SAINETE EN CÁPSULAS
Resulta recurrente y común reprimir en las dictaduras, precisamente lo
que se está germinando en los ánimos de la población. Ahora en ese marco de
caprichos inevitables de un gobierno que a diario nos entretiene con sus
naufragios, ha prohibido el hablar mal del extinto presidente Hugo Chávez en
las oficinas gubernamentales.
La inconsecuente iniciativa es liderada por el diputado Diosdado
Cabello, quien con su garrote televisivo y su acostumbrado manejo de los
sinsentidos, instó a los funcionarios públicos a colocar un indeseable
cartelito en el cual se veta el pronunciar algún alegato impropio, contra aquel
infausto mandatario y su malsano socialismo.
Para detener el desahogo fugaz de nuestro pueblo compungido en sus
contratiempos, ya puede leerse la infeliz frase: ““Aquí no se habla mal de
Chávez”, como marcando un territorio político y despojando de emociones a los
ciudadanos.
Tal vez estamos tentados a
diario, a lanzar cuatro verdades al aire sobre lo dejado por tan inconsecuente
personaje, cuando los sueldos escasos, los elevados precios y la carencia de los
productos prioritarios, engendran en nuestras mentes nuevas palabras
altisonantes, tan sinceras y espontáneas contra el régimen dejado por el
fenecido jefe de Estado, que los estudiosos de la lingüística emprenderían una
comisión para reflexionar sobre la capacidad de multiplicación de sus insultos
por parte del venezolano.
Esta insufrible campaña de hacer callar al pensamiento del pueblo sobre
ese famoso sujeto nacido en Sabaneta y su estafa política, no sólo muestra el
bajo nivel de popularidad de este gobierno, sino expone el derrumbe, previsible
e irremediable, de la imagen de quien desarticuló las instituciones nacionales
sin el menor empacho, para asirse a un poder que el reloj de la vida le
arrebató de las manos.
No sólo veremos cartelitos despiadados, insondables e injustos con la
inconveniente medida en las oficinas públicas, sino además se desplegarán
pancartas, pinturas y murales con la penosa frase, tratando de acunar un
sentimiento perdido hace mucho y deslastrarse de la insalvable carga del
rechazo. El pueblo sólo anhela resultados con la contundencia de un cambio, no
imposiciones desatinadas e inverosímiles propias del absolutismo y la
esclavitud del pensamiento.
A la sombra de esta disposición,
podría especularse sobre qué tan rigurosas se derivarían las sanciones. Por los
momentos serán los propios trabajadores públicos quienes sufrirán los embates
del incumplimiento de esta azarosa prohibición, pues Cabello invitó a denunciar
a los empleados públicos que no se sumen a estas acciones, obligando a la
traición laboral entre compañeros. Muchos no tendrán otra opción, que
encerrarse en el baño de la oficina a desgañitarse con sus insolencias
reprimidas y gritar desconsolados su tragedia.
No estoy seguro si lograrán impedir que la gente vocifere a todo pulmón
sus rabias desmedidas, cuando observen el acrisolado retrato de Chávez ataviado
de militar, común en las dependencias públicas, al lado del aludido cartelito.
Sólo estoy convencido que este artículo jamás será leído a oído de todos
en esos espacios, para no provocar sentimientos contrariados. Mayor será el
peligro que al contener la palabra, se recurra a los hechos, para recobrar el
aliento de este país.
José Luis Zambrano Padauy
zambranopadauy@hotmail.com
@Joseluis5571
Zulia - Venezuela
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