Conteste hemos explicado en repetidas
oportunidades, el populismo no es ninguna otra cosa que una derivación del
colectivismo, y por dicha razón muchas -o casi todas- las características que
particularizan a éste son enteramente aplicables a aquel. Como tal, el
populismo se enfrenta -por supuesto- al individualismo, ámbito este último
donde se desarrolla y se afinca la auténtica moral:
"La única atmósfera en la que el sentido moral
se desarrolla y los valores morales se renuevan a diario en la libre decisión
del individuo es la de libertad para ordenar nuestra propia conducta en aquella
esfera en la que las circunstancias materiales nos fuerzan a elegir y de
responsabilidad para la disposición de nuestra vida de acuerdo con nuestra
propia conciencia. La responsabilidad, no frente a un superior, sino frente a
la conciencia propia, el reconocimiento de un deber no exigido por coacción, la
necesidad de decidir cuáles, entre las cosas que uno valora, han de
sacrificarse a otras y el aceptar las consecuencias de la decisión propia son
la verdadera esencia de toda moral que merezca ese nombre."[1]
El populismo lesiona, por lo tanto, la genuina
moral, porque inhibe la libertad individual para poder optar por diversas
alternativas. Al erigirse como barrera para nuestras decisiones económicas (e
incluso vitales) el populismo se alza como muralla casi infranqueable para la
consecución de una legítima vida humana, reduciéndonos a la condición de casi
animales al servicio del déspota de turno: el jefe populista. Esta fue la
experiencia vivida en la Argentina de los Kirchner, y la que aun sufren algunos
otros países de la región, tales como Venezuela donde el comunismo
castrochavista aun resiste los embates de las fuerzas democráticas, y -en menor
escala- en Bolivia y Ecuador, donde los dictadorzuelos Morales y Correa
respectivamente pretenden eternizarse en el poder. Otras experiencias también populistas,
como la de Chile con Bachelet y Brasil con Roussef, aparecen algo mas diluidas,
aunque no menos peligrosas en la medida que persistan. La manera en que el
colectivismo populista destruye la moral, ha sido maravillosamente descripta
con las siguientes palabras:
"Es inevitable, e innegable a la vez, que en
esta esfera de la conducta individual el colectivismo ejerza un efecto casi
enteramente destructivo. Un movimiento cuya principal promesa consiste en
relevar de responsabilidad no puede ser sino antimoral en sus efectos, por
elevados que sean los ideales a los que deba su nacimiento. ¿Puede dudarse que
el sentimiento de la personal obligación en el remedio de las desigualdades,
hasta donde nuestro poder individual lo permita, ha sido debilitado más que
forzado? ¿Qué tanto la voluntad para sostener la responsabilidad como la
conciencia de que es nuestro deber
individual saber elegir han sido perceptiblemente dañadas? Hay la mayor
diferencia entre solicitar que las autoridades establezcan una situación
deseable, o incluso someterse voluntariamente con tal que todos estén conformes
en hacer lo mismo, y estar dispuesto a hacer lo que uno mismo piensa que es
justo, sacrificando sus propios deseos y quizá frente a una opinión pública
hostil. Mucho es lo que sugiere que nos hemos hecho realmente más tolerantes
hacia los abusos particulares y mucho más indiferentes a las desigualdades en
los casos individuales desde que hemos puesto la mirada en un sistema
enteramente diferente, en el que el Estado lo enmendará todo. Hasta puede
ocurrir, como se ha sugerido, que la pasión por la acción colectiva sea una
manera de entregarnos todos, ahora sin remordimiento, a aquel egoísmo que, como
individuos, habíamos aprendido a refrenar un poco."[2]
Lo anterior expone la falsedad del populismo cuando
predica una supuesta "inclusión social". Por su propia definición el
populismo es un factor de exclusión social, posiblemente el más importante de
ellos, por cuanto limita sus "beneficios" a sólo un sector de la
población, prescindiendo del resto. Acorde ha demostrado la experiencia
argentina, la parte beneficiada por las medidas populistas se han circunscripto
meramente a un tercio del total de los habitantes, merced a políticas
asistencialistas que, a su turno, eran financiadas por los dos tercios
restantes a través de diferentes mecanismos expoliatorios utilizados
típicamente por el populismo, tales como transferencias fiscales, controles
cambiarios y de precios, manipulaciones monetarias, inflación, etc. De los dos tercios no alcanzados por las
dádivas populistas, que –consecuentemente- se vieron obligados a "pagar la
fiesta", hay que tener en cuenta que aquellos que se encontraban en el
sector formal de la economía fueron los más perjudicados, ya que sufrieron un
impacto directo sobre sus bolsillos por la vía tributaria. Esto significa que
el daño fue menor para quienes se encontraban por fuera de la economía formal
(aproximadamente dos tercios del total de la ciudadanía). Lo dicho, brevemente,
en cuanto a las consecuencias económicas del populismo, respecto de las
secuelas morales el conjunto social encontró menoscabo, ya que el populismo
demuele todos los valores morales por igual, es decir tanto de los subsidiados
como los de los que se ven forzados a subsidiar. Desde el momento que la gente
se acostumbra a que sea el estado—nación el que se responsabilice por la suerte
de todos, y que determine hacia donde deben ir dirigidos los recursos de la
sociedad, es a partir de ese instante en que se consolida el resquebrajamiento moral
de la sociedad en pleno.
"Lo cierto es que las virtudes menos estimadas
y practicadas ahora -independencia, autoconfianza y voluntad para soportar
riesgos, ánimo para mantener las convicciones propias frente a una mayoría y
disposición para cooperar voluntariamente con el prójimo- son esencialmente