de marzo de 1955, cuando siendo yo
alumno del Instituto Nueva Valencia y acompañado de alumnos y amigos, entre
otros, del Colegio Don Bosco, La Salle, La Escuela Normal, Colegio de Lourdes y
Liceo Pedro Gual, oíamos con la atención de muchachos y muchachas, por medio
de sonoros parlantes, ubicados en la
cercanías de la Plaza Bolívar, las palabras del Dr. José Rafael Pocaterra, como
Orador de Orden en la ocasión del Cuatricentenario de la ciudad de Valencia; quedando
grabada en mi mente, palabras más o palabras menos, la frase con la cual
terminó su intervención en el Capitolio: “VALENCIA, PARISTE A VENEZUELA”.
Su
destino terrenal era tan solo de 56 años, mas, su legado será eterno. El
próximo 18 de abril se cumplirán 61 años de su fallecimiento, por lo que, en su
memoria y como recuerdo, les transcribo algunas de sus frases que recogen parte
de sus vivencias, angustias y esperanzas. Ejemplos de gran luchador valenciano,
carabobeño y venezolano.
Del
cuento “La i latina”:
“Al
otro extremo del corredor, cerca de donde me pusieron la silla enviada de casa
desde el día antes, estaba el tinajero pintado de verde con una vasija rajada;
allí un agua cristalina en gotas musicales largas y pausadas, iba cantando la
marcha de las horas”.
Del
cuento “El ideal de Flor”:
“Abrazos,
besos, pañolitos sacudidos, dos agudos silbatos y la noche de un túnel. Otra
vez el sol, el aire y la noción de partir. Bajo las brumas, a la falda de un
cerro que apenas se ve, va quedando... la Caracas de ensueño...”
Del
cuento “Las frutas muy altas”:
”Tardes
doradas en el ribazo del río, bajo los jabillos, con el libro caído en el
regazo, y él echado a sus pies, sin hablar, mirándola a los ojos... a ratos le
hacía ella una caricia rápida, y él besaba la mano linda, cuidada...”.
Del
cuento “De cómo Panchito Mandefuá cenó con el niño Jesús”:
“¡Era un botarate!... Quién le mandaba a estar
protegiendo a nadie... Y sentía en su desconsuelo de chiquillo una especie de
loca alegría interior... ¡Qué diablos! El día de gastar se gasta
archipetaquiremandefuá!”
Del
cuento “El ideal de Flor”:
“Y
el estrépito de las sonajas de hierro y el jadeo de la locomotora... parecía
decirle a su corazoncito: sotolongo, sotolongo, sotolongo...”.
Del cuento “La casa
de las brujas”:
“El consabido andino
y Jefe Civil oyó gravemente la denuncia... el funcionario apoyó la demanda.
¿Acaso él no sabía a qué atenerse con las gentes ociosas y mal
entretenidas? Y con el Jefe Civil a la
cabeza se deslizaron ocho hombres por debajo de la palizada... la infeliz
protestaba enérgicamente de aquel atropello... Ultimadamente con la autoridad
no se discute”.
Del cuento “Familia
prócer”
“Y otra voz dulce y
conocida, ¡Ah, tan dulce y tan conocida, que era la de ella, de su hija!, la de
todas las madres y las esposas y las hermanitas venezolanas que desnudan,
pacientes, al borracho de la casa, a altas horas, cuando la faz colérica del
cerro se esconde en las tinieblas de la montaña”.
Del cuento “El
aerolito”
“María tomó su
costura... ”Terminado aquello, los catorce reales estaban comprometidos ya...
¿Podría disponer de tres bolívares, siquiera, para regalarle al niño la caja de
soldados de plomo que lo desvelaba hacía un mes?”.
Del cuento “El ideal
de Flor”:
“Y al salir... a
empellones del policía, diciendo excusas vergonzantes, gritando su título de
altísimo poeta, sin flor ninguna en el ojal del flux ajado y mugriento, sucio
el cuello, chapado el sombrero sobre una melena cerdosa, todo ebrio... todo
ruin, pasó el ideal de Flor, bajo el puño de los gendarmes, dando tumbos como
si en realidad pisase la pendiente moral de su vida”.
Del cuento “La
Mista”:
“Pero no nació. El
pobrecillo creyó que aumentaba la ya numerosa hueste del pobre Heredia. Le
lloraron como si con el muertecito no les librara la suerte de un pedazo de
miseria...”Ante esta desgracia terrible de que se perdiera una boca donde nueve
iban ayunando, Don Epaminondas protestó:¡Carrizo! ¡Lo que es el otro hijo que
venga no se me muere por falta de recursos!
De la novela
“Política feminista”.
“Un torbellino de
mujeres invadió la habitación. “El santo varón, sobre un catre de copetes,
hacía pucheros.” --¡Un viento
encajado!--clamó Emérita. ”Era la agonía, la agonía angustiosa de los
hidrópicos, estertorosa, desesperada.”Se encendió la vela del alma.”Emérita se
oponía:”—Les digo que no, que es un viento encajado.”Y ahuecando las almohadas,
comenzó a sobarle las espaldas... Todos le rodeaban. Misia Justina trataba de
hacerle sujetar la vela. Unas pedían paregórico, otras improvisaban ventosas
con un vaso y un algodón encendido... El santo varón, escondiendo las pupilas
dilatadísimas en el agua amarillenta de la córnea, abrió más la boca...”Emérita
exclamó: “Es un eructo... ¿ya ven? ¡viento encajado!” Y cuando cayó sobre las
almohadas rendido por el esfuerzo, las mechas grises pegadas a las sienes,
agregó: “¡Ya lo echó!”. Pero el santo varón estaba muerto”.
Daniel
Chalbaud Lange
vonlange1939@gmail.com
@danielchalbaudl
Carabobo
– Venezuela
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