1) El drama sempieterno de la búsqueda de la
felicidad, bien por la dedicación y exaltación de las virtudes del llamado
“Humanismo Cívico”, o bien por la búsqueda de la felicidad a través de acciones
individuales, que compatibilizadas en un orden superior, que Hayek llamó
“espontáneo”, porque se concreta por la acción de los hombres pero no por su
designio, es un dilema parecido a un tornillo tirafondo, pareciera no tener
final.
El primero, la
búsqueda de la felicidad a través del llamado “Humanismo Cívico” pertenece, se
genera su fundamentación filosófica en la primera civilización occidental que
viene desde el Siglo VI A.C. con los Presocráticos, pasando por Aristóteles,
expresado sabiamente en su “Ética Nicomaquea”, continuando con San Agustín y
Santo Tomás, siendo un fundamento básico de la ética y de la moral del hilo
conductor Aristotélico-Tomista, hasta llegar al Renacimiento, cuyo mentor más
conocido y más importante de la época fue Maquiavelo con “El Principe”; el
segundo, la búsqueda de la felicidad a través de acciones individuales,
pertenece, se genera, en la segunda gran civilización occidental, conocida como
la Modernidad, que tuvo sus antecedentes en los trabajos físico-astrológicos de
Copernico, Kepler, Galileo y Bryke que se concretaron epistemológica y
filosóficamente en los escritos de René Descartes en la primera mitad del Siglo
XVII, aparentemente inconexas, pero que buscan su ordenación en la expresión de
un orden, que Hayek llamó “espontáneo”, porque ese orden se compatibiliza en un
orden superior donde todas las decisiones individuales se concretan en un orden
espontáneo, cambiante, cosa difícil de explicar y cuanto más de entender,
pertenece a las categorías filosóficas fundamentales de la modernidad conocidas
como “individualismo”, el “yo”, y aparejadas con los conceptos modernos de
libertad y Estado Nacional.
Ese debate es viejo,
es el mismo debate que se dio en Venezuela entre los partidarios de la
corriente liderada por Simón Bolívar sobre “el amor a la patria como un
sentimiento”, que fue la que se impuso; y “el amor a la patria como una
manifestación racional” de Juan Germán Roscio y Miguel José Sanz, que fue la
que no se impuso; es por ello que yo sostengo que “la modernidad” no llegó a
América Latina en términos generales, y a Venezuela en lo particular, sino a
finales del Siglo XIX, con la educación, y sólo después de la Segunda Guerra
Mundial, con los aspectos centrales de la economía política de la modernidad
después de la obra de Keynes del año de 1936, “La Teoría General de la
Ocupación, el Interés y el Dinero”, que todos los economistas conocemos como la
“Teoría General”; aspectos estos pendulares que se reflejan aún, todavía hoy,
en un país atrasado y atávico llamado Venezuela.
De eso es lo que
trata este ensayo de M. M. Goldsmith, “Liberty, Luxury and Persuit of
Happyness”.
El “Humanismo Cívico”
en Inglaterra – es el tema que trata este ensayo – proveyó un marco ideológico
en la Inglaterra de los siglos XVII y XVIII. Durante este largo período, el
“Humanismo Cívico” fue la única plataforma utilizada en Inglaterra para las
discusiones políticas de cualquier tipo, y fue, sin ninguna duda, la ideología
política dominante.
El “Humanismo Cívico”
de la época en la Inglaterra de entonces, no estuvo confinado a un partido
político en particular, fue apoyado, defendido y difundido por una masa enorme
de tratadistas de la ciencia política y de la sociología política, el humanismo
cívico fue utilizado como fuente de inspiración también en el teatro, en la
poesía y en la literatura, entre otros por Brocke, Fielding, Pope and Thompson,
pero la lista sería interminable.
El “Humanismo Cívico”
alcanza su clímax en la Inglaterra de entonces en una obra de Jonathan Swift,
“Project for the Advancement of Religion and the Reformation of Manners”
(1709), donde un personaje ficticio inventado por Swift, Isaac Biekerstaff,
pregonaba abiertamente que todos aquellos que egoístamente gastan su tiempo en
caminar, hablar, fumar sus pipas y saborear sus cafés, actividades dedicadas
exclusivamente a sus placeres personales, eran hombres muertos, llamándolos,
“caminantes muertos”, que deberían ser reportados a la compañía de entierros
para llevarlos al cementerio.
La paradoja era bien
clara, para el propósito de Biekerstaff, enterrar a aquellos que sólo comían,
bebían y se pavoneaban delante de los demás, vestidos y adornados con sus
trapos, con ese sólo propósito, suponía la exaltación de los valores del
“Humanismo Cívico” (el enterrarlos), aquellos que se dedicaban en beneficiar al
resto de la sociedad con sus acciones eran hombres útiles en perfecta armonía
con los valores del humanismo cívico, el resto no lo era.
En el mismo año,
1709, Bernard Mandeville en una deliciosa ironía, expresada a través de dos
personajes ficticios (Lucinda y Artesia), en una de las ediciones semanales de
“Female Tatler” emprendió un ataque feroz en contra de los expresado por Swift,
a través del personaje conocido como Isaac Biekerstaff; el punto nodal de
Mandeville es expresado a través de su personaje ficticio “Lucinda”, “nadie
puede ser contabilizado como vivo sólo por el hecho de dejar a un lado sus
intereses y sus placeres personales, esas actividades redundan en el largo
plazo en el beneficio de todos”.
En “La Fábula de las
Abejas: Vicios Privados o Bienestar Público”, Bernard Mandeville enfoca y
apunta todas sus baterías en contra del “Humanismo Cívico” de manera
deliciosamente irónica.
Si alguien debe ser
contabilizado como inútil son los practicantes de las artes y las profesiones
liberales, los clérigos, los abogados y aun los físicos, quienes no pueden
apropiarse del hecho que, han mejorado la vida humana sustancialmente, sus
prácticas y su utilidad ha sido sobrevaluadas, si lo comparamos con los logros
y los alcances para la humanidad toda de los constructores de barcos, de
molinos, relojeros, ingenieros y de los productores de toda clase de “gadgets”.
“La Fábula de las Abejas”, sostiene irónicamente que el “humanismo cívico” es
una utopía vana sentada en el cerebro de las personas. La prosperidad no puede
ser alcanzada sin los vicios concomitantes a ella: el fraude, el lujo y el
honor.
Para rematar, “para
una sociedad comercial próspera, los ideales del humanismo cívico son
inapropiados”.
Mandeville no
argumenta abiertamente que los fundamentos de una sociedad comercial fuesen
superiores a los fundamentos del ideal clásico; en su lugar insiste en que los
“vicios” son inseparables de una moderna sociedad comercial, los vicios no son
deseables, pero son inevitables.
Los autores
posteriores a Mandeville, Richard Steele, Joseph Adison y, particularmente,
Daniel Defoe han sido considerados como opinionadores favorables a las clases
medias y comerciales – por oposición a las clases nobles –; sin embargo,
ninguno de ellos aceptan completamente los valores de una sociedad comercial o
desechan completamente los valores del humanismo cívico. Se sitúan como diría
un anglosajón, “in the middle of the road”.
Esta toma de posición
y de consciencia fue lo que llevó a Daniel Defoe a expresar su convicción de
las desventajas del lujo sobre los valores impulsados por el humanismo cívico,
así como también, su temor por el efecto producto de sus entrañas.
La actitud de Bernard
Mandeville con relación a los negocios y al comercio es totalmente diferente.
Ambos, el hedonismo de Lucinda o la aceptación de Artesia de la existencia de
distintos modos de alcanzar el placer desechando los valores clásicos del
humanismo cívico son los fundamentos de que la actividad comercial – una
actividad que Aristóteles y otros rechazaron por considerarla antinatural –
son, no solamente, una manera y forma de vida satisfactoria, sino que también,
tiene un contenido profundo de la búsqueda de la felicidad como una búsqueda de
los placeres mundanos en lugar del cultivo de la virtud.
La posición de
Mandeville subvierte el orden clásico de valores del humanismo cívico en la
búsqueda de la felicidad. Mandeville niega tajantemente que el lujo sea dañino,
niega enfáticamente que la importación de bienes lujosos sea dañina para la
prosperidad nacional; y niega, igualmente, que “la frugalidad” sea realmente
una virtud.
Un aspecto
interesantísimo en la propuesta de Mandeville tiene que ver con que muchos
objetos que inicialmente pudieran ser considerados como objetos lujosos, con el
devenir, debido a su profusión, se convierten en objetos útiles y accesibles
para la mayor – sino toda – parte de la población. El caso de los automóviles,
de los procesadores personales, de los teléfonos celulares, de las tabletas o
de las laptops es bien ilustrativo de este pensamiento de Mandeville.
Así, el sistema
político, lejos de ser el trabajo generado por un momento maquiaveliano, es el
producto de una máquina que funciona como un reloj suizo, el producto de
avances tecnológicos generados a través de un largo devenir.
Ese debate se repite,
es el mismo debate entre la frugalidad, el trabajo duro, el ahorro voluntario,
característico de los valores del humanismo cívico de Max Webber en “The
Protestant Ethics and the Spirits of Capitalism”, y el gasto necesario, para
algunos dispendiosos, de Lord John Maynard Keynes en su “Teoría General”,
“tenemos que incentivar la demanda agregada interna cuando exista
disponibilidad productiva ociosa, así tengamos que contratar cuadrillas de
obreros para abrir huecos por la noche y taparlos por la mañana”.
De lo que de
Mandeville en su “Fabula de las Abejas” se infiere es que, “el lujo” lejos de
ser la fuente de corrupción del sistema político, es uno de los motores ¡sic!
fundamentales que contribuye a una nueva concepción de moralidad política y
ética, donde la búsqueda de la felicidad está en los placeres individuales y no
en las virtudes cívicas.
2) Qué sería de Francia sin sus perfumes, sin
sus talleres de moda, sin sus pasarelas, sin sus trapos y sus adornos; qué
sería de Francia sin sus vinos y su champaña; qué sería de Francia sin sus
restaurantes, sin sus chefs, sin sus recetas de cocina, sin sus brocados y sus
servilletas bordadas o sin bordar; qué sería de Francia sin sus vajillas de
porcelana de Limoge y sin sus cubiertos de plata escarbados; en suma, que sería
de Francia sin su guía Michellin, sin su Torre Eiffel, sin su Barrio Latino, sin
su Trocadero y sin su Saint Germain-de-Pres, sin sus hígados de pato, sin su
conffit de pato, sin su maigret de pato y sin su coq-au-vin.
¡NADA!
Polo
Casanova
clubcotoperix@hotmail.com
Aragua- Venezuela
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