TODA DICTADURA ES INTOLERANTE
Todo régimen dictatorial, sin importar sus determinaciones, vale decir,
teocráticas, socialistas, “comunistas”, absolutistas, personlistas, civiles,
militares, mixtas… etc., y en toda
partes, lugares y tiempos, tienen en
común su dogmatismo o fundamentalismo, si su hegemonía se sustenta en
determinados dogmas o fundamentos “infalibles”; sean dos ejemplos, las hegemonías medievales ejecutadas y sustentadas
por la iglesia de Roma, la filosofía esclava de la teología, y el poder esclavo
del Vaticano, durante casi toda la Edad Media y, en el siglo pasado,
Franco,
cuya dogmática ha sido el tradicional espíritu inquisidor de la iglesia
española, totalmente ajena a la moral cristiana, la decisión y acción política amamantada por
los factores del poder más reaccionario de Europa; y las fundamentalistas de hoy, sustentadas
por el islamismo, unas más obtusas que
otras, pero nada que medianamente cuestione
o dude del Corán o ironía que toque a
Mahoma se tolera.
Las clasificadas dictaduras comunistas, in extenso, fueron y
son, si quedan, dogmáticas, sus “evangelios”, el materialismo histórico y
dialéctico, que las convertía en una
suerte de religión atea y una práctica
de la violencia como las más aberrantes expresiones inquisitoriales y,
dictaduras de organizado refinamiento como el nacional socialismo, con un
corpus ideológico bien argüido, la estructura del estado y la acción del
régimen en identidad absoluta y un proyecto utópico bien orquestado; mientras
las dictaduras sin mediano fundamento
concentran su hegemonía en el supremo líder, normalmente un ser narciso,
megalómano, mitómano, cesarista. El
estado soy yo, exclamaba Luis XIV;
yo soy el pueblo, el pueblo soy yo, vociferaba Chávez; soy el pueblo,
presidente obrero, grazna Maduro.
En consecuencia,
toda dictadura es necesariamente
intolerante. Vale decir, crea su propia moral, conforma sus propios
valores, dicta sus propias leyes, de
modo que todo cuanto se haga por el mantenimiento, defensa y permanencia de régimen es legal y
bueno para el “pueblo”. Todo cuanto disiente, oponga, critica, es repudiado,
rechazado, negado, perseguido. Y para
ello no hay límites en sus formas y medios de ejecutar ese proceso. La cárcel, la muerte, el silencio, la fuerza,
la tortura, la corrupción, la perversión, control de los medios, la mentira…son legitimados como necesarios y
los delitos quedan legalizados por
su utilidad. Todo régimen dictatorial crea, pues, sus
códigos para dejar impune sus
delitos que favorezcan al proceso e
impidan toda forma de libertad de
acción, de expresión, de pensamiento.
Como su propia tragedia, todo
régimen dictatorial es necrofílico. Y por ello inevitablemente sádico. La muerte al enemigo, cuya definición
se establece a priori, enemigo es quien
no se somete a la voluntad, deseos, “valores” del dictador; quien discrepe es
hereje, quien no lo siga es apátrida, etc. y su ejecución por muerte,
exilio, ostracismo, cárcel, tortura deviene en lección terrorífica que obnubila, anula la voluntad para la
acción crítica y práctica
liberadora. Pero todo dictador
padece, en grado sumo, de miedo. Miedo a la verdad, miedo a la libertad, desconfianza extrema en el
otro. Y este pánico lo obliga a la creación de un aparataje militar, de
extorsión, de investigación,
espionaje, para el control del individuo
y de la sociedad, y el ejercicio del
terrorismo de estado y, ese modo de acción, generalmente bien diseñado,
tiene como su propósito crear miedo,
terror que genera abulia y
finalmente ataraxia o sencillamente la “conformidad” e “indiferencia” de vivir
con la muerte, de vivir muerto.
Sin ser completa esta
caracterización, ayuda; pero debo incluir una “sofisticada”. Las dictaduras,
los dictadores, sean de gobiernos civiles, miliares, narcotraficantes, de iglesias, que de una u otra manera quieren
adquirir trascendencia y afirmar
su permanencia en el tiempo recurren a la construcción de grandes obras de
ingeniería, arquitectura, esculturas,
y, en general, al empleo y
dominio de las ciencias fácticas pero
secuestrada de ellas toda epistemología, toda criticidad y, desde luego, se
rechaza, bajo grandes máscaras, a la filosofía, a las ciencias sociales,
humanas. Ejemplifiquemos, la dictadura nepotista de Corea del Norte ha hecho de la física y
las “ciencias militares” un buen desarrollo, temible, incluso.
