Quizá fue un chip incrustado
en la suela del zapato, o diluido en un fuerte café ingerido en el bar del
hotel donde Sean Penn se hospedó nomás llegar a México, lo que hizo que el
servicio secreto de la Marina mexicana, lograra finalmente ubicar el escondite
del “Chapo Guzmán”. Meses de seguimiento a este actor norteamericano
identificado con las causas más antisistema del planeta, comenzando con la de
su fallecido amigo Hugo Chávez, sumadas a las escuchas telefónicas de las
conversaciones que la actriz Katy del Castillo sostenía con “El Chapo”, hizo de
ellos un objetivo de seguimiento del gobierno mexicano y, posiblemente de la
DEA, ese organismo que hace temblar a los jerarcas del gobierno venezolano,
cada vez que se “filtra” una investigación, lo que condujo a la captura del
famoso traficante.
Ante todo, habría que
preguntarse si vale la pena poseer tal poder armado, unido a decenas de
millones de dólares, para vivir como una alimaña entre escombros, escondido,
sin poder disfrutar libremente de la luz solar en cualquier parte del mundo al
lado de una mujer, sus hijos o amigos; o en soledad, con un libro, aunque
cuando uno está con un libro no está solo. Pero las respuestas serían de tal
profundidad psicológica, antropológica, económica y socioculturales, que
estarían fuera del alcance de mi capacidad cognoscitiva, formado más en la
simplicidad del bien y el mal.
Lo que nos mueve a reflexión,
es lo que Vargas Llosa tituló la “Sociedad del espectáculo” que, a la par de su
contenido, el título mismo es un libro. Sucede igual que con Adriano González
León y “País portátil”, que hoy cobra mayor significación el título de su libro
en la desgarrada Venezuela. Si solo hubieren escrito esas líneas, en mancheta,
ya se hubieran sustantivado; no habría necesidad de explicar nada, como si
fuera la palabra océano, territorio, genocidio, franciscano, budista o,
terrorista.
El hecho es que tanto Penn
como del Castillo sucumbieron a la tentación de ejercer el periodismo, pero no
son periodistas; son actores, viven del espectáculo, lo que conlleva una
sicología muy especial: el ego como instrumento laboral; porque en el mundo del
espectáculo se traduce en fama y la fama en dinero y el dinero en poder.
Cualquier profesional del periodismo, de las letras en general, por ejemplo si
a Thays Peñalver, Manuel Felipe Sierra, Álvaro Cruz, Anderson Copper, Arturo
Pérez-Reverte o Patricia Janiot se le presenta la oportunidad de entrevistar,
sin condiciones, al Chapo, al mismísimo Abu Bakr al-Baghdadi, jefe del Califato
Islámico o a la reina Leticia de España, estoy seguro que lo harían, y deberían
hacerlo, porque su objetivo es informar, dar a conocer, investigar, hacer
pedagogía. Su intención no sería banalizar los hechos, despojándolos de su
significado y trascendencia; mucho menos, rendir apología al delito,
relativizando el mal, transformando un delincuente en un héroe popular.
No creo que Sean Peen sea
Ryszard Kapuscinski ni Kate del Castillo Oriana Fallaci. No sé si Penn y del
Castillo han cometido delito alguno en su ruta por entrevistar a un señalado
asesino y narcotraficante mexicano. Pero es obvio que las efímeras luces de
neón, la frivolidad y la relatividad moral privaron sobre la realidad, la ética
y el Bien Común de la sociedad.
Juan Jose Monsant Aristimuño
jjmonsant@gmail.com
@jjmonsant
El Salvador
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