A estas alturas de la
historia humana no es posible invocar una cándida ignorancia o ingenuidad para desconocer que el socialismo
genera miseria en una escala continua y creciente. Desde octubre de 1917 cuando los bolcheviques toman por asalto
en Palacio de Invierno en San Petersburgo hasta el día de hoy, ninguna
experiencia revolucionaria que invoque los principios sustentados por el
marxismo leninismo para conducir el Estado y la sociedad ha producido algo
distinto a la acromegalia del sector público, la ruina de los ciudadanos y la
extinción de la libertad en todos los campos. El estatismo y la extinción de la
propiedad privada de los medios de producción, desde la Rusia Soviética hasta
Cuba, siempre han ido acompañados de la aparición de una burocracia tan
soberbia como ignorante, que a través de la represión, el control de los medios
de comunicación y el chantaje, trata de eternizarse en el poder.
El régimen instalado en Venezuela hace
ya más de 17 años conoce muy bien esa historia. Luego de la caída del Muro de
Berlín y el colapso de la Unión Soviética, trató de revivir el socialismo,
darle un rostro distinto, menos áspero y más humano del que tuvo el “socialismo
real” durante siglo XX. En esta empresa fracasó. El socialismo del siglo XXI
retoma los lunares más oscuros de sus antepasados y agrega otros, que hacen del
ensayo socialista venezolano una experiencia aún más traumática que las
anteriores. En la URSS y sus países satélites la gente carecía de un empleo de
calidad y bien remunerado, no tenía alimentos, productos básicos que aligeran
la vida cotidiana haciéndola más amable y llevadera. Los ciudadanos de las
naciones comunistas no conocieron el confort de tener agua caliente en sus
duchas, automóviles cómodos, un sistema de transporte público confortable u
hospitales dotados de aparatos tecnológicos de última generación. Los
comunistas nunca inventaron productos que
cumplieran con dos requisitos básicos: mejorar la calidad de vida y
democratizar la sociedad. Siempre dependieron de las innovaciones del
capitalismo para copiárselas y adaptarlas a sus empobrecidos países.
En lo único que se anotaron un éxito
relativo fue en seguridad ciudadana. Pasado el convulsivo período inicial, la
Revolución de Octubre, aunque no le garantizaba alimentos ni bienes materiales
a la gente, al menos les proporcionaba la seguridad de sus vidas y sus escasos
bienes. Hasta los más enconados enemigos de los gobiernos tras la Cortina de
Hierro reconocieron que la delincuencia era baja, lo mismo que la tasa de
homicidios. El terror servía para disuadir a los potenciales delincuentes y,
desde luego, a los adversarios de la jerarquía del Partido Comunista.
El régimen rojo venezolano no ha
servido ni para mantener la paz ciudadana. El nivel de criminalidad se disparó hacia la cumbre sin
que ninguna barrera lo detenga. La persecución del gobierno se concentra en los
dirigentes opositores. El régimen es militarista, pero solo contra quienes lo
adversan. Con los delincuentes es amplio
y tolerante, a pesar de la guerra que le declararon a la sociedad y a los
cuerpos policiales uniformados. El Estado chavista les entregó a las bandas
criminales zonas completas para que
impusieran su ley: la del más fuerte, agresivo y desalmado. Los jueces y tribunales
se convirtieron en piezas claves de ese entramado. Un delincuente apoyado por
una pandilla más o menos poderosa sabe que sus días en las cárceles son escasos
y el castigo benévolo. El soborno o el chantaje directo a los magistrados harán
que el transgresor en poco tiempo vuelva a sus andanzas.
Este clima de descomposición que
envuelve a la policía, el Poder Judicial y la Guardia Nacional, quebró la
confianza en la justicia ordinaria, en el Estado de Derecho, de un vasto sector
de la población. Este grupo decidió aplicar el castigo con sus propias manos,
tal como en los estados de naturaleza de los cuales habla Thomas Hobbes en
Leviatán. El linchamiento es el reflejo ominoso de esa desintegración. El “hombre nuevo” que se levantó tras más de
tres lustros de los chavistas en el poder es un ser agresivo y destructivo, sin
barreras morales que lo contengan. Tanto el delincuente convertido en víctima
como sus agresores, reflejan la podredumbre del socialismo del siglo XXI.
Trino
Marquez Cegarra
trino.marquez@gmail.com
@trinomarquezc
Miranda -
Venezuela
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