Vía
tuiter, me llegó un bien estructurado informe escrito por Gloria Bastidas sobre
el comportamiento del general Matthei el día 05 de octubre de 1988, cuando el
Alto Mando Militar reconoció el triunfo de la oposición, en el plebiscito
convocado por el general Pinochet luego de 13 años de férrea dictadura.
La
idea fue contrastar el comportamiento de los militares en un momento decisivo
en la historia de Chile: ¿Reconocerían el triunfo de la oposición, entregaban
el gobierno, se someterían al mando civil, con el que pudieran asumir los
militares venezolanos el próximo 06 de diciembre, ante una situación similar?.
Se parte que ante una crisis tan profunda las fuerzas armadas podrían obligar a
maduro, a sus aliados en el gobierno y fuera de él, a reconocer el resultado
electoral que le otorgare a la oposición la mayoría parlamentaria, capaz
incluso, de convocar una constituyente.
Observo en el escrito un inevitable deseo de fe, la necesidad agónica en
lo humano de expresar su esencia: el disfrute de la libertad, el triunfo de la
razón sobre la fuerza, la evolución indetenible de la humanidad frente a las
atávicas manifestaciones del instinto de
sobrevivencia, cuando aún el homínido compartía el espacio con los
tiranosaurios. Por eso nos aferramos a cualquier posibilidad que signifique
vida, existencia digna, aun si ésta fuere una ilusión.
Yo
también me uno a la necesidad de creer. Sin embargo, se impone una delimitación
de realidades, para lo cual extraeré la síntesis de los ensayos realizados por
el exparlamentario, y luego exembajador de Venezuela en Chile, Julio César
Moreno León, quien en ellos ha detallado las causas y efectos de los
acontecimientos ocurridos en aquél momento de la historia chilena.
En
primer lugar, nos recuerda que aún en medio de una dictadura, la tradición del
respeto a lo jurídico subsistía en Chile; seguido por la necesidad cultural de
otorgarle legalidad a las acciones que forzaron la intervención militar para
detener los desmanes de un gobierno enloquecido, que pretendió imponerle al
país un modelo ideológico por encima del orden legal, dirigido a la inevitable
guerra civil, la anarquía, y la disolución del país; lo que culminó en la
cruenta dictadura militar (pero no más
cruenta que cualquier dictadura marxista, de las que han existido, agregaría
yo).
Ese es el elemento diferenciador de aquellas fuerzas armadas chilenas y
las de venezuela. Las nuestras son el brazo armado del sistema. En realidad la
fuerza armada venezolana es el sistema mismo, embrocado con los delincuentes
civiles que ostentan el poder público, hasta convertirse en Estado Forajido.
Los militares chilenos, de férrea formación académica, jamás negociaron
sus fronteras para sostenerse en el poder, preservaron la integridad
territorial, le dieron continuidad a la nación y fortaleza estructural a su
economía; no desbancaron el erario nacional, y salvo muy identificables casos de corrupción, no se
dedicaron a la frivolidad de la ostentación del dinero mal habido, y menos en
utilizar las instituciones del estado para favorecer al terrorismo
internacional, el narcotráfico y la desestabilizar las instituciones de países
amigos.
Juan
Jose Monsant Aristimuño
jjmonsant@gmail.com
@jjmonsant
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