lunes, 28 de diciembre de 2015

ALBERTO MANSUETI, “¡HECHOS Y NO PALABRAS!”, DESDE BOLIVIA,

Esa consigna resume la filosofía más idiota, perversa y dañina que se pueda imaginar. Pero es harto popular, porque el odio a la palabra, a la inteligencia y a la ciencia, y al estudio, que es el medio para alcanzar sabiduría, es precisamente la filosofía que abraza hoy la inmensa mayoría de la gente.
Es lo que dirían los animales si pudieran expresarse con palabras. Muchas gentes se comportan como animales, en una época que idolatra a los animales, y pretende atribuirles “derechos”, y tratarles como “personas no humanas” (¿?) “¡Hechos y no palabras! ¡Quiero mi comida de inmediato!”, nos diría el gato, si hablara. “¡Hechos y no palabras! ¡Sácame a la calle a hacer pis y caca!”, nos diría el perro, si pudiera. Ellos no fueron dotados con ese don, ligado al pensamiento racional, y a la comunicación racional entre personas mediante la expresión, verbal o escrita.
Parece que esta frase, en latín “Res et non verba”, se originó en Roma, cuando los toscos e iletrados campesinos y soldadotes romanos hicieron contacto con los griegos, dados al cultivo de la filosofía, el diálogo y el debate. Los romanos, dados en cambio a las supersticiones, las adivinaciones, la astrología y el pensamiento mágico, tenían por “sentido práctico” a esa ignorancia rebelde y contumaz, que se subleva contra la erudición. Pero “nada más práctico que una buena teoría”, escribió José Ortega y Gasset.
No debería sorprender la caída del Imperio de Roma, tras un período de decadencia y ruina, presidido por el rechazo al pensamiento lógico y a la palabra bien construida, disfrazado de “pragmatismo”. Ni debería sorprender que ese mismo “pragmatismo” presida hoy la ruina, decadencia y caída de la civilización que en días mejores llamamos “occidental y cristiana”. Las palabras no son “reales” en esta absurda filosofía, que suscribe Karl Marx (¡no podría ser de otra manera!): “Un paso de movimiento real vale más que una docena de programas”, estampó en su “Crítica al Programa de Gotha” de 1875.
“La conducta habla mejor que las palabras”, se dice para justificar la verbofobia, o aversión al discurso, que expresa la logofobia, aversión a las ideas y al pensamiento racional, “misología” que llama Platón. Se alude a que muchas personas son inconsistentes: dicen una cosa y hacen otra. Pero la falta de integridad, censurable y muy común en estos días, no sirve como justificación. Tampoco la incapacidad de hilvanar un discurso medianamente coherente y entendible, hablado o escrito, que tanto se observa hoy, y que es resultado del enorme fracaso de la educación gobernada por el Estado, casi única que existe ahora.
Por supuesto que se oyen palabras hipócritas, y discursos tontos, e insensatos por toneladas, a diario, y muy perjudiciales, e inmorales; pero eso no autoriza a despreciar ni aborrecer las palabras.
Sin las palabras, los hechos carecen de significado y sentido. Las palabras nos sirven a los humanos para describir los hechos, catalogarles, explicarles racionalmente, e incluso anticiparles, dado que los mismos efectos siguen a las mismas causas. De tal modo es posible prevenir los hechos lamentables, y evitar que sucedan, o impedir que se repitan. Lo propio ocurre con una categoría particular de hechos: las conductas, que con las palabras se pueden juzgar, y valorar conforme a distintos criterios, como el de idoneidad, que nos dice si una conducta es apropiada para el logro de ciertos fines, o el de moralidad, que nos dice si esa conducta es mala o buena con arreglo a un patrón ético.
“Las palabras son puras abstracciones”, nos dice esta mentalidad animal, que detesta las abstracciones. Claro que, las palabras expresan conceptos, que son abstracciones mentales. Así es como podemos pensar, ligar correctamente los conceptos a las palabras, comunicarnos, y criticar las ideas para descartar a las malas, o que tienen demostradas consecuencias malas.
Los nuevos bárbaros, enemigos del diálogo y del debate, nos repiten que “una imagen vale más que mil palabras”, y así nos quieren regresar a la edad pre-literaria de la humanidad rústica: a la sociedad ágrafa y semisalvaje, aquella que pintaba escenas de caza en las paredes de las cavernas. Irónicamente, estos abogados del retorno al primitivismo, se llaman a sí mismos “progresistas”, y a nosotros nos llaman “conservadores reaccionarios”, y nos denuncian como “enemigos del progreso”.
La consigna “¡Hechos y no palabras!” es irracional; y es inmoral, tóxica y contaminante, y potencialmente destructiva para una civilización. Y es 100 % antibíblica: “En el principio era el logos” (Juan 1:1).
Con este pérfido lema “¡Hechos y no palabras!” se nos prohíbe a los políticos liberales hablar para decir la verdad, y así combatir la mentira. Las palabras son herramientas del aprendizaje, y la frasecita expresa también la resistencia a aprender, que es parte inherente de la resistencia al cambio. En una nación, es simplemente suicida. En Argentina mi país natal, esto comenzó con Perón en los ‘40. Lo dijo con estas palabras: “Mejor que decir es hacer, y mejor que prometer es realizar.” Ahora regalan jugos en cartón y sándwiches de chorizo al populacho para comprar sus votos, porque “mejor que decir es hacer”.
Amigos, ¿se ve claro cuánto y cómo y por qué hemos retrocedido tanto?
Alberto Mansueti
alberman02@hotmail.com
@alberman02

Bolivia

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