viernes, 22 de abril de 2016

ANDRÉS HOYOS, PARADIGMAS AMBIENTALES (II)

Los ambientalistas, así a algunos les moleste, tendrán que escoger entre sus ilusiones locales y la totalidad del planeta.

Lo que es benéfico en una escala puede ser dañino en la otra y viceversa. Difícil encrucijada. De ahí la broma de Bernard Pivot en Twitter: “¿por qué quieres volverte ecologista?”, preguntaba alguien. “Para cambiar de amigos con frecuencia”, respondía otro.

Muchos de los nuevos paradigmas globales tienen bemoles a nivel local. Hagamos una lista, que dista de ser exhaustiva.

• El desarrollo tecnológico, junto con políticas de reciclaje, deberán disminuir el consumo de recursos no renovables como, por ejemplo, los metales. El alto precio de los que se tornen escasos haría el resto. En caso extremo se podría pensar en decretar impuestos selectivos, destinados a desestimular determinados consumos.

• Lo único que tendrá que seguir creciendo por muchas décadas es la producción de energía. No toda puede ser limpia en el corto plazo, así que el gas —más limpio que el carbón o el petróleo— será clave en la transición. Parece aconsejable, sobre todo en los países ricos, decretar un impuesto a las emisiones de carbono y a la liberación de gases de efecto invernadero, como el metano que genera el ganado vacuno.

• Sin un desarrollo acelerado de la energía atómica, incluyendo la secundaria que podrá usar los residuos actuales como combustible, no parece posible mantener el aumento de la temperatura por debajo de los 2° C. En esta materia no queda de otra que superar los prejuicios.

• La idea en los países pobres es acelerar el cambio hacia energías más limpias, dígase la hidroeléctrica, sin por ello detener el crecimiento económico que se requiere para eliminar la pobreza y reducir la explosión demográfica, de por sí perjudicial para el medioambiente.

• Las ciudades grandes y bien hechas, es decir compactas y atendidas por transporte público multimodal, son claves para salvar el planeta, pese a que en su inevitable crecimiento ocupen tierras de primera calidad, como una parte de la espléndida Sabana de Bogotá. Las mujeres empoderadas que habitan una ciudad típica racionalizan su fertilidad. En la ciudad el consumo de energía per cápita es más bajo que en el campo.

• La idea es dejar intacta la mayor cantidad de naturaleza posible, no explotarla de forma sostenible. De ahí que la producción de biocombustibles sea desaconsejable, pues estos en últimas suplantan bosques primarios, así sea en una zona diferente del mundo.

• La agricultura debe aspirar a la más alta productividad posible para que ocupe menos tierra. En ello, el recurso a semillas genéticamente modificadas, entre otros desarrollos científicos, es insustituible. Aunque la agroindustria a gran escala tiene que ser la base que permitirá alimentar la creciente población del planeta, nada impide que se utilicen predios de menor tamaño. Dicho de otro modo, la productividad de la agricultura campesina también debe aumentar. En contraste, hacer énfasis en lo orgánico y lo artesanal va en contra de este paradigma, pues obliga a deforestar en alguna parte, dada la necesidad de mayor área para producir un mismo tonelaje.

Estos nuevos paradigmas, y otros que no caben aquí o que aún no se han desarrollado, son considerados inaceptables por muchos ambientalistas tradicionales, de suerte que un debate, agrio a veces, será inevitable. Muy en particular están en el deber de abocarlo las universidades. Para mañana es tarde.

Andrés Hoyos
andreshoyos@elmalpensante.com,
@andrewholes
Colombia

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