domingo, 10 de abril de 2016

ANTONIO JOSÉ MONAGAS, EL PAIS SE APAGA, PIDO LA PALABRA, VENTANA DE PAPEL, COMO BARQUITO DE PAPEL, INDOLENCIA, INTRANSIGENCIA, DISPLICENCIA,

No hay duda de que el régimen actúa exento de toda capacidad para comprender los problemas que han llevado el país a caer en una insondable depresión que ha venido apagándole su flama de vida.
La historia de Venezuela está escribiéndose con sangre derramada no sólo en las calles por causa de la violencia e inseguridad desatada en el marco de una impunidad casi instituida por un gobierno que se desentendió del pueblo al cual constitucionalmente se debe. También, esta afirmación adquiere sentido cuando se advierte que ni siquiera hay preocupación gubernamental para contener los graves problemas que derivan de la falta de medicamentos cuyas consecuencias terminan ilustrando una historia redactada cuya tinta es rojo por la sangre que describe sus más recientes capítulos.

La tragedia dejó de ser modelo de teatro griego, para convertirse en el guión que describe el discurrir del país. Entender el significado que implica comprender el tamaño de las consecuencias de un país sin medicamentos, es razón suficiente para reconocer, aunque sin el asombro propio de realidades tan crudas como éstas, las calamidades por las cuales atraviesa Venezuela. Particularmente, en su tránsito a través de un tiempo azorado por las revoluciones de la ciencia y la tecnología cuyos resultados siempre han determinado el grado de desarrollo y de calidad de vida de una nación.

Sin embargo, adentrarse al siglo XXI, en medio de los adelantos de la ciencia médica y de la industria farmacéutica, poco o nada significó para el gobierno de Venezuela. Más, cuando el extremado proselitismo marcado por el revoltoso socialismo del siglo XXI, ocupaba la atención casi total de un gobierno afanado por enquistarse en el poder a desdén de cualquier problema que no formara parte de su agenda política.

Ahora el gobierno, solapando niveles de atención hacia problemas de profundo alcance, ha manifestado alguna intención de reparar la gravedad de tan insidiosa realidad. Con este propósito, ha venido hablando de “motores” que aunque sin el combustible suficiente y necesario, no consigue la ignición que permita la debida oxigenación para generar la chispa que los pone en funcionamiento. Solo que esa “chispa” se apagó antes de ser aprovechada. Es decir, el gobierno confundió las instancias que allanan el problema de medicamentos. Se empeña en invertir las variables de la ecuación cuya resolución daría respuesta a las incógnitas del caso en particular. Esto sucede por pretender obviar razones hasta elementales. Pero que la terquedad de gobernantes soberbios, no abre los espacios de debate que llevan a la pertinente corrección.

El abastecimiento de medicamentos, en virtud de las fallas a nivel de producción, no puede corregirse apoyado en un sistema de distribución que ignoren los pormenores que afectan no sólo su comercialización. También, la manera de concienciar el ordenamiento de su demanda a través de una barrido de anomalías que vinieron anquilosándose como producto de la precaria organización del referido mercado. Particularmente, al no comprenderse y reconocerse que son actividades que competen a acciones de agentes económicos respetuosos del equilibrio que establece la oferta y la demanda. Por eso surge la corrupción en las redes de distribución. Así como la aglutinación de medicamentos en manos furtivas o embadurnadas por la impudicia.

En términos sencillos, resulta contraproducente el hecho de procurar o forzar el funcionamiento de un mercado sin el soporte o aval de una sólida oferta con base en suficientes medicamentos. Lo contrario, como en efecto han sido los paliativos o mecanismos que fungen como vulgares “cortinas de humo”, es casi asesinar a pacientes o venezolanos necesitados de algún medicamento que aliviaría su enfermedad o apaciguaría su dolencia.

Así que ante tanta abulia o desvergüenza de un Ejecutivo Nacional que continúa atascado en la maraña de sus mentiras, es conveniente e ineludible que sea acordada y aprobada la Ayuda Humanitaria para de esa forma convalidar aquello de lo cual habla la Constitución al declarar que el Estado tiene como fines esenciales, “la defensa y el desarrollo de la persona y el respeto a su dignidad” (Del art. 3). Aunque igualmente deberá admitirse que sin la insistencia que pueda hacer la sociedad ante el gobierno para que conciencie la gravedad de esta situación, poco serán los resultados en la dirección de superar tan perniciosa crisis de salud. De lo contrario, no habrá duda de que el régimen actúa exento de toda capacidad para comprender los problemas que han llevado el país a caer en una insondable depresión que ha venido apagándole su flama de vida. Porque el tiempo ha pasado a contarse no en horas, sino en vidas de venezolanos. Porque lo que está moviéndose debajo de tan angustiosa realidad, es un comportamiento gubernamental envuelto en indolencia, intransigencia y displicencia.

VENTANA DE PAPEL

COMO BARQUITO DE PAPEL

Muchos vienen preguntándose ¿dónde quedó la excelsitud de la Asamblea Nacional cuyo poder prescribe la Constitución de la República como estamento público representativo de la decisión popular, expresión de lo que en teoría política se ha denominado “división de poderes”? Asentir que “Venezuela se constituye en un Estado democrático y social de Derecho y de Justicia”, según el artículo 2 de la aludida Norma Suprema, permite luego determinar que el gobierno de la República “es y será siempre democrático (…) alternativo, responsable, pluralista y de mandatos revocables” (Art. 6). De ahí que la misma Constitución insiste en el compromiso de reivindicar la naturaleza del Poder Público dividido “pero los órganos a los que incumbe su ejercicio, colaborarán entre si en la realización de los fines del Estado” (Art. 136) pues “(…) cada una de las ramas del Poder Público, tiene sus funciones propias” (Ídem).

En consecuencia, el artículo 150 determina, que “no podrá celebrarse contrato alguno de interés público municipal, estatal o nacional (…) sin la aprobación de la Asamblea Nacional”. Asimismo, sucede con los tratados celebrados por la República, los cuales deben ser aprobados por el Poder Legislativo. (Véase el artículo 154). Basta con advertir las funciones que ordena la Constitución Nacional a la Asamblea Nacional, para reconocer el importante y extenso ámbito de responsabilidades que tiene como labor política y administrativa propia. El artículo 187 así lo pauta. Más aún, todos los preceptos contemplados por el Título V, Capítulo I, artículos desde el 186 hasta el 224, son específicos en cuanto a las funciones de legislación, control, organización, autorización, calificación, asignación, sanción y de administración en un todo con las que incumbe a la organización del Poder Público Nacional.

Sin embargo, las realidades políticas revelan francos inconvenientes que perjudican no sólo la comprensión y ordenamiento del Estado venezolano. Sino más que eso, la promoción de la prosperidad y bienestar de la sociedad nacional. Ahora, las realidades se ha desvirtuado. El alto gobierno, al dar cuenta de no contar con la mayoría parlamentaria afecta a su causa ideológica, ha optado por restarle facultades y atribuciones al Parlamento. Para lograrlo, ha demandado del Poder Judicial la aplicación de medidas arbitrarias que confronten la institucionalidad y legalidad al margen de todo desenvolvimiento que ponga de manifiesto lo que establece la Carta Magna.

Frente a tan aberrantes realidades, el país está degradándose a nivel de cualquier ambiente envuelto en desórdenes de toda índole. No hay que otear más allá de lo necesario, para entender que el problema es profundamente político. La perversión de los cuadros gubernamentales, es abismal. El régimen busca subsistir a pesar de saberse asfixiado. Aún así, sabiéndose perdido, busca neutralizar al Parlamento con la complicidad de una justicia sectaria y una dirigencia militar profanadora de valores históricos y morales. El régimen actúa con alevosía, odio y sentimientos revanchistas. Más, porque desconoce que los tiempos presentes están forzando las realidades a aventajar las tendencias de la política. Particularmente, de una política que cada día se hace más frágil a merced de las ventiscas que definen una tempestad. Sencillamente, como brizna de paja zarandeada por el viento. O para decirlo de otro modo, como barquito de papel.

“La obstinación de un gobierno déspota, equivale al hecho de intentar moverse hacia adelante, pero en retroceso”

Antonio José Monagas
antoniomonagas@gmail.com
@ajmonagas
Merida - Venezuela

2 comentarios:

  1. No hay nada tan contradictorio como decir que se avanza, cuando en realidad está retrocediéndose. Y aunque esto pasa por un problema que afecta al hombre en su desenvolvimiento, igualmente toca la política en su afán por aprovecharse de toda circunstancia que mejor permita usufructuar lo mayor posible al menor costo social. Léalo en este nueva entrega de PIDO LA PALABRA.

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  2. No hay nada tan contradictorio como decir que se avanza, cuando en realidad está retrocediéndose. Y aunque esto pasa por un problema que afecta al hombre en su desenvolvimiento, igualmente toca la política en su afán por aprovecharse de toda circunstancia que mejor permita usufructuar lo mayor posible al menor costo social. Léalo en este nueva entrega de PIDO LA PALABRA.

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