Bien, amigos
lectores, en esta edición voy a dedicar este escrito a deliberar brevemente
sobre el papel de las emociones en la política. Esta reflexión se encuentra
enmarcada al interior de esta pregunta básica. ¿Qué se debe hacer para poder
transformar en interlocutor al destinatario del discurso político?
Es obvio que no todas
las propuestas políticas son exitosas. Otras,
a pesar de su contenido, logran obtener un extraordinario consenso.
Véase, por ejemplo, Chávez, en Venezuela y, Le Pen, en Francia. Dos países con
culturas e idiosincrasias distintas y, sin embargo, estos personajes políticos
lograron construir un consentimiento significativo alrededor de sus respectivas
ofertas políticas.
Una respuesta inicial
a este importante tema puede encontrarse en los desarrollos de la neurociencia.
Esta disciplina ha desbrozado caminos para una comprensión del papel crucial de
las emociones en la construcción de identidades políticas.
Soy de los que
sostengo que la oposición en nuestro país ha sido refractaria al mundo de las
pasiones y, en consecuencia, ha abordado
las cuestiones públicas desde el ámbito exclusivo de lo racional. Sin embargo,
esta instancia (lo racional) no es suficiente para sumar intereses y
motivaciones distintas. Para condensar, por ejemplo, en una misma propuesta a sectores medios y la población de los
barrios. En fin, a esa inmensa masa que ha votado por la opción que expresa el
chavismo.
Una reflexión en esta
línea tiene una importancia vital en las actuales circunstancias. El resultado
de las pasadas elecciones parlamentarias muestra un desencanto de la población
con el actual régimen político. Ojo, la población voto contra el chavismo a
través de la tarjeta del bloque opositor. Ahora hay que completar la tarea.
Hacer uso adecuado de las emociones para construir nuevas identidades políticas
que permanezcan estables en el tiempo.
Me parece que para
alcanzar este último objetivo sería necesario que el bloque opositor disminuya el desmesurado
racionalismo que se expresa en las desviaciones electoralistas que estamos
presenciando. Las marchas convocadas recientemente, por ejemplo, no alcanzaron
la magnitud esperada. No emocionaron a los convocados.
Existen evidencias
científicas que respaldan este papel de las emociones en la comunicación política. Diversas investigaciones apadrinan esta idea.
Por ejemplo, Frank Lunts ha escrito un interesante libro sobre el papel de las
palabras en la comunicación política Words That Work: It’s Not What You Say,
It’s What People Hear (Palabras que funcionan: No es lo que tú dices, es lo que
la gente escucha). Drew Westen, en posiciones contrarias, ha publicado también
The Political Brain: The Role of Emotion in Deciding the Fate of the Nation (El
cerebro político: El papel de la emoción en la decisión del destino de la
nación). Y George Lakoff escribió un popular libro Don’t think of an elephant!
(¡No pienses en un elefante!).
Recientemente, la
filósofa Martha Nussbaum ha reivindicado este papel que juegan las emociones en
la política. El título de su último libro habla por sí mismo: “Emociones
políticas. ¿Por qué el amor es importante para la justicia? En él elogia la
actitud pasional de personajes como Gandhi o Luther King y afirma que las
emociones pueden ser útiles políticamente para impulsar una conducta cooperativa
y desinteresada.
Desafortunadamente
algunos líderes políticos en el país desconfían de una estrategia que
reivindique el papel de las pasiones. Desprecian su sentido y su utilidad para
una acción política transformadora. Parece apropiado señalar que actitudes de
esta naturaleza expresan una cierta incapacidad para comprender el ánimo
presente en nuestra sociedad y levantan barreras que obstaculizan la
politización de las penurias que
actualmente padece nuestra población.
Pensar, por ejemplo,
que las circunstancias económicas por si mismas son suficientes para generar
una alternativa política y cultural al régimen vigente puede constituir un
grave error. Siempre se ha requerido, la historia es testigo, de un accionar
emotivo que facilite la comunicación política.
No es posible
desconocer la trabazón existente entre lo real, imaginario y simbólico. Lograr
esta conexión es un paso básico para obtener el consentimiento de la población.
La democracia más que una iniciativa electoral ha de transformarse en una forma
de vida alternativa.
Nelson
Acosta Espinoza
acostnelson@gmail.com
@nelsonacosta64
Carabobo - Venezuela
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