El comediante eterno Hugo Chávez Frías
se enamoró de Fidel Castro con arrobo de quinceañera, o para decirlo con versos
del poeta Andrés Eloy Blanco: “Con un
temblor de novia que se inicia, con un azoramiento de novicia”.
El embeleso de Chávez con el déspota
antillano, lo llevó a importar para
Venezuela el modelo comunista que empobreció a Cuba y les cerró las puertas del
futuro a sus mejores hijos.
Y aparte de la ruina política,
económica y moral, del castrochavismo brotaron tres mimetismos igualmente
perniciosos.
Asumir como en Cuba, el control
absoluto de todos los poderes para convertir a los ciudadanos en sumisos
limosneros del estado, al tiempo que se practica una represión cruel y
sistemática destinada también a mantener a la gente temerosa y obediente. Esa
fue la enseñanza de Fidel a su dócil cheerleader Hugo Chávez, para lograr el
indefinido continuismo en el mando arbitrario.
El segundo gastar el grueso del
presupuesto de la nación en soborno individual y social, compra de conciencias,
financiamiento de intervenciones en otros países y propaganda masiva afincada
en la ingenuidad del izquierdismo mundial, siempre dispuesto a creer y difundir
lo que aparezca como enemistad con el sistema norteamericano.
Y el tercer deletéreo mimetismo es el
del lenguaje: violento, atropellador, viperino, difamatorio, manipulador, que
sujetos como Fidel, Musolini, Hitler y Perón usaron y Chávez imitó, para
adormecer y asustar a las masas propias e impresionar a los diletantes
foráneos.
Debemos pedirle eso si a los voceros
de la oposición democrática venezolana que eviten la virulencia, la
chabacanería y el tono mitinesco en los discursos, sobre todo los que se
expresan en el Parlamento, porque siempre será una impostura y una desgracia,
parecerse a Fidel y Chávez en la forma o en el fondo, en el estilo o la falta
de sustancia.
Alexis Ortiz
jalexisortiz@gmail.com
@alexisortizb
Estados Unidos
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