La URSS fue (la República Federativa Rusa hoy) un ejemplar modelo y con
matices lo es actual China. Pérez Jiménez es un ejemplo nacional, cuya
obra básica permanece, a pesar de los esfuerzos de Betancourt por destruirla.
Los dictadores sin sentido de
permanencia reducen su actuación a su propia deificación, el culto a su persona, el mesianismo y a
algunos trazos ideológicos de gran
tradición y arraigo en las masas, como diversas formas de brujería, cultos
populares, santería, vudú…y un denodado
esfuerzo por dividir al conjunto social entre buenos/malos;
patriotas/apátridas.
Revolucionarios/contrarrevolucionarios.
Las dictaduras como las de
Pinochet, Videla, merecen una nota especial, porque son expresión de la
confrontación artificiosa pero eficaz de la dicotomía democracia/comunismo, de
modo que su justificación consistía en
la argucia contra el fantasma del
comunismo, cuyos riesgos eran la destrucción de los valores occidentales,
democracia y cristianismo. Artificio que favoreció a países demócratas para justificar
su propia negación, la felonía de condicionar la libertad y negar toda
confrontación de ideas, y, en el devenir, esconder, manipular, sus propias
deficiencias, fallas, injusticias.
Finalmente, en este marco ha de
incluirse la tendencia, en todas y sin excepción alguna de las dictaduras, de
crear un responsable a quien culpar para
esconder y justificar sus fracasos. Los
comunistas y los judíos para Hitler. El bloqueo económico, arguyen los cubanos.
La guerra económica, el imperialismo, la derecha… dice el presidente y el coro
del PSUV. Este es un hecho que arrastra
la humanidad desde siempre, lo inicia
Adán, quien culpa a Eva, ésta a la Culebra, en fin… A estas caracterizaciones
y constantes universales, es
imprescindible observar que toda dictadura,
todo dictador, sean buenos/malos, según
son las relaciones de poder y las
visiones que desde allí se generan,
concluyen siendo mitómanos y esquizofrénicos.
¿QUE TENEMOS EN LA RPV?
Si aplicamos las constantes que
hemos visto arriba, el régimen es una
dictadura terrorista pero muy primitiva.
Chávez y Maduro son dictadores. Pero la organización y control del
estado por los militares y con la
sumisión y complicidad de civiles, bajo el
ideolema de la unión cívico—militar la
hacen una dictadura militar y militarista. El militarismo es toda conducta que
reconoce el poder militar sobre el poder
civil. El soldado sobre el ciudadano.
La disciplina, la fuerza, la capacidad de mando y dirección garantiza su
eficiencia. El respeto, la sumisión, la
obediencia como normas de cohabitación. La fuerza sobre la razón. El
proteccionismo y la seguridad y defensa de la patria en oposición al desorden y
deshonestidad del civil. El militarismo
convierte al civil, incluido el presidente de la república en una
marioneta o en un cómplice cobarde, con
el agravante de que el civil que reconoce el comandante supremo sobre él se
desconoce a sí mismo como ser,
La segunda falacia, la unión
cívico-militar no es menos tragicómica.
Obérvese, primero, que esta tal unión es falsa, tanto en su historia como en su intento de justificarla en la “doctrina bolivariana” sobre la función de los militares en la
conducción política y de gobierno, del dominio
del Estado sobre la sociedad y,
segunda, la identidad
ejercito-pueblo-soberanía, de ésta
garantes, del pueblo protectores y salvadores es igualmente falsa,
inconsistente. Es de sencilla demostración que Bolívar tenía absolutamente
claro cuál era el papel de los militares subordinados al poder civil, y la historia, en su totalidad y en todas
partes, ha probado que un excelente
militar es un buen político, con rigurosa formación académica y visión
abierta de la historia. Y nada es más
verdadera que la vieja y clásica sentencia, "La guerra es un asunto
demasiado serio para dejarla en manos de los militares”. “Debo más a
Aristóteles, mi maestro, que a Filipo, mi padre: éste me dio un reino y aquél
me enseñó a gobernarlo". Alejandro Magno.
Y desde luego, Bolívar debe más a Simón Rodríguez, a la Ilustración, a los griegos, el
pensamiento francés, en fin…
Notas… próximo texto se introduce
con la demostración del papel que Bolívar
da a los militares y…
Americo Dario Gollo Chávez
americod@gmail.com
@americogollo
Zulia - Venezuela
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