¿Qué respondería usted a un vago si aparece en la puerta
de su casa y le pide con muy buenos modales que le permita darse un baño? Así
comienza el filme Borgman (Holanda 2013, dirigido por Alex van Warmerdam)
No voy a decir que es una gran película. Tampoco
intentaré escribir una crítica de cine. Solo constataré que hay filmes que por
una u otra razón te dejan grabadas sus imágenes en la mente. A ese tipo
pertenece Borgman.
El argumento de Borgman (Jan Bijvoet) no es original. La
destrucción de un orden familiar como consecuencia del aparecimiento de fuerzas
malignas lo hemos visto en otras ocasiones. Basta recordar Teorema de
Passolini, La Ceremonia de Chabrol y sobre todo, Viridiana de Buñuel, película
de la cual Borgman parece ser, por momentos, un remake post-moderno.
La imagen del vago solicitando que le permitan darse un
baño, es poderosa. Como poderosas son las imágenes que muestran al vago
saliendo a la superficie desde un agujero cavado en la tierra. Lo mismo con los
otros vagos que emergen para comunicarse entre sí, frente al peligro de la
persecución iniciada por habitantes “decentes” dirigidos por un sacerdote
armado con una escopeta. La fuerza de las imágenes reside, como puede
suponerse, en la tendencia simbólica del filme. Digamos mejor: metafórica.
De acuerdo a su sentido o intención Borgman es un filme
tridimensional.
La primera dimensión, con cierta carga teológica, aparece
reflejada en la emergencia de las fuerzas ocultas del mal. La segunda en la
clásica dicotomía psicoanalítica representada en los planos de lo consciente y
de lo inconsciente. La tercera, si se quiere política, en la rebelión de los
marginales que destruyen los pilares del orden social, cultural, y en el caso
de la película, familiar. Como suele ocurrir en la vida cotidiana, esas tres
dimensiones no aparecen en el filme en planos superpuestos sino más bien a
través de líneas entrecruzadas
La lucha encabezada por un sacerdote armado en contra de
las fuerzas ocultas del mal corresponde a la clásica tradición legada por San
Pablo, fundador del cristianismo. Lo que da sentido al pensamiento de Cristo,
según el profundo apóstol judío, es la idea del Anticristo. El aparecimiento
del mal hace necesario al bien.
El bien, si seguimos la dialéctica paulina, se sostiene
sobre la existencia del mal. Sin el mal no habría bien. La propuesta de Pablo
es en ese punto radical y militante. Solo se puede ser cristiano en la lucha
(agonía) en contra del mal (Segunda Carta a los Tesalonicenses). Porque si el
mal se impone -entendido el mal como la ausencia de Cristo-Dios, esto es, como
el vacío de bien – el infierno se impone al cielo sobre la tierra. Y
efectivamente, eso fue lo que sucedió en el filme Borgman. Las fuerzas del
infierno se apoderaron de la representación micro-social del orden moderno: una
muy vulgar familia de clase media acomodada.
De acuerdo a la dimensión psicoanalítica en cambio, las
fuerzas profundas que nos acosan no pueden ser la representación del mal (las
categorías morales y religiosas no tienen nada que hacer en el psicoanálisis)
sino –en este punto seguimos las enseñanzas del “apóstol” Freud- del
inconsciente, del Ello, y no por último, del impulso hacia la muerte anidado en
cada mortal por el solo hecho de ser mortal. Esas tres fuerzas se hacen
presentes en la familia asediada por Borgman.
El inconsciente, sobre todo el inconsciente sexual
reprimido, se articula en la madre de la familia atraída irremediablemente por
Borgman. El Ello -es decir, todo lo que no es Yo en uno- en los niños y en la
“nani”, quienes terminan siendo integrados en la pandilla subterránea. El
Sobre-Yo, cruel y dictatorial, en el padre. Efectivamente, el ensañamiento de
la pandilla es en cierto modo una respuesta a la brutalidad utilizada por el
padre al haber golpeado salvajemente a Borgman.
Observando a la segunda dimensión es imposible no captar,
además, un leve tono lacaniano. Pues una de las diferencias implícitas entre el
pensamiento de Freud y Lacan es que para el primero el inconsciente es caótico
y para el segundo obedece a un orden impuesto por el deseo (de ser). Mientras
para Freud el inconsciente es analfabeto, para Lacan es gramatical y, por lo
tanto, discursivo. Así es también en el filme.
