Algunos académicos
aseguran que la naturaleza intrínseca de la crisis fuerza su brevedad; mientras
que, su eventual prolongación indefinida, indicaría un problema de carácter estructural.
Sin embargo, cabe preguntarse: ¿Acaso unas cuantas décadas son algo más que sólo un instante en
la historia de una República?
Venezuela entró
formalmente en una situación de crisis económica el 18 de febrero de 1983, día que se
conoce en nuestra historia criolla como el Viernes Negro; mientras que la crisis política, en
gran medida originada por la subestimación y la gestión deficiente de la primera, se hizo
evidente 6 años después, con el llamado Caracazo del 27 de febrero de 1989, siendo confirmada
por las posteriores intentonas golpistas de 1992 y por el “Golpe de
Palacio” que se
consumó en 1993. Así, pues, esta crisis económica y política, la cual suma en su haber casi 33
años, ha tenido varios hitos a lo largo de su existencia, a saber: 1983, 1989, 1992-1993,
1998-1999 y 2002-2003.
Me refiero a aquellas
ocasiones cuando se desata una vorágine, como consecuencia de la alineación de una
serie de variables económicas, políticas y sociales, en clara dirección hacia cambios
sustanciales en las estructuras política y económica del país. Hay instantes así en la vida
republicana, algunos previsibles, otros no, cuando el demiurgo de la historia sale de su letargo
para gestar un momentum, un punto de inflexión o un nuevo orden y ethos colectivo.
El último
de estos hitos ha signado claramente los siguientes 13 años de nuestra historia. El 2016, sin lugar a
dudas, será un año de definiciones para Venezuela.
El imperativo de las circunstancias así
nos lo revela. Es aún temprano para anticipar con precisión la magnitud de los cambios
referidos; pero, muy seguramente, dejarán una fuerte impronta, por lo menos, para los
próximos diez años. Lo ideal sería que la sociedad venezolana aprovechara la gran oportunidad
que encierra esta crisis para decidir conscientemente su destino y
atender con templanza
el verdadero fondo de la misma, teniendo claramente identificadas las consecuencias más
factibles de su decisión y estando bien dispuesta a asumir las responsabilidades a
lugar; sin procrastinar, por más tiempo, un acto volitivo creador de su parte, por incómodo y
difícil que pueda parecer. Hay que tener presente que por omisión también decidimos;
sin embargo, los pueblos que deciden su destino por omisión se condenan a una
existencia mediocre en todos los órdenes de su existencia republicana y ponen en riesgo su
soberanía.
Ésta es una gran
oportunidad, insisto, porque nos invita a actualizar nuestro Proyecto Nacional de una forma
verdaderamente incluyente, con la humildad necesaria para reconocer nuestros
errores, pasados y presentes, siempre con la más firme voluntad de enmendar nuestro
camino y de adecuarlo eficientemente al signo de los nuevos tiempos sin sacrificar nuestra
propia naturaleza. Si optamos por sacar el máximo provecho de esta oportunidad
histórica, lo que decidamos durante el 2016 pudiera influir grandemente en el
resto del siglo XXI
venezolano.
En este sentido, se
nos muestra urgente la necesidad de exorcizar, de una vez por todas, los espectros
decimonónicos y coloniales que aún habitan en nuestro inconsciente colectivo y dejar insistir
tozudamente en querer forzar la historia, ya que todo ello sólo nos puede conducir al círculo
vicioso de la manipulación, el autoengaño y la asfixia de cualquier oportunidad de
sanación y desarrollo sustentable con modelos que axiomáticamente conducen al desastre.
La actual crisis
política y económica que vive Venezuela es una expresión, casi apocalíptica, de la
gran crisis económica y política que se hizo evidente en la década del 80 y su resolución
definitiva pasa, ciertamente, por una redefinición seria, madura e incluyente del Proyecto Nacional
Venezolano; cualquier otra tentativa es una peligrosa quimera, tal como nos hemos
encargado de probarlo durante todo este tiempo: despreciando a los partidos políticos y
a la política en general; priorizando, en la búsqueda de soluciones, a mesías salvadores por
encima de las ideas y las instituciones; siendo débiles ante las manipulaciones
sustentadas en el culto a la personalidad, la demagogia populista y la retórica polarizante
del resentimiento social; identificando cómodamente a los culpables siempre afuera;
profundizando la división entre conciudadanos; y repitiendo, tercamente y con mayor intensidad,
los mismos desaciertos que nos llevaron al caos, entre otros.
Estamos ante una
coyuntura histórica que determinará si el futuro próximo de Venezuela estará signado por la
redefinición de su Proyecto Nacional, la reinstitucionalización democratizante del
país, el retorno del Estado de Derecho y la liberalización de los mercados con miras a
atender la urgente e impostergable necesidad de abastecer, dinamizar y diversificar la
economía; o, por el contrario, si Venezuela tendrá que sufrir la prolongación
indefinida de esta gran crisis, bajo su actual fase de totalitarismo populista, conocida como V
República o Socialismo del Siglo XXI, la cual se constituye en el intento más radical y
disociado de un sector de la sociedad por aferrarse al agotado Modelo Rentista.
Roldán José Montoya
Feo
montoyafeo@gmail.com
@feo50378
Carabobo - Venezuela
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