“Empate técnico”
dijeron los representantes del gobierno en la noche del 21-F. Probablemente
todos los que seguimos con cierta atención los resultados electorales en
diversos países latinoamericanos sonreímos al mismo tiempo.
“Empate técnico”
significa para políticos como el vicepresidente Álvaro García Linera, “nos
están dando una paliza”.Ya computados más del 70% de los votos la opción del NO
a la reelección alcanzaba nada menos que un doce por ciento por sobre la del
SI. Puede que los resultados obtenidos en algunas comunidades rurales
modifiquen en un par de puntos la diferencia. Pero la ventaja del NO es ya
irreversible. Evo Morales perdió, y perdió por paliza. No hay más vuelta que
darle.
El obtenido por el NO
en Bolivia ha sido un gran triunfo ciudadano. Ciudadano dicho en sus dos
sentidos: demográfico y político.
Desde el punto de
vista demográfico, Bolivia volvió a mostrar esa contradicción histórica que la
ha atravesado desde el momento de su fundación. Me refiero a la contradicción
campo-ciudad. Pero esta vez esa contradicción se mostró en su plenitud más
radical. En todas las ciudades capitales con excepción del bastión evista, El
Alto, triunfó el NO por sobre la alternativa reelectoral. En Potosí, Morales
alcanzó apenas el 14% de los votos. Las áreas más rurales, en cambio, continúan
fiel a Evo Morales.
Sin embargo, Bolivia,
y he aquí una paradoja, gracias a la modernización inducida, entre otros
gobiernos por el de Evo Morales, ya no es más el país rural clásico que era
todavía hacia fines del siglo XX. La modernización llegó a Bolivia y con ello
comenzó a nacer una nueva ciudadanía reacia a transformarse en simple clientela
de caudillos atávicos. La diferencia es que esta vez Evo ha retrocedido no solo
en las grandes ciudades, sino también en el campo y, sobre todo, en ciudades
intermedias. Es decir, aún ganando en esos lugares, Evo perdió mucho voto. Con
respecto a las elecciones presidenciales del 2014, nada menos que un 13%. Una
verdadera catástrofe
Más que demográfico,
el triunfo de la ciudadanía boliviana es político. El mensaje al evismo ha sido
esta vez muy claro: La mayoría de la población nacional no acepta ser gobernada
por un líder eterno. En cierta medida, las elecciones del 21-F deben ser vistas
como un definitivo rechazo a la forma autocrática de gobierno. Es también una
adhesión masiva a la forma democrática. Señales luminosas desde un país que
durante el siglo XlX y XX solo conocía la forma dictatorial, con muy leves
interrupciones democráticas.
No menos importante
es el hecho de que esta vez el referendo concentró todos los fuegos en torno a
la persona del hasta ahora imbatible líder. Probablemente, confiando en su
carisma, Morales lanzó el referendo. Como en todos los países gobernados por
líderes mesiánicos en Bolivia también rige el lema: “los ministros y
gobernadores se equivocan, pero nuestro líder no”. Mediante una elección personalizada
el gobierno tenía todas las de ganar. Así pensaban, dicho con seguridad, los
jerarcas evistas. Puede afirmarse en ese sentido que Evo Morales cayó en la
trampa tendida por su propia egolatría y la corte de aduladores que merodean en
su entorno.
Probablemente durante
las próximas semanas, no pocos columnistas nos atiborrarán con artículos
relativos a “el fin del populismo en América Latina”. No obstante, sobre esas
piedras ideológicas hay que caminar con cierto cuidado. Lo que parece estar
terminando no es tanto el populismo como fenómeno de masas sino una forma muy
particular de gobernabilidad populista entre las cuales la de Morales aparecía,
después de la de Chávez, como la más emblemática.
Ese tipo de gobierno,
basado en un extremo centralismo representado por un líder máximo apoyado en un
partido único de estado y en organizaciones populares estructuradas
verticalmente por ese mismo estado, es el fenómeno que ha entrado en un notorio
momento de extinción. Comenzó con la derrota del cristinismo o “peronismo
salvaje”; siguió con la conquista de la Asamblea Nacional por la oposición
venezolana el 6-D y culmina con el referendo del 21-F en Bolivia. Efecto
mariposa, dicen unos. Carambola, dicen otros. Fin de un proceso, aseguran los
entendidos.
Si es verdad que
estamos asistiendo al fin de un proceso, asistimos también al fin de una
ideología: la de la revolución antimperialista del siglo XXl. Seguir hablando
–como hacía Evo - de antimperialismo en momentos en los cuales el pueblo cubano
espera lleno de esperanzas la visita de su líder internacional, el presidente
Obama, es, por decir lo menos, ridículo.
¿El fin de Evo?
Difícil decirlo. Evo todavía goza de fuerte apoyo político y social en los
departamentos de La Paz (56%), Cochabamba (52%) y Oruro (50%). Suficiente para
un gobernante democrático normal. El problema es sí estamos hablando de un
gobernante democrático normal y no de ese ídolo indianista que intentó
construir el maquiavélico vice Alvaro García Linera.
Lo que está claro es
que de aquí hasta 2019, Evo deberá gobernar con plomo en las alas. Su gobierno
se debatirá entre concesiones y enfrentamientos. En fin, deberá ser un líder
distinto al que conocemos. O tal vez no un líder: un simple gobernante
pragmático como deberían ser todos los gobernantes del mundo.
Quién sabe si Evo y
el MAS deberán recorrer los caminos del antiguo MNR y su también líder eterno
Victor Paz Estenssoro, quien surgido en 1952 como implacable revolucionario
terminó su último periodo presidencial (1985-1989) como un clásico gobernante
neoliberal.
La última palabra la
dirá la oposición boliviana, unificada por el momento en una sola palabra, la
del NO, pero a la vez llena de divisiones internas y de liderazgos rivales. Esa
oposición deberá aprender de la MUD venezolana mucho más de lo que aprendió
Morales de Chávez.
¿Y el ALBA? ¿Qué es
eso? ¿Se come o se bebe?
Fernando Mires
mires.fernando5@gmail.com
@FernandoMiresOl
@FernandoMires1
Alemania
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