Este hombre no pedía disculpas por sus posiciones
conservadoras. Se propuso, y en gran medida lo logró, poner freno a la
tendencia de la Corte Suprema presidida por Earl Warren de usurpar los poderes
del Congreso legislando desde sus cargos vitalicios y sin rendir cuentas a la
ciudadanía.
Quienes defendemos la santidad de la vida humana
expresada en el derecho a la vida del no nacido lloramos la muerte de Antonín
Scalía, un gigante de la jurisprudencia americana y nuestro campeón más
formidable en esta lucha entre el materialismo y el espiritualismo que amenaza
con desmembrar a la sociedad norteamericana. Un católico que vivió su fe y
actuó en concordancia con sus principios. Una versión contemporánea del
"paterfamilias romano" de la cultura de sus antepasados, de la cual
Scalía se sentía orgulloso. Sus nueve hijos y tres docenas de nietos son
testimonio viviente de la labor edificante en la Tierra de aquel verdadero
gigante del espíritu. Quienes fuimos instruidos por sus enseñanzas y
estimulados por su ejemplo compartimos hoy el luto de su esposa, hijos y
nietos.
Scalía fue nominado al alto tribunal por el Presidente
Ronald Reagan y tomó posesión del cargo el 26 de septiembre de 1986. Scalía fue
en el mundo de la jurisprudencia lo que fue Reagan en el mundo de la política.
Fue desde un principio un abierto crítico del aborto, de la acción afirmativa y
de la llamada "agenda homosexual". Este hombre no pedía disculpas por
sus posiciones conservadoras. Se propuso, y en gran medida lo logró, poner
freno a la tendencia de la Corte Suprema presidida por Earl Warren de usurpar
los poderes del Congreso legislando desde sus cargos vitalicios y sin rendir
cuentas a la ciudadanía. Aunque el tema sería muy largo de tratar en este
trabajo me opongo categóricamente a todo cargo vitalicio, porque alimenta la
arrogancia de quién lo ostenta y conduce con frecuencia al abuso de poder. Pero
ese sería tema para otro día.
Ahora bien, la mayor contribución de Scalía a la
filosofía conservadora dentro de la jurisprudencia fue lo que muchos han dado
en llamar su "Doctrina del Originalismo". De acuerdo con la misma, la
constitución debe de ser interpretada textualmente y según fue redactada por
sus autores originales con el objeto de dar respuesta a los asuntos de su
tiempo. Condenó a quienes la interpretan como un documento viviente y se escudan
en ella para promover ideologías encaminadas a transformar los principios y
subvertir los valores actuales de la sociedad norteamericana. Esta es la
posición del aprendiz de jurista que desde la Casa Blanca gobierna por decretos
inconstitucionales destinados al basurero de la historia cuando lo sustituya un
presidente que de verdad respete la constitución.
Pero eso no impedirá que Obama y su cohorte en el
Congreso se apresuren ahora a nombrar un sustituto para el magistrado Scalía.
Ya están haciendo ruido y profiriendo amenazas los Harry Reid, los Patrick
Leahy y la Nancy Pelosi, quienes sin duda contarán con el respaldo de esa
prensa contaminada por el virus de la izquierda fanática. Ven esta situación
como una oportunidad extraordinaria de avanzar su agenda de aborto
indiscriminado, matrimonios homosexuales y gobierno omnipotente. Para ello
sacarán todos sus cañones y la batalla será de proporciones siderales en unas
elecciones presidenciales que estarán matizadas por una animosidad sin
precedentes en los últimos 50 años.
Es cierto que desde el punto de vista legal Obama tiene
el deber--que los demócratas presentarán como derecho a que se respete su
voluntad-- de nominar a los candidatos a la Corte Suprema. Así está estipulado
con claridad en el Artículo II, Sección 2, Clausula 2 de la Constitución
Norteamericana. El Mesías ha dicho que someterá pronto un candidato ante el
Comité Judicial del Senado. Su presidente, el republicano Chuck Grassley ha
expresado la opinión de que un presidente en sus últimos meses de gobierno debe
dejar la decisión para su sucesor. El demócrata de mayor rango en el comité,
Patrick Leahy, insiste en que el nominado por el presidente debe de ser
aprobado. Está trazada la raya en la arena y podemos esperar que pronto empiece
la artillería pesada.
Sobre todo, si tenemos en cuenta que, para que su
candidato sea aprobado por la súper mayoría del procedimiento regular del
senado, Obama necesita los votos de 60 senadores, los 46 demócratas y 14
republicanos, que difícilmente logrará porque no vislumbramos la posibilidad de
que algún republicano cometa suicidio político en este año de elecciones.
Porque aquellos republicanos que votasen con el presidente y vayan a reelección
en este 2016 arriesgarían ser retados en las primarias por otros candidatos de
su partido, con altas probabilidades de perder su curul.
Tenemos por otra parte un argumento político, respaldado
al mismo tiempo por preceptos constitucionales. Este argumento es de mucha
mayor trascendencia para la nación que el simple argumento jurídico esgrimido
por Obama y sus aliados en el Senado. Los redactores originales de la
constitución vislumbraron los peligros de un ejecutivo desbocado como el de
Barack Obama. Para contenerlo otorgaron al Senado el poder de ponerle freno por
medio del sistema de "asesoramiento y consentimiento" (Advise and
consent en inglés).
A este presidente se le aplica como "anillo al
dedo". En su agenda de transformar en forma radical a la sociedad
norteamericana, Obama ya ha puesto en la Corte Suprema a las zurdas Elena Kagan
y Sonia Sotomayor. Si se le permite el nombramiento de un magistrado con la
misma rigidez ideológica el daño sería catastrófico y perduraría por más tiempo
del que ha hecho hasta ahora. Una Corte Suprema dominada por una izquierda militante
echaría por el piso la labor de restauración del equilibrio jurídico realizada
por Scalía en sus 30 años de servicio en el alto tribunal.
Ahora bien, siendo Obama quién nos ha demostrado ser en
estos siete años, si no le aprueban a su nominado apelará a una de sus
acostumbradas opciones nucleares. Optará por esperar a que el Senado se declare
en receso y hará lo que se llama un "nombramiento en receso", (Recess
Appointment en inglés). En los más de doscientos años de esta república se han
producido solamente doce nombramientos en receso, los cuales se han convertido
en muy controversiales en los últimos tiempos. Para ello, se amparará bajo el
ya mencionado Artículo II, Sección II de la Constitución Norteamericana en la
parte donde estipula: "El presidente tendrá la potestad de llenar una
vacante que pueda tener lugar durante un período de receso del Senado otorgando
nombramientos que expirarán al final del próximo período de sesiones". En
ese momento el senado tendrá el poder de aprobar o rechazar de manera
permanente el nombramiento hecho por el presidente durante el período de
receso.
Ya esto se hace largo y me temo haber bombardeado a mis
lectores con excesivos y enrevesados conceptos jurídicos. Termino, por lo
tanto, advirtiendo a los republicanos en el Senado que de ellos depende la
restauración de la armonía social y del equilibrio político en una nación
atormentada por el extremismo ideológico. Les repito que esta es una batalla a
muerte por el alma de esta sociedad y que, si se les aflojan las piernas, no
sólo debilitarán a su partido sino causarán un daño irreparable a los Estados
Unidos.
Alfredo Cepero
alfredocepero@bellsouth.net
@AlfredoCepero
Director de www.lanuevanacion.com
Estados Unidos
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