Ya
era hora. Tenía que suceder algún día. Muchos venezolanos, dentro y fuera del
territorio nacional, consideran que la respuesta ha sido tardía. 0tros optan
por la resignación y la aceptación de lo que sucede. Porque lo importante es
que, finalmente, muchos países, gobiernos y estados, han tenido que revisar su
apreciación de los años anteriores, montarla en el presente, y aceptar que no
es normal lo que sucede en esta parte del mundo.
No
solamente en razón de que no hay nada que no sea escaso. Porque la anomalía es
tan válida cuando se buscan y no se encuentran alimentos; cuando se procura un
médico y ya no está en el país. Tan anormal que cuando te captura una
enfermedad crónica y necesitas medicarte continuamente, es probable que la
muerte te gane la pelea sin tener que haber sudado porque no se pueden comprar
las medicinas que se necesitan.
Tan ya no sorprendente, sin embargo, es que cualquier día y en cualquier lugar del país, en un atraco, en un secuestro o “en un cruce de balas”, la batalla que le ganaste a la muerte en alguna enfermedad o en una intervención quirúrgica, te la arrebata el adolescente, el muchacho o el adulto ocioso. Y ni siquiera porque se lo propuso. Es que, como ya también es componente activo de la nueva cultura delincuencial en el país, pudiera ser porque “me dio la gana”. O, mejor, “porque trabajo con un chivo y lo que tu digas me resbala”.
En
Venezuela, “trabajar con y para un chivo”, es la manera “más confiable y segura
de conquistar el Cielo”. Te convierte en el benefactor por excelencia del
reinado de la impunidad. Y, cuando no, garantiza la gloria de los caídos en
nombre del “chivo”, del corral donde pasta el animal; hasta del propio Cielo
que es posible crear en los ambientes en donde sólo vence la fuerza de quien
administra una cuota de poder, sin que importe el tipo y la calidad del poder.
Basta con presumir tenerlo, ejercerlo y convertirlo en su arma de dominio
social. Sólo que en el país es la madre y el padre de más de 25.000 muertes
violentas cada año y de más de 60.000 heridos, siempre en un ambiente de
violencia infinita.
En
fin, todo eso, después de todo, no pasa de ser una raya más en el cuero curtido
por el sol y las decepciones de millones de venezolanos, sin importar género,
edad o condición social. Es la raya del día a día que una parte importante de
esos millones, sencillamente, ha decidido convertir en un arma activa y
efectiva para defenderse de una vez por todas: en un voto. Un recurso válido,
serio y poderoso al que recurren los ciudadanos que creen en la Democracia, la
pregonan y se empeñan en practicarla cada vez que se presentan las oportunidades.
Votar
en Venezuela el 6 de diciembre es, entonces, ese recurso. También el activador
de la maltrecha, golpeada, pisoteada y hasta olvidada esperanza. Pero esperanza
al fin. Quizás, estiman miles, la necesaria válvula de escape de una sociedad a
la que, inconsultamente, se le convirtió en conejillo de indias para hacer
de su país, de su Patria, el prototipo
mundial de una revolución socialista distinta a la que vivieron decenas de
países durante el Siglo XX, y cuyo final fue lo que dice la historia: de
hambre, de odios, de resentimientos, de venganza macerada a lo largo de su
vigencia, de muerte.
Actualmente,
en Venezuela el voto del 6D no es un voto más. Registra las características de
ser esa vía de escape, la alternativa funcional para hacer saber que, como en
otras partes del mundo, aquí la falsa y frustrante propuesta política del socialismo
revolucionario terminó convirtiéndose en una simple caricatura histórica
delineada con una brocha gorda. También en una desafortunada causa para enfrentamientos
entre hermanos, en un culto enfermizo al resentimiento social, en una adoración
permanente al odio, en la siembra inquietante sobre terreno fértil de un ansia
de “facturar rabias”.
Está
en manos de quienes tienen la responsabilidad de hacerlo, y de manera
transparente, dar todos los pasos necesarios y adecuados para que el proceso
electoral se desarrolle en un ambiente de paz, tranquilidad, armonía y respeto.
Que le transmitan a la población electora la seguridad de que su participación
en el evento, será la que le permite y consagra como derecho ciudadano la
Constitución vigente de la República Bolivariana de Venezuela. No que es una
concesión de grupos privilegiados que actúan a favor de hombres y mujeres
escogidos para que respalden o cuestionen a unos o a otros.
Por
supuesto, sobre las espaldas de las autoridades del Poder Electoral y de todos
a los que cada venezolano ajeno a esas posiciones les cancela salarios y
beneficios sociales como servidores públicos, reposa hoy la mayor y más delicada
tarea: la de ser un verdadero Poder Electoral, motivado por la obligación de
garantizar eficiencia y pulcritud en sus servicios, y respaldado operativamente
por la actuación no sesgada de la institución armada. Mejor dicho, de ese mismo
contingente uniformado que fue capaz de sumarse a los millones de ciudadanos
que decidieron construir Democracia civil en el país a finales de la década de
los cincuenta.
¿Ingenuidad?.
¿Estupidez? ¿Necedad?. No se es ingenuo cuando la voluntad, la exhortación y la
expresión es a favor de la civilización; a la conducta racional e inteligente.
No se es estúpido cuando el llamado es a evitar osadías que conduzcan a
anarquías alentadas por la barbarie. Mucho menos se es necio cuando, por
sincero y sentido amor al país, se trata de motivar a la búsqueda de los
acercamientos imprescindibles y siempre valiosos entre los componentes del
liderazgo que se adversa, para que impidan desenlaces ajenos a los que plantea,
en sí mismo, el proceso comicial.
Irresponsablemente, se rechaza toda posibilidad de la observación internacional en el país durante ese mismo proceso, mientras se pregonan transparencias, perfecciones, exactitudes tecnológicas y conductas humanas a la par de lo inmaculado. ¿Es que acaso la misma realidad política, social y económica actual a la que se ha traído al país, es posible conducirla o de administrarla a partir de devociones sectarias? Y, ¿“si no la debes, a qué le temes”?. ¿0 es que todo es un asunto de presunciones y no de convicciones, por aquello de que “dime de qué presumes y te diré de qué careces?”.
Los
0jos del Mundo Democrático, que no son pocos, están puestos en el país. Sobre
todo, y de manera muy especial, en las condiciones oficiales y constitucionales
aprobadas para que las elecciones se lleven a cabo de acuerdo a lo que han
establecido las leyes que las rigen. Y, desde luego, en las otras condiciones:
aquellas que garantizarán las autoridades para que la ciudadanía se pronuncie libremente.
A
menos de treinta días para que el evento se desarrolle, no hay marcha atrás:
para que se celebre, ni se desvirtúe en su objetivo. Tampoco, por supuesto,
para que se quiera convertir en una finalidad violenta en sí misma, apelándose
a fundamentalismos irracionales; a fanatismos que sólo pudieran terminar
impidiendo aquello que la racionalidad también prevaleciente en el seno del
Partido Socialista Unido de Venezuela, se plantea a diario: la recuperación
real de su organización partidista, a pesar de los fracasos gubernamentales, a
pesar de las derrotas electorales.
Es
el momento de poner la inteligencia, la ponderación y la fortaleza espiritual
al servicio de Venezuela. Equivocarse en la interpretación de ese reto
histórico, es errar -ahora sí- por
necios.
Egildo
Lujan Navas
egildolujan@gmail.com
@egildolujan
Miranda
– Venezuela
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