AL COMPÁS DE LA CIENCIA
Hablar de héroes en nuestro país evoca de manera automática
a figuras militares que, acordes con su formación, recurren a la guerra y al
léxico bélico como principales vehículos de relación con su sociedad. En esos
altares están los guerreros de la independencia, acompañados ahora por unos
supuestos ídolos de oscuro pasado militar y personajes contemporáneos de
ficticias glorias castrenses.
Para enderezar tal sesgo interpretativo es necesario
rescatar para la memoria histórica de la nación a venezolanos que decidieron
trabajar bajo las banderas de la civilidad, de la educación, de la ciencia, del
estudio y la bonhomía. Figuras como José María Vargas, Cecilio Acosta, Teresa
de la Parra, Alberto Adriani, Lya Imber de Coronil, Arnoldo Gabaldón, por citar
unos pocos de una larga lista de gente empeñada en ver al país no como cuartel
sino como república civil y asiento de los más altos valores ciudadanos.
Uno de tales héroes civiles es Francisco De Venanzi, Rector
Magnífico de la Universidad Central de Venezuela (UCV), cuya trayectoria en los
difíciles años posteriores a la caída del dictador Marcos Pérez Jiménez (1958 a
1963) dejó una huella indeleble en la Universidad y la sociedad venezolana,
reflejada estos días en los múltiples actos con ocasión del centenario de su
nacimiento, ocurrido el 12 de marzo de 1917, a escasos meses de la creación de
la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales el 19 de junio de ese
año.
Queriendo ser arquitecto y no pudiéndolo por inexistencia
de tal disciplina en las restringidas universidades de la época, dirigió sus
esfuerzos estudiantiles a la medicina, motivado según propias palabras por su
continuo contacto desde la infancia con médicos y centros hospitalarios donde
atendían su precaria salud.
Ya graduado y con pasantías de postgrado en el exterior,
renuncia en 1951 a la UCV con otros profesores, en protesta por la intervención
de la dictadura en los destinos universitarios. Se incorpora en 1952 al
Instituto de Investigaciones Médicas de la Fundación Luis Roche. Allí él,
Marcel Roche y otros jóvenes investigadores sembraron la semilla de lo que a
partir de 1958 serían núcleos
científicos en la UCV y el Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas
(IVIC). Su febril actividad investigativa lo llevó a estudiar anemias rurales,
bocio endémico, diabetes, desnutrición, patologías relacionadas con la pobreza.
En la década de 1950, en medio de la oscuridad dictatorial,
se dispone con otros colegas a fundar la Asociación Venezolana para el Avance
de la Ciencia (AsoVAC) y es actor principal en la creación de la revista Acta
Científica Venezolana, como medio de trasmisión de nuevos conocimientos.
En 1958 es llamado por la junta provisional de gobierno
para encargarlo de la rectoría de la UCV. Es en esa posición, extendida hasta
1963 por elecciones internas, que conduce su más trascendental recorrido como
arquitecto de esa universidad renovada que la nación requería para su
desarrollo.
Fiel a su concepción de una universidad autónoma, con libertad
de cátedra, abierta a la discusión de ideas, democrática, sintonizada con las
necesidades del país y consciente de la importancia de las ciencias en el
devenir moderno de la sociedad, De Venanzi hace realidad sus sueños: reorganiza
la UCV, crea la Facultad de Ciencias, el Centro de Estudios del Desarrollo
(CENDES) y otras dependencias, dedica esfuerzos a la aprobación de una ley de
universidades garante de los principios que le son caros; consciente de la
relevancia de la investigación científica y de la publicación de resultados
experimentales, crea el Consejo de Desarrollo Científico y Humanístico (CDCH),
la Asociación para el Progreso de la Investigación Universitaria (APIU), la
Imprenta Universitaria.
Hizo todo esto y más en medio de crecientes achaques de
salud y a contracorriente de los sinsabores de la amarga subversión política
iniciada en Venezuela a principios de los años ’60, uno de cuyos asientos
fueron los campos universitarios, en abusiva interpretación de la autonomía.
Ello le confiere un matiz heroico a la labor de ese ciudadano que cuando niño
quiso ser arquitecto y que al no poderlo, se convirtió en arquitecto de
civilidad para una nación que entonces despertaba de la modorra dictatorial.
Serán sus enseñanzas de entonces, su mensaje al claustro,
los que deberemos mantener vivos para el momento civilizador que llegará
también para nosotros, más temprano que tarde.
Gioconda San Blas
gsanblas@gmail.com
@daVinci1412
Miranda - Venezuela
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