Gerardo Antonio, en
la plenitud de sus 67 años, me confiesa que aún en las circunstancias actuales,
a pesar de lo que ocurre en Venezuela, vive el mejor momento de su vida porque
decidió ser feliz. Se siente mejor que nunca. Y en todos los planos. Su
afirmación, debo confesarles, me tomó por sorpresa. Pero, también me generó
mucha curiosidad. Una curiosidad que debe haberme notado en el rostro. Por unos
segundos pensé que iba a confesarme que hacía negocios con el gobierno –porque,
si a ver vamos, y muchos tal vez coincidan conmigo, los únicos que en este
momento pudieran asegurar que son felices, que viven sin preocupaciones ni
apremios de ningún tipo, son los que están aferrados como parásitos, chupando
de la teta del poder. Luego, imaginé que me revelaría una aventura amorosa, a
lo Caballo Viejo, con una joven de esas que parecen de mentira de lo tan
perfectas que son; de esas que contemplas como si fueran diosas y que no
entiendes qué les atrajo de ti: si las canas, la sensibilidad o la billetera.
Pero, también descarté esa “confesión” rápidamente cuando vi la cara de María
Luisa, su esposa, sentada -sonriente y apacible- a su lado. La confesión de un
affair, delante de la esposa, por muy modernos que fueran, quedaba
definitivamente desechada.
Así de malpensados
somos cuando vemos que alguien confiesa que es inmensamente feliz; nos parece
una rareza que solo es atribuible a esas dos razones: un flirteo otoñal de esos
que suenan a cliché o una comisión jugosa por algún chanchullo con el gobierno.
La verdad me costaba creer que alguien, en este momento, sin pertenecer ni
trabajar para el régimen, consciente de todo lo que está pasando en Venezuela,
me dijera que hoy está mejor que nunca.
Lo primero que me
espeta es que todo lo que podía pasarle, le pasó: perdió su negocio, lo
estafaron, se quedó sin dinero y prácticamente en la calle, tuvo un primer
divorcio traumático… calamidades que, lejos de anularlo y hundirlo en la más
profunda de las depresiones, lo alentaron a levantarse, sacudirse las derrotas
y comenzar de nuevo. Resiliente, diría mi apreciado amigo el doctor Ricardo
Montiel. Pero, Gerardo Antonio asegura
que llegó a una etapa en la vida en la que se decidió apostar a la felicidad ¡y
ganar! A pesar de todo: a pesar del país –del que no piensa marcharse-, a pesar
del régimen, de la escasez, de la inseguridad. Está consciente, como cualquier
venezolano, de la terrible situación que atravesamos; pero adoptó una filosofía
muy antigua, en donde la capacidad de rectificar para mejorar y ser feliz, es
clave. Metanoia, me explica que se llama la técnica psicológica que le permitió
salir adelante. Confieso que era la primera vez que escuchaba el término, por
lo que me aseguré de retenerlo bien en la memoria, para buscar su significado
apenas llegara a casa. Trae a colación la frase de la legendaria diva mexicana
María Félix: “A hombre ido, tres días de duelo. Al cuarto, tacones y vestido
nuevo”. Como para que no me queden dudas de que sentirse abatido tiene un
tiempo límite, el que cada quien le otorga; pero que, luego de transcurrido ese
tiempo, hay que levantarse y dejar de llorar.
Casualmente –aunque
hay quienes dicen que nada es casual y que el tiempo de Dios es perfecto- en
esos días también conversé con un destacado profesor de la Unimet quien me
aseguró que, para poder vivir con tranquilidad en el país que actualmente
tenemos, se repite como mantra: “soy lo que pienso”; por tanto, se asegura de
pensar sólo en opciones que lo hagan sentir bien. “Y el cerebro les obedece,
Mingo. Eso es pura Programación Neuro Lingüïstica. La gente que piensa de esa
manera, obtiene todo lo que quiere porque no malgasta energías en pensamientos
autodestructivos, compasivos o de derrota; sino todo lo contrario” me dice otra
amiga, después de que le echo el cuento de la filosofía de Gerardo Antonio y
del profe de la Unimet.
Sé que, a simple
vista, no parece fácil. Mucho menos, la recomendación de mis amigos apunta
hacia la construcción de una burbuja -que parezca la réplica de
Disneyland- y vivir dentro de ella. La
realidad está ahí, y disfrazarla, causa más daños que beneficios. De pronto, me
acuerdo de esas entrevistas que le hice a Jazmín Sambrano, una pionera en eso
de la resiliencia, el superaprendizaje y las técnicas de relajación. Recuerdo
que ella siempre hacía énfasis en la respiración (inhalar, retener, exhalar y
esperar para volver a comenzar). Con distintos nombres, en esencia, todos
convergen en una misma recomendación: somos nosotros los responsables de
labrarnos nuestros éxitos o fracasos.
Y todas estas
filosofías de vida -la metanoia, la resiliencia, la programación
neurolingüística o los otros nombres que se le puedan dar a teorías similares-
me parecen excelentes recomendaciones para que comencemos a aplicarlas a
nuestra nación entera. Unirnos todos los venezolanos en un pensamiento que nos
impulse a salir de esta situación en la que estamos encallados. O lloramos, o
vendemos pañuelos… Yo me decidí por los pañuelos.
José Domingo Blanco
(Mingo)
mingo.blanco@gmail.com
@mingo_1
Caracas - Venezuela
No hay comentarios:
Publicar un comentario