Los ambientalistas,
así a algunos les moleste, tendrán que escoger entre sus ilusiones locales y la
totalidad del planeta.
Lo que es benéfico en
una escala puede ser dañino en la otra y viceversa. Difícil encrucijada. De ahí
la broma de Bernard Pivot en Twitter: “¿por qué quieres volverte ecologista?”,
preguntaba alguien. “Para cambiar de amigos con frecuencia”, respondía otro.
Muchos de los nuevos
paradigmas globales tienen bemoles a nivel local. Hagamos una lista, que dista
de ser exhaustiva.
• El desarrollo
tecnológico, junto con políticas de reciclaje, deberán disminuir el consumo de
recursos no renovables como, por ejemplo, los metales. El alto precio de los
que se tornen escasos haría el resto. En caso extremo se podría pensar en
decretar impuestos selectivos, destinados a desestimular determinados consumos.
• Lo único que tendrá
que seguir creciendo por muchas décadas es la producción de energía. No toda
puede ser limpia en el corto plazo, así que el gas —más limpio que el carbón o
el petróleo— será clave en la transición. Parece aconsejable, sobre todo en los
países ricos, decretar un impuesto a las emisiones de carbono y a la liberación
de gases de efecto invernadero, como el metano que genera el ganado vacuno.
• Sin un desarrollo
acelerado de la energía atómica, incluyendo la secundaria que podrá usar los
residuos actuales como combustible, no parece posible mantener el aumento de la
temperatura por debajo de los 2° C. En esta materia no queda de otra que
superar los prejuicios.
• La idea en los
países pobres es acelerar el cambio hacia energías más limpias, dígase la
hidroeléctrica, sin por ello detener el crecimiento económico que se requiere
para eliminar la pobreza y reducir la explosión demográfica, de por sí
perjudicial para el medioambiente.
• Las ciudades
grandes y bien hechas, es decir compactas y atendidas por transporte público
multimodal, son claves para salvar el planeta, pese a que en su inevitable
crecimiento ocupen tierras de primera calidad, como una parte de la espléndida
Sabana de Bogotá. Las mujeres empoderadas que habitan una ciudad típica
racionalizan su fertilidad. En la ciudad el consumo de energía per cápita es
más bajo que en el campo.
• La idea es dejar
intacta la mayor cantidad de naturaleza posible, no explotarla de forma
sostenible. De ahí que la producción de biocombustibles sea desaconsejable,
pues estos en últimas suplantan bosques primarios, así sea en una zona
diferente del mundo.
• La agricultura debe
aspirar a la más alta productividad posible para que ocupe menos tierra. En
ello, el recurso a semillas genéticamente modificadas, entre otros desarrollos
científicos, es insustituible. Aunque la agroindustria a gran escala tiene que
ser la base que permitirá alimentar la creciente población del planeta, nada
impide que se utilicen predios de menor tamaño. Dicho de otro modo, la
productividad de la agricultura campesina también debe aumentar. En contraste,
hacer énfasis en lo orgánico y lo artesanal va en contra de este paradigma,
pues obliga a deforestar en alguna parte, dada la necesidad de mayor área para
producir un mismo tonelaje.
Estos nuevos
paradigmas, y otros que no caben aquí o que aún no se han desarrollado, son
considerados inaceptables por muchos ambientalistas tradicionales, de suerte
que un debate, agrio a veces, será inevitable. Muy en particular están en el
deber de abocarlo las universidades. Para mañana es tarde.
Andrés Hoyos
andreshoyos@elmalpensante.com,
@andrewholes
Colombia
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