Han transcurrido
apenas noventa días desde que los venezolanos concurrieron a las urnas para
elegir a los miembros del Poder Legislativo. Una mayoría definitivamente
abrumadora se hizo presente para participar en el evento democrático, y lo
hizo con
la convicción de que, de esa manera, se sumaba a lo que para el momento
era clamor nacional: impulsar un cambio en la conducción de la Nación.
De esa manera,
venezolanos de todas las edades, sencillamente, convertían molestias,
decepciones y frustraciones en un aporte al renacimiento y fortalecimiento de
la esperanza en que, a partir de la citada elección, se contribuía a convertir
al Poder Legislativo en un activador de cambios. Y, con base en lo que
establece la vigente Constitución de la República Bolivariana de Venezuela,
además, a legitimar la existencia y operatividad del más importante de los
poderes públicos, después del Poder Ejecutivo. En otras palabras, se daba así
el paso perfecto para que esa otra expresión voluntaria de la soberanía
popular, ya no fuera más un elemento integrado al capricho de un individuo
empeñado en borrar todos los elementos diferenciadores de los poderes, sino el
primer gran nuevo paso para que la autonomía de los poderes dejara de ser una
entelequia en Venezuela.
El Poder Legislativo
es, de hecho y de derecho, una manifestación institucional y constitucional con
capacidad y facultad jurídica para ejercer funciones legisladoras y contraloras
sobre todos los demás poderes del Estado. Pero, además, es innegable e
indiscutiblemente la voz del pueblo; también el canal que, en un país enfermo
de inoperante e ineficiente centralismo, hace posible la presencia en el centro
del ejercicio del poder, de la más genuina representación de todos los estados
de la República.
En el proceso de
votación, el pueblo habló y se pronunció decididamente a favor de lo que quería
y añoraba: el cambio; cambiar. Y lo hizo otorgando una mayoría absoluta a la
opositora unidad democrática con 2/3 partes de los miembros del Poder
Legislativo, y animado, además, por la convicción de que, ganando la oposición,
el país iba a registrar un verdadero sacudón transformador, de innovaciones y
de adecuaciones a la generación de soluciones para beneficio de la maltratada
sociedad venezolana. Sencillamente, apostó por la solución de lo urgente, y
olvidó, justificadamente, que en política se dan las manos -pero también
compiten- lo urgente y lo importante.
A la sociedad
venezolana, definitivamente, hoy poco le importa que aquellos a quienes eligió
para que integraran el Poder Legislativo, sólo hayan podido trabajar durante
sesenta días, a partir del momento de su juramentación. Inclusive, que cuatro
de esos parlamentarios ni siquiera hayan podido ocuparse de trabajar para su
estado -Amazonas- porque la resistencia a los cambios en el país también está
aliada a la estratégica necesidad de preservar libres ciertos canales,
totalmente ajenos a lo que se traduce en satisfacción, prosperidad y bienestar
ciudadano.
Quizás es por eso por
lo que una parte importante de esa misma sociedad electora, dé demostraciones
de estar desesperada ante su percepción de que existen problemas que, antes que
superarse, se están agravando. Los califican de graves de subsistencia. Y se
tratan de la inseguridad, del desabastecimiento de alimentos y hambre, de la
salud por la carencia de medicamentos y
de insumos médicos, y las fallas en el servicio eléctrico y la escasez de agua potable.
Todos asociados,
directa e indirectamente, a problemas de derroche administrativo y corrupción,
a los controles de cambio y de precios, a la inflación desbordada y alentada
por el triste papel para el que quedó el
Banco Central de Venezuela, a la desaparición progresiva de empleos de calidad
y de la capacidad de generación de los mismos, al cierre acelerado de empresas
privadas de todos los tamaños, y a la inexistencia de una justa administración
de justicia en Venezuela.
El reclamo de los votantes,
definitivamente, pudiera lucir simplista. Pero, en el fondo, representa lo que
se siente por lo que se aprecia y que no se traduce en respuestas ante las
esperanzas que se cifraron noventa días antes; entre otros, la solución de problemas, y procurar una
progresiva reconciliación -o al menos un respeto mutuo- entre los dos grandes
polos políticos: la Mesa de la Unidad Democrática y el Partido Socialista Unido
de Venezuela.
En lugar de eso,
consideran que la Asamblea Nacional se ha convertido en una especie de jaula de
perros rabiosos que ladran y tiran mordiscos a diestra y siniestra; y que los
Diputados de ambos bandos parecieran estar solamente motivados por la necesidad
de lanzar insultos, formular acusaciones
de todo tipo y, obviamente, de demostrar que cada una de las partes no está
allí para dar su brazo a torcer. Mientras tanto, no se resuelve nada. Por el
contrario, día a día, todo va empeorando.
Al venezolano de a
pie, poco le importa e interesa el discurso de avanzada o reaccionario de los
parlamentarios que hacen uso del micrófono en la Asamblea. Lo que le inquieta,
es que está siendo copado por una gran desesperación, y que no quiere morir o
ver a alguien de su grupo familiar que le suceda lo mismo, por causas de hambre
o por la carencia de alguna medicina. Asimismo, que las soluciones,
sencillamente, parecieran ser más el producto de concesiones entre enemigos
irreconciliables, y no un acto del ejercicio responsable de quienes integran un
Poder, llámese Ejecutivo o Legislativo.
La Constitución reza
que en Venezuela, la alimentación y el derecho a la vida, entre otros, son eso,
derechos humanos. Pero no derechos supeditados al capricho de individuos o de
grupos a quienes poco pareciera importarles que, por tardanza o inexistencia,
se traduzcan en motivo para morir de
mengua al no conseguir quién lo atienda en un centro de salud, ni los
medicamentos adecuados. Niños, abuelos, padres mueren por el efecto del cáncer
o cualquier otra enfermedad u operación irrealizable por falta de insumos, y el
hecho, si acaso, luego termina siendo un número más en la estadística de la
tragedia en la que se ha convertido vivir en Venezuela. Mientras tanto, siguen
los debates en la Asamblea. Y enfermos y familiares, gente sin trabajo y sin
capacidad de compra de alimentos, lo que observan es un pleito interminable;
también a individualidades en proceso demostrativo de quién grita más o de quién ofende más.
A los que están al
frente del Gobierno y a los parlamentarios, les corresponde entender y aceptar
que el eterno repiqueteo de “tú propones y yo me opongo”, no le interesa al
venezolano que, por años, ha venido dando pasos en falso, entre pobreza y
promesas incumplidas. Lo que quiere -porque lo necesita- son soluciones. El
sabe -o intuye- que eso de la corrupción, no es otra cosa que robo; también que
si existe un Poder Judicial, entonces, debe ocuparse de detectar al ladrón,
enjuiciarlo y sancionarlo. Nunca protegerlo o esconderlo; resguardarlo con
artilugios legalistas. En fin, que el que tenga deudas con la justicia, que las
pague debidamente.
Lo que se plantea, en
fin, no es un problema personal. Se trata de asuntos nacionales que afectan a
toda una sociedad que demanda soluciones. Y que, con la misma vehemencia y
dureza, se lo plantea a los poderes públicos que compiten por un manejo más
eficiente de fuerza o de supuesta fuerza. Porque de seguirse intensificando la
permanente o interminable diatriba y puja por el control de poder, el único
resultado apreciable siempre va a ser la pérdida de la poca esperanza que queda
entre los ciudadanos, y la erosión acelerada en la ya menguada credibilidad que
se tiene en la dirigencia política.
Las encuestas y
estudios académicos que se han estado ocupando del tema, vienen arrojando resultados que hacen sentir
la pérdida de credibilidad en los partidos políticos convencionales y en
algunos de sus líderes. Y con la
alimentación de esas actitudes de perros rabiosos, definitivamente, se corre el riesgo de abrirle las puertas a
males mayores que pudieran emerger promovidas por cazadores de oportunidades, o
de aventureros de ocasión.
Para el ciudadano de
a pie, que es numéricamente la expresión de la mayoría de los venezolanos, la
Democracia no es perfecta, pero sigue siendo la mejor forma de Gobierno. Y ya
cansado de falsos Mesías, a la vez que rechaza quebrantamientos institucionales
por la vía de actos de fuerza, cuando
demanda soluciones, es porque añora
condiciones y posibilidades para vivir en un ambiente de paz, de verdadera
felicidad y de auténtica prosperidad.
Egildo Lujan Navas
egildolujan@gmail.com
@egildolujan
Fedecamaras
Fedenaga
Miranda - Venezuela
Eviado por
ebritoe@gmail.com
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