“Los insultos de los
imbéciles son como las meadas de los perros:
sólo salpican el pedestal".
David Viñas
Un año después de lo que
hubiera sido preferible, el Presidente se puso las botas el miércoles en la
apertura de las sesiones ordinarias del Congreso y enumeró algunos de los
enormes problemas que dejó el kirchnerismo, que actuó con la suficiente pericia
como para evitar que la crisis, mucho más grave que la del 2001 por donde se la
mire, fuera percibida por la sociedad mientras conservó el poder. Durante el
acto, los caraduras representantes de la oposición más cerril, además de gritar
y mostrar sus habituales carteles, pretendieron que olvidáramos cuánto mal
hicieron al país sus líderes.
Evidentemente, los argentinos no aprendemos más y, cual calesita de
barrio, seguimos intentando las mismas recetas fracasadas y cometemos los
mismos errores repetidos desde siempre. Me refiero, en este caso, a los
reclamos que formula CAME y acompaña la CGT, contra una presunta invasión de
productos importados, sosteniendo que atentan contra las Pyme’s y,
consecuentemente, ponen en riesgo las fuentes de trabajo. Por supuesto, se
traducen en pedidos de cierre de la economía para proteger a la industria
nacional y, de ese modo, reflotar la eterna aspiración de los quejosos: cazar
en el zoológico y pescar en la bañadera. Dicho en lenguaje llano, mantenernos a
todos en cautivos de una pinza formada por un Estado macrocéfalo y exprimidor y
por empresarios, reacios a invertir, que buscan eliminar la competencia por la
vía de subsidios estatales y restricciones a la importación para vender sus
productos, cualquiera sea la calidad o el precio, apoyados éstos por
gremialistas enriquecidos y también prebendarios.
Esta misma historia, contada desde todos los ángulos políticos, es la
que nos ha llevado a la decadencia como país; en la medida en que el actual
gobierno no tome al toro por las astas, no hará más que prolongar esta agonía y
consolidar el atraso, la brecha que nos separa del primer mundo y que no para
de crecer. Las razones invocadas son siempre las mismas; desde el ángulo
empresarial, la falta de previsibilidad en las políticas económicas (el
latiguillo que dice que aquí te enteras si eres pobre o rico por el diario del
día siguiente) y, desde el otro, un fisco que, para evitar que quienes se caen
del sistema perezcan por inanición, ahoga a la actividad y registrada con
impuestos cada vez más confiscatorios. Esa combinación de gravosas gabelas y
costos industriales no competitivos hace que los argentinos que no pueden
acceder a viajar para comprar lo que buscan, se vean obligados a pagar por los
mismos –o peores- productos un precio enormemente mayor.
Lo primero que tenemos que hacer es pensar de qué hablamos cuando
decimos “mercado interno”, tan exaltado por los populismos locales. Nuestra
población puede estimarse en 42 millones, con un bajo crecimiento, y todos
sabemos que más de 30% se encuentra por debajo de la línea de pobreza; eso
significa que sólo 29 millones están en condiciones de consumir algo que exceda
la alimentación básica. Pero, ¿cuántos pueden comprar más de un par de zapatos
o un vestido o una heladera o algo de tecnología por año?; entonces, debemos
coincidir en que ese ponderado, y teóricamente protegido, mercado interno es por
demás reducido.
Lo que deberíamos hacer para solucionar esa notoria injusticia de
precios más altos y calidades inferiores, es abrir nuestras fronteras para
permitir que ingresen libremente todos esos productos, pero la contrapartida
inmediata sería el cierre de industrias y la masiva pérdida de puestos de
trabajo. La solución es otra: Argentina debe comenzar a fabricar productos de
calidad, de excepcional calidad, sin importar el precio y prepararse, con el
obvio apoyo del Estado, para competir en el mundo, pero con una fecha cierta de
apertura de las importaciones; a partir de entonces deberán actuar en los
mercados más sofisticados y más caros que, además, tienen dimensiones acordes
con las pequeñas cantidades que podemos producir. No se trata de cerrar
industrias o de discutir la distribución mundial del trabajo, sino de cambiar
el perfil de nuestros productos. Los ‘de goma’ valen menos de US$ 50 y, en
general, son más precisos que los de las grandes marcas; pero el mundo está
lleno de personas que invierten enormes sumas para exhibir relojes ‘de marca’.
Cuando digo que se requiere ayuda estatal, me refiero a disminución de
impuestos y extensión de la formalidad, reducción de las tasas de interés para
los créditos de reconversión, liberación de la importación de máquinas y bienes
de capital para incorporar tecnología, planificación de la educación para
capacitar a los trabajadores, disminución de costos laborales, inversión en
infraestructura para reducir los costos del transporte y los seguros. Naturalmente,
debe ejercerse un férreo control para evitar que esas medidas beneficien sólo a
empresarios inescrupulosos, que son muchos.
Esos pasos harán que las actividades elegidas crezcan y creen puestos de
trabajo. Y, en la medida en que contamos con excelentes diseñadores, técnicos
extraordinarios, profesionales de excepción y buenos publicitarios, las
industrias se encontrarán en óptimas condiciones para salir a los mercados
globales que privilegian el diseño y la calidad sobre el precio. La receta no
puede ser aplicada en forma universal, y tampoco funcionar en todos los
sectores industriales, aunque gradualmente pueda extenderse. Se podría
comenzar, por ejemplo, con algunos rubros: textil, moda, calzado, alimentos
orgánicos, línea blanca y vinos.
Para usar como botón de muestra a la industria calzado, todas las
fábricas de Argentina (50.000 trabajadores), que tienen los cueros y pueden
adquirir rápidamente la tecnología, se encontrarían en condiciones de competir
en el exterior, con igual calidad y mejor diseño, a un precio menor que los
mejores y más requeridos productos de marcas reconocidas. A la vez, se abriría
por completo la importación de calzado que puede ofrecerse aquí a precios muy
bajos (entre cuatro y diez dólares) debido a la masividad de su producción en
China y Brasil, y ello permitiría a los compatriotas más excluidos dejar de
andar descalzos; nadie recuerda una sola protesta de los fabricantes italianos
de zapatos de lujo (€ 1000 el par) protestar contra sus competidores chinos o
brasileños de productos baratísimos.
Lo mismo ocurre con la industria de la moda. A pesar de nuestros
sucesivos des-gobiernos, Buenos Aires sigue siendo un modelo a imitar dentro de
Latinoamérica. Su industria de diseño y la calidad de –algunos- de sus tejidos
son reconocidos mundialmente y, sin embargo, no jugamos en uno de los mercados
más interesantes por la relación costo-beneficio.
Los sectores ricos crecen y, sus miembros están dispuestos a pagar hasta
un 30/40% más para consumir alimentos orgánicos (producidos sin agroquímicos)
pero, lamentablemente, la Argentina no aprovecha esa circunstancia, con algunas
contadas excepciones. Es más, las suicidas políticas “anti-campo” de Néstor,
Cristina y Guillermo Moreno hicieron que el país dejara de cumplir con su cuota
Hilton de carne de primera calidad, por la cual Europa paga US$ 15000 dólares
la tonelada (tres veces la carne “común”), lo mismo que han comenzado a hacer
los Emiratos Árabes.
Espero que Mauricio Macri siga con las botas puestas, dicte los decretos
anticorrupción, exija a la Justicia cumplir su rol y consiga que su equipo
económico adopte las medidas necesarias para que la economía se recupere, una
de las condiciones esenciales para triunfar en octubre.
Enrique Guillermo Avogadro
ega1avogadro@gmail.com
@egavogadro
Argentina
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