Mis dos últimos artículos sobre una eventual
dolarización en Venezuela generaron múltiples reacciones entre mis lectores,
varias en apoyo a su implementación. Comento sobre algunas de ellas. Coincido
plenamente, como lo dije en mis artículos, que entre los pros de la
dolarización está la creación de confianza, la cual es condición de base para
crear un clima favorable a la inversión y a la entrada de capitales. También
pienso que si se quiere aplicar exitosamente un plan de desarrollo sustentable
con visión de largo plazo, es fundamental la seriedad de la dirigencia política
y gubernamental, el buen manejo de la cosa pública, y su compromiso con el
proyecto de desarrollo que se escoja.
Sin embargo, no creo que aquella confianza y
buen comportamiento de la dirigencia política solo se logra a través de la
imposición de rigideces como las que crea la dolarización. En países
latinoamericanos que sufrieron situaciones caóticas, con inflaciones
descomunales y colapsos económicos, en buena medida debido a la irresponsabilidad
de sus gobernantes, como fue el caso del Perú durante el primer gobierno de
García, la dirigencia política tomó consciencia de la necesidad de cambiar,
enseriarse y hacer las cosas de otra manera, creando un clima de credibilidad y
confianza entre los inversionistas y los ciudadanos en general, estableciéndose
así las condiciones para la preservación y el éxito de un plan de desarrollo
sustentable. Chile es otro ejemplo. Después de 12 años de problemas y fracasos
en su economía durante el período de Pinochet, en 1985 se enrumbaron por el
camino correcto, y cuando regresó la democracia pocos años después, los
dirigentes políticos, de derecha, centro e izquierda, acordaron que había que
continuar con esa política de desarrollo, independientemente de quien estuviera
en el poder. Y tuvieron éxito, retornando muchos de los chilenos que habían
emigrado por largos años huyendo de la dictadura. Esas experiencias exitosas,
al igual que la de Colombia y otros países, se lograron con dificultades, pero
sin dolarizar esas economías, preservando la capacidad de acción para afrontar
situaciones de choques externos. De allí que, si las dirigencias políticas de
otros países lo han hecho, ¿por qué pensar que una vez superado el caos que
tenemos, los líderes políticos que tendrán la responsabilidad de dirigir la
nación no podrán comprometerse seriamente a enrumbar el país por la senda del
desarrollo sustentable en las décadas por venir?
El otro punto es que el desarrollo sustentable que queremos para Venezuela exige, como condición de base, el abatimiento del rentismo petrolero y la diversificación de la producción y de las exportaciones, y por las razones ya expuestas, creo que la dolarización dificulta y obstaculiza el logro de esos objetivos. Es más, en países como el nuestro, altamente dependientes de la exportación de commodities, una caída súbita de los precios de esos productos básicos podría poner en jaque a sus gobiernos en caso de estar dolarizados, pues al no contar con varios instrumentos de política monetaria y cambiaria, casi que la única opción que tendrían es aumentar los aranceles de importación para afrontar el déficit externo (lo cual equivale a una devaluación de facto), y restringir el gasto público ante la caída de ingresos, generando recesión y desempleo.
Si se
quieren evitar estas últimas consecuencias a través del mantenimiento del
gasto, los crecientes déficits fiscales elevarían la deuda pública, pudiendo
llevar a la emisión de obligaciones gubernamentales a ser adquiridas
conminatoriamente por los bancos con sus fondos de reserva, debilitando a esas
instituciones tan fundamentales en un sistema dolarizado. Por eso, muchos están
preocupados por el futuro de la economía ecuatoriana de mantenerse los bajos
precios petroleros.
La dolarización no es la panacea. Hay que analizar los pros y contras de las opciones de política económica existentes, con el fin de escoger el camino más idóneo a seguir.
Pedro
A Palma
palma.pa1@gmail.com
@palmapedroa
Caracas
- Venezuela
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