SAINETE EN CÁPSULAS
Mi madre ha sacado el empaque, como el científico que observa con
detenimiento el experimento más cauteloso. Ha vaciado olímpicamente el
contenido, cayendo los corpúsculos de polvo de la harina en el gran envase para
amasar. Mientras se disponía a domar el polvillo mezclado con el agua, leía con
detenimiento la lejana procedencia del insumo.
Le llegó la bolsa de los Comités Locales de Abastecimiento y Producción
(Clap) en las horas molestas de la madrugada y, entre los comestibles, se
hallaba esa harina mexicana, cuya exclusividad era para la elaboración de las
providenciales tortillas y tacos, tan oriundos del país de los charros como es
el pabellón para el venezolano.
Como pudo, mi progenitora logró
darle forma de arepa a esa harina enigmática e inescrutable, mientras yacía
confundida si canturrear algunos compases de nuestra gaita o solaparse sin
remedio en la resonancia de una ranchera.
Desde hace meses nuestra famélica y complicada mesa hogareña, se ha
convertido en una muestra internacional de diferentes artículos de variadas
procedencias.
Perdimos hace tiempo el sosegado procedimiento de seleccionar con buen
humor, entre estantes atiborrados de alimentos, aquellos de mejor calidad o de
marca más predilecta. Hoy se fermentan esos recuerdos, entremezclados con los
de las zarandeadas de los juegos infantiles o los de nuestros amores furtivos.
Mientras las mezquinas bolsas del Clap se establecen como una irritante
forma de mantener dominada a una población con carencias de todo, los
supermercados apenas ofertan productos colombianos, peruanos, brasileños,
uruguayos y hasta bolivianos, a unos inquietantes y elevados precios que deja
como creíble, cualquier relato interplanetario de la inapagable creatividad de
nuestros abuelos.
El nacionalismo no se expande, vociferando cansadas frases en discursos
aburridos o tarareando hasta el fastidio las mismas canciones de los cantores
de siempre.
El amor a la patria yace en propiciar calidad de vida a todos por igual,
sin obligarlos a estar como borregos, sellando su conciencia con un repugnante
carnet o dependientes que por caprichos de los gobernantes, reciban las bolsas
de comida como dádivas a los escrúpulos.
Según la Encuesta sobre Condiciones de Vida en Venezuela (Encovi), la
pobreza aumentó cerca de 82 por ciento en el país el año pasado respecto a
2015, mientras los insuficientes programas sociales oficiales sólo benefician a
28 por ciento de la población.
Por más que contraten a un furibundo seguidor de Albert Einstein o a la
reencarnación de Pitágoras, jamás sus cálculos precisos podrán resolver la
peliaguda ecuación de sufragar con un sueldo de 40 mil bolívares y una cesta
tique de 108 mil, una cesta básica familiar precisada en las alturas de los
832.259,95 en el mes de enero.
Ante la sugerencia de los senadores norteamericanos, que presionan para
la aplicación de la carta democrática a nuestro país, el inefable gobierno
venezolano se salta a la torera todas las normas de incentivo a la producción
nacional, propiciando un menguado plato internacional y la comparecencia de un
pedazo de la OEA en el hogar, ante una representación de cada nación en los
escasos insumos de nuestra dieta diaria, cuando no es el ayuno forzado el que
se sienta a la cabecera.
José Luis Zambrano Padauy
jzambranopadauy@yahoo.com
zambranopadauy@hotmail.com
@Joseluis5571
Zulia - Venezuela
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