La escasez es un tema
que está asfixiando y llevando al borde de la desesperación a infinidad de
familias venezolanas. El drama de la escasez se torna tanto más perverso por
cuanto viene acompañado por la inflación más alta del mundo, que según el BCV
superó en el 2015 el 180%. Esa cifra, sin embargo , es engañosa. Con poco rigor
científico, el BCV modificó los parámetros de cálculo, para esconder lo que fue
un aumento mucho más severo en el nivel de los precios. El FMI estima que en el
2016 la inflación superará el 720%.
El oficialismo trata
de desviar la culpa. Aristóbulo Istúriz sostuvo en la Asamblea Nacional que el
70% de la inflación era atribuible al dólar paralelo y antes había afirmado que
este representaba el 10% de las transacciones. Magistral fue la respuesta de
José Guerra:
“Si el dólar paralelo
representa apenas el 10% de las transacciones, no puede explicar ese 10% el 70%
de la inflación. Está malo ese modelo económico”
Lo sostenido por
Guerra está sólidamente respaldado por las cifras del BCV. Veamos: el Banco
Central señala que los auxilios financieros a PDVSA alcanzan a 138.958 millones
de dólares. La cifra es espeluznante.
Equivale a 10,2 veces el monto de las Reservas Internacionales totales en poder
del BCV y supera ampliamente el
Patrimonio de PDVSA que llega a apenas US$ 89.757 millones. Lo que más atemoriza de esa cifra es que
implica que PDVSA ya no es capaz de cumplir con sus funciones sin ser
auxiliada. Evidencia que la estatal petrolera
padece un brutal déficit en su flujo de caja del orden de los 19.000 millones
de dólares al año. Para que pueda seguir
operando el BCV ha tenido que imprimir ingentes cantidades de bolívares
inorgánicos, por el equivalente a los 138.958 millones de dólares antes
mencionados. Esos son los bolívares,
fabricados por el BCV, que permiten que el mercado paralelo haya alcanzado los
niveles en que se ha ubicado.
Esa es la verdadera
causa de la inflación. La emisión de bolívares sin respaldo para auxiliar a
PDVSA y otras empresas públicas provocó que el nivel del circulante se
duplicase en el 2015. Esos son los bolívares a los cuales se refería José
Guerra al decir:
“Para comprar un dólar a mil bolívares tienen
que haber los bolívares y, ¿quién fabrica estos?: el Banco Central. Si no
hubiera creación de dinero inorgánico, no hay manera de hacer transacciones a
una tasa de cambio de mil bolívares. El
responsable es el BCV”.
No quiere el gobierno
reconocer que la culpa de lo que está ocurriendo es del modelo fallido que está
imponiendo, claramente en contra de la voluntad popular que se expresó en forma
diáfana el 6D y que en todas las encuestas manifiesta hoy un rechazo al
gobierno del orden del 80%.
La inflación se cura
con dos simple fórmulas: produciendo más e impidiendo menos dinero inorgánico.
En torno a estos dos
planteamientos se hace necesario construir todo un conjunto de políticas
económicas.
Para producir más hay
que comenzar por eliminar los controles de precios. Esos controles no logran
otra cosa que contribuir a la escasez, lanzándonos hacia un proceso
hiperinflacionario. Si se logra aumentar la producción de bienes, la escasez
disminuiría y los precios también.
Desparecerían los bachaqueros.
La otra cara de la
moneda es que hay que devolverle la autonomía al BCV para impedir que siga
emitiendo dinero inorgánico para financiar el brutal déficit fiscal del
gobierno que ya alcanza al 20% del PIB. Si esto se logra, comenzarían a
“secarse” los excedentes monetarios que circulan en la economía. Ya no
existirían bolívares inorgánicos en el sistema capaces de financiar compras de
dólares paralelos a una tasa de 1.000 bolívares (al decir del diputado Guerra),
ni tampoco de provocar un aumento en el nivel de los precios.
Lo anterior tendría
que ser acompañado por una racionalización del mercado cambiario y la
eliminación del régimen de cambios diferenciales que no hace más que fomentar
la corrupción. Recuperada la sensatez habría que aplicar un tipo de cambio
único con lo cual los equilibrios macroeconómicos tenderían a recuperarse y los
dólares comenzarían a fluir hacia el aparato productivo, contribuyendo así al
primer objetivo, o sea, el de producir más, mediante el fomento de las
inversiones, tanto nacionales como extranjeras, que con tanta urgencia requiere
el país.
Por supuesto eso sólo
se lograría si simultáneamente somos capaces de devolverle la seguridad
jurídica a Venezuela y a los inversionistas.
Ese conjunto de
medidas, por sí mismas, implicaría
desmontar lo que ha llegado a transformarse en un modelo fallido, que
junto con la inseguridad las violaciones a los DDHH, el narcotráfico, el
desprecio a las instituciones democrática y el progresivo aislamiento
internacional, terminarían por conducirnos
hacia el precipicio de un estado fallido.
Jose Toro Hardy
petoha@gmail.com
@josetorohardy
Miranda - Venezuela
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