Ya las horas pesan después de estar sumergido
en el sempiterno videojuego bélico llamado “Call of Duty”, cuyas entregas han
saturado de balas, empellones y refriegas agresivas a los más asiduos de este
tipo de género.
Bajo camuflajes en
selva agreste o sorteando vericuetos de escarpados en una sarta de escenarios,
año tras años los realizadores de estos videojuegos entregan una fórmula que
parece ya desgastada. Pero hoy Venezuela pudiese inspirar y catapultar una
historia nueva, casi surrealista, con personajes dignos de enconos y
soporíferos hechos noticiosos que no cabrían ni en la cabeza de los más
ingeniosos creadores de estas fabuladas vivencias de echar plomo en una
pantalla.
Perfecto escenario
para iniciar la acometida de jugar sin freno, con presos políticos, burlescos
subterfugios de los jerarcas gubernamentales y una población apabullada para
conseguir alimento.
Me digno a sentarme a
jugar esta cruenta e imaginaria comparativa de la realidad de un videojuego,
con las desavenencias cotidianas de mi amado país. Soy un soldado que mantiene
su arsenal repleto en ideas e intenciones concretas. Pese a poderse escapar la
bala del desconcierto, la batalla apenas comienza. El propósito es repeler el
ataque demagógico de escaramuzas, referidas al show guyanés, las bufonadas
irresponsabilidades en la frontera o subir el salario mínimo en el tiempo más
inapropiado, que no han fortalecido a la trinchera enemiga.
El batallón está
repleto de intenciones reformadoras. El disparo certero se realizará con el
índice en el blanco de un tarjetón, que modificará todos los vértices
nacionales, para levantar a un país de las ruinas.
Los fusiles están
prestos, pero para flamear paz, justicia y bienaventuranza. Basta de ver
desplomarse muertos, para coleccionar desdichas. La idea es irrumpir con la
posibilidad de una nación progresista, apañada de valores y no de envidias
perturbadoras. Los estrategas tienen su mapa de batalla bien trazado. Los
flancos están reguarnecidos con la propia sazón del interés colectivo.
Antes los escuadrones
de los dos bandos eran parejos en números y combatientes. Hoy un descontento
masivo por subidas constantes de precios, inapropiadas colas, inseguridad
extrema y una pésima calidad de vida, han permitido que el bando azul posea más
soldados de la verdad, que en el rojo de la ingenuidad, pues permanecen
alistados con la gualdrapa de la equidad y con sueños perfumados con el bien de
las mayorías.
Será una batalla
asistida con la funda cerrada, pero con el corazón franco hacia una nueva
alborada. No más derramamiento de sangre. Esta guerra se gana con alegatos; con
la furia amatoria de un país lleno de riqueza, pero ahogado con la inmundicia
de los engaños, abaratados en discursos que sólo buscan el empobrecimiento de
una nación.
No hace falta estar
asido a un control de un ficticio “Call of Brutis”, para entender que vivimos
en un país en guerra. No esa idiotizante excusa de una “guerra económica”,
sostenida por supuestos empresarios que, tras expropiaciones, han emigrado a
otros países a invertir sus recursos, sino con el entendimiento claro que el
socialismo sólo hunde cada día a una Venezuela que, desde sus ancestros, posee
todas las virtudes para prosperar.
EL LLAMADO DEL DEBER
José Luis Zambrano Padauy
zambranopadauy@hotmail.com
@Joseluis5571
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