A diferencias con la Viridiana de Buñuel, cuyos mendigos
actúan de acuerdo al llamado de impulsos destructivos, los vagabundos de
Borgman se ajustan a un plan sistemático, perfectamente organizado y
abiertamente pre-meditado. Según esa interpretación, los hombres subterráneos
logran imponerse no por carecer de un orden sino por ser representantes de un
orden más inteligente y complejo que el de la familia burguesa. Imposible en
este punto no hacer la conexión entre el asalto progresivo a la familia con ese
“asalto a la razón” (Georg Lukács) escenificado durante el advenimiento del
fascismo en Europa durante los años treinta y cuarenta del pasado siglo.
¿Cómo pudo ser posible que en dos de los países más
cultos de Europa, Alemania e Italia, las masas se hayan sentido atraídas por
dos ridículos bufones, abrazado doctrinas sin sustento ni base y desatado odios
en contra de pueblos completos hasta el punto de plegarse a los aniquilamientos
masivos? Todavía la pregunta no encuentra una respuesta adecuada. Pero por lo
menos filmes como Borgman nos entregan algunas pistas.
Una pista ya está dada: es la enorme capacidad
organizativa de la masa sub-política sin Dios ni Ley. Ella se hace presente en
nuestra realidad no en agujeros cavados en bosques como en la película Borgman.
Tal como ocurre en cada uno de nosotros, lo inconsciente no está necesariamente
“abajo”. En las ciudades, el inconsciente colectivo, representado a veces en
esa masa humana que no está en condiciones de expresarse por sí misma, puede
también estar situado arriba, en los cerros. Otras veces en las afueras, en las
orillas. También puede asumir formas transversales, cordones de miseria que
atraviesan las ciudades de punta a cabo.
Lo reprimido, lo excluido, lo monstruoso, en fin, lo
inconsciente, puede estar en todas partes: fuera, dentro y entre nosotros.
En la vida política suele suceder, cada cierto tiempo,
que algún demagogo enfervorizado, interpela a esas masas anónimas y las
organiza bajo el dictado de su razón, tal como hacía Borgman con su pandilla.
Ahí ha llegado, dicen los sociólogos, la hora del populismo en todas sus
múltiples expresiones. Los filósofos niztscheanos nos hablan del regreso de la
barbarie, los orteguianos de la rebelión de las masas, los arendtianos de la
desintegración de “la sociedad de clases”, los teólogos de izquierda del pueblo
redentor, los marxistas ortodoxos de “lumpenización”. Durkheim nos hablaba de
la anomia. Como sea, cuando las masas inician su retirada para retornar al
inconsciente suburbano desde donde llegaron, el espectáculo que dejan detrás de
sí será siempre el mismo: ciudades arrasadas, edificios mal olientes, suciedad,
delincuencia, promiscuidad, drogas.
Para que surja un fenómeno como el fascismo se precisan
dos condiciones. Por una parte una masa verticalmente organizada. Por otra -es
lo que ocurre con la familia asaltada por Borgman y su pandilla- una muy débil
formación en la estructura del carácter ciudadano.
En el país donde yo vivo veo salir nuevamente desde sus
madrigueras a turbas organizadas, esta vez en partidos y asociaciones racistas.
Veo proclamar a los intelectuales xenófobos la inferioridad de otras culturas
y, siguiendo el ejemplo de gobernantes húngaros y polacos, veo a políticos
exigir la supresión de la libertad de culto en nombre de futuras repúblicas
“neo-cristianas y anti-islámicas”. Veo que el “enemigo” de hoy ya no es Jacobo
o Isaac sino Alí o Mustafá. Veo la revuelta de los ignorantes, de los
resentidos, de los acomplejados e incultos en contra de un chivo expiatorio
formado por multitudes de aterrados huyendo de guerras y masacres innombrables.
Veo a cabaretistas insultar en la televisión a políticos turcos, hasta ahora
aliados estratégicos, y tratarlos de violadores de niñas, abusadores sexuales
de infantes y fornicadores de animales. Y veo a casi toda la prensa aplaudir a
los difamadores como si se tratara de héroes de guerra. Veo a los políticos de
los partidos demócratas enredarse en sus palabras, incapaces de decir las cosas
por su nombre para no perder un par de votos. Y veo por todas partes a Borgman.
¿Habrá aprendido este pueblo la lección legada por la
historia? “Por supuesto que sí” -respondo a un interlocutor.- “Las reservas
democráticas de la nación alemana son hoy muy fuertes. Esta vez no pasarán”.
Sin embargo, observo -y no sin cierta angustia- que el
tono de mi voz hoy no suena demasiado convincente. He visto a Borgman.
Fernando Mires
mires.fernando5@gmail.com
@FernandoMiresOl
@FernandoMires1
Alemania
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