Lo de siempre, hay una constante que se repite en ellos.
Digo en ellos, porque son ellos. Definitivamente hay un nosotros y un ellos. Es
desolador tener que reconocerlo, asumirlo, porque la lucha de la humanidad ha
sido una constante por la unidad, por superar las diferencias, por ser un
nosotros. Contante que se acentuó, formalizó y proyectó en lo que se conoce
como la cultura greco-judeo-cristiana.
El instinto de libertad, de la dignidad y reconocimiento
de la riqueza de la diversidad sexual, conceptual, étnica, cultural se fue
proyectando hacia una convivencia social denominado democracia. Hacia el
gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, como lo definió Abraham Lincoln. Obra inmediata de la Carta
Magna de 1.215, la Ilustración, los enciclopedistas, Rousseau, Montesquie,
Locke, y toda la sumatoria de ensayos, teorías, definiciones, fracasos,
decepciones y aciertos que fueron
forjando su sentido y concepto. No es perfecta, pero es perfectible, y en eso estamos.
La democracia lucha por garantizar la igualdad ante la
ley, la calidad de vida de sus asociados, la libertad de opciones, el control
de los actos de sus gobernantes, y la
independencia de los poderes públicos sometidos al control ciudadano. En
esta propuesta política, sitúo el nosotros.
¿Y dónde está el
ellos, entonces? Pues se encuentra situado del lado del totalitarismo, como
forma de organización política donde la autoridad recae en el líder, el
partido, la parcela. Los conceptos que definen lo democrático son suplantados
por el interés de la parcela que detenta el poder. La separación de los poderes
públicos, una mera formalidad que se
sustituye por un organismo rector integrado y sujeto al objetivo propuesto.
Sin hablar de
Venezuela, cuya realidad raya en lo grotesco, observemos la reacción de dos
líderes de izquierda en nuestro continente: Cristina Fernández de Kirchner y
Dilma Rousseff. La primera prácticamente se declara en rebeldía y se niega a
reconocer, de hecho, que perdió la elección frente a Macri; que su propuesta socialista
fue rechazada por el electorado, que la arbitrariedad y corrupción la ahogó,
porque la promovió y utilizó, ella, su fallecido marido y su grupo. Se comporta
como si no existiera un nuevo gobierno; se presentó al Tribunal, no miró al
juez, rechazó los cargos y se dirigió a las barras que la esperaban afuera.
Pero no habló de la imputación, sino de
que había Cristina para rato, que su fuero era el pueblo. Por supuesto es un
caso de alta psicología o psiquiatría (nunca he podido definir los límites entre
una y otra especialidad mental).
A la segunda, el
país se le vino encima, o abajo, como se quiera ver. La corrupción se la comió
a ella, a Petrobras, a Lula y a su partido; le renuncian los ministros, se
retiran los apoyos políticos, el pueblo está en la calle, la economía entró en
crisis, la mitad de su gabinete está preso o investigado, y ella, como buena
comunista, contraataca gritando que fue traicionada, que se fragua un golpe.
Sus movimientos han sido para evitar juicios e investigaciones, no para aclarar
hechos o detener la corrupción, sino para sortear el momento.
Ella, como
Cristina, se han mimetizado con y en el poder; ellas son la República. Se
visualizan por encima de la ley porque se sienten la ley, son la ley, como
Stalin, Hitler, Chávez, Mugabe, Fidel, Ortega, Kim Jong-un, de allí su
incapacidad de asumir que son rechazadas, y reconocer al otro.
Entonces, por ahora, aunque no lo quisiéramos, si hay un
ellos y un nosotros.
Juan Jose Monsant
Aristimuño
jjmonsant@gmail.com
@jjmonsant
El Salvador
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