Una
constante de los análisis menos sesgados durante la pasada campaña electoral en
Argentina era la incertidumbre. ¿Alcanzaría Daniel Scioli la mítica cifra del
40% que le hubiera permitido evitar el ballotage en el caso de que su
diferencia de votos con el segundo, Mauricio Macri, superara los 10 puntos
porcentuales?
Tras
la noche del domingo y ya con buena parte de los resultados finalmente
develados se ha visto como la incertidumbre ha mutado en sorpresa, tanto por la
apretada a la vez que inesperada diferencia de votos entre los principales
candidatos, menos del 3%, como por el tsunami político que ha supuesto la
derrota del kirchnerismo en la Provincia de Buenos Aires.
El
resultado de la primera vuelta mejora notablemente las expectativas de Macri,
pero una vez restablecida la campaña, y a la espera de nuevas encuestas, la
incertidumbre vuelve a primar. De momento cualquiera puede ganar los comicios
del próximo 22 de noviembre, especialmente si partimos de la premisa de que
toda segunda vuelta es una nueva elección. Y una vez más, la ecuación electoral
se resolverá entre las ansias de cambio de buena parte de la ciudadanía,
después de 12 años de kirchnerismo, y el deseo de mantener lo logrado
manifestado por otra porción no menor del electorado.
La
clave del resultado dependerá en buena medida de aquellos que en la primera
vuelta han votado por Sergio Massa (más de un 21%) y del apoyo que quieran dar
a cualquiera de los dos contendientes en liza. A la hora de valorar el peso del
voto conservador (= oficialismo) recordemos que aproximadamente el 40% del
electorado depende del presupuesto del estado (empleados públicos, jubilados y
beneficiarios de planes sociales).
Lo
primero que habría que considerar de los resultados de la pasada elección son
sus efectos beneficiosos para la democracia argentina, quienquiera que sea el
próximo presidente. Al haber sólo dos candidatos la elección se polarizará,
pero al mismo tiempo se ha evitado la consolidación de un hegemonismo, el
“modelo” kirchnerista, que hubiera tenido efectos devastadores sobre la salud
institucional y la moral republicana de los argentinos. La ultraverticalidad de
los últimos años dará lugar a un escenario donde el diálogo, las alianzas y el
parlamento tendrán un protagonismo desconocido en el pasado reciente.
Hasta
ahora Cristina Fernández había logrado atravesar inmune este tipo de
adversidades, pero parece que el cambio de época política la puede afectar de
forma importante.
El
tsunami de Buenos Aires también generará importantes movimientos tectónicos
dentro del peronismo. Muchos caudillos tradicionales del conurbano han sido
desalojados de las poltronas a las que llevaban largo tiempo abrazadas y que
eran el origen de muchos de los casos de corrupción económica y política
recientemente ventilados. Los deseos de ajuste de cuentas ya han comenzado y
los pedidos de responsabilidad aumentarán con el correr de los días. Hasta
ahora Cristina Fernández había logrado atravesar inmune este tipo de
adversidades, pero parece que el cambio de época política la puede afectar de
forma importante.
Del
resultado del próximo 22 también dependerán las opciones del kirchnerismo de
perpetuarse como corriente independiente dentro del peronismo o de ser barrido
a medio plazo de las instancias decisorias del movimiento. En ese caso su
capacidad de perpetuarse como proyecto autónomo es bastante limitada,
especialmente si se mueve al margen del dinero público. Mucho me temo que la
fidelidad eterna que juraban a Fernández “los pibes por la revolución” se irá
disolviendo de forma paralela a su alejamiento de los cargos oficiales que
actualmente ostentan.
Los
desafíos y condicionantes para el nuevo gobierno siguen siendo considerables.
Las dificultades económicas requieren soluciones drásticas y contundentes
alejadas de la frivolidad característica de la conducta funcionarial del actual
ministro económico Axel Kicillof. Recuperar la confianza del mundo no será
tarea de un día y ni siquiera de una fuerte devaluación o de una negociación
más o menos exitosa con los “fondos buitres”, que probablemente tras el relevo
gubernamental cambien de nombre. La seguridad jurídica, el cumplimiento de los
contratos y de la palabra empeñada, la seriedad en la relación con los amigos y
aliados tradicionales del país debe volver a ser la norma, dejando las
excentricidades moscovitas para un lugar secundario.
La
llegada del nuevo gobierno también debe tener repercusiones para la política
regional. Días antes del relevo presidencial se habrán celebrado las elecciones
legislativas en Venezuela y el otrora apoyo incondicional a Maduro y a las
opacas maniobras de Unasur deberá dar lugar a posiciones más críticas. Toda una
revolución en las aguas cada vez más movidas del continente. Los resultados en
las elecciones presidenciales de Guatemala y en las locales y regionales de
Colombia también lo confirman.
Carlos
Malamud
cmlamamud@geo.uned.es
@CarlosMalamud
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