miércoles, 20 de abril de 2016

JUAN JOSÉ MONSANT ARISTIMUÑO, ELLOS Y NOSOTROS

Lo de siempre, hay una constante que se repite en ellos. Digo en ellos, porque son ellos. Definitivamente hay un nosotros y un ellos. Es desolador tener que reconocerlo, asumirlo, porque la lucha de la humanidad ha sido una constante por la unidad, por superar las diferencias, por ser un nosotros. Contante que se acentuó, formalizó y proyectó en lo que se conoce como la  cultura greco-judeo-cristiana.

El instinto de libertad, de la dignidad y reconocimiento de la riqueza de la diversidad sexual, conceptual, étnica, cultural se fue proyectando hacia una convivencia social denominado democracia. Hacia el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, como lo definió  Abraham Lincoln. Obra inmediata de la Carta Magna de 1.215, la Ilustración, los enciclopedistas, Rousseau, Montesquie, Locke, y toda la sumatoria de ensayos, teorías, definiciones, fracasos, decepciones y aciertos que  fueron forjando su sentido y concepto. No es perfecta, pero es perfectible, y en eso estamos.
La democracia lucha por garantizar la igualdad ante la ley, la calidad de vida de sus asociados, la libertad de opciones, el control de los actos de sus gobernantes, y la  independencia de los poderes públicos sometidos al control ciudadano. En esta propuesta política, sitúo el nosotros.
   ¿Y dónde está el ellos, entonces? Pues se encuentra situado del lado del totalitarismo, como forma de organización política donde la autoridad recae en el líder, el partido, la parcela. Los conceptos que definen lo democrático son suplantados por el interés de la parcela que detenta el poder. La separación de los poderes públicos,  una mera formalidad que se sustituye por un organismo rector integrado y sujeto al objetivo propuesto.
   Sin hablar de Venezuela, cuya realidad raya en lo grotesco, observemos la reacción de dos líderes de izquierda en nuestro continente: Cristina Fernández de Kirchner y Dilma Rousseff. La primera prácticamente se declara en rebeldía y se niega a reconocer, de hecho, que perdió la elección frente a Macri; que su propuesta socialista fue rechazada por el electorado, que la arbitrariedad y corrupción la ahogó, porque la promovió y utilizó, ella, su fallecido marido y su grupo. Se comporta como si no existiera un nuevo gobierno; se presentó al Tribunal, no miró al juez, rechazó los cargos y se dirigió a las barras que la esperaban afuera. Pero  no habló de la imputación, sino de que había Cristina para rato, que su fuero era el pueblo. Por supuesto es un caso de alta psicología o psiquiatría (nunca he podido definir los límites entre una y otra especialidad mental).
   A la segunda, el país se le vino encima, o abajo, como se quiera ver. La corrupción se la comió a ella, a Petrobras, a Lula y a su partido; le renuncian los ministros, se retiran los apoyos políticos, el pueblo está en la calle, la economía entró en crisis, la mitad de su gabinete está preso o investigado, y ella, como buena comunista, contraataca gritando que fue traicionada, que se fragua un golpe. Sus movimientos han sido para evitar juicios e investigaciones, no para aclarar hechos o detener la corrupción, sino para sortear el momento.
   Ella, como Cristina, se han mimetizado con y en el poder; ellas son la República. Se visualizan por encima de la ley porque se sienten la ley, son la ley, como Stalin, Hitler, Chávez, Mugabe, Fidel, Ortega, Kim Jong-un, de allí su incapacidad de asumir que son rechazadas, y reconocer al otro.         
Entonces, por ahora, aunque no lo quisiéramos, si hay un ellos y un nosotros.
Juan Jose Monsant Aristimuño
jjmonsant@gmail.com
@jjmonsant

El Salvador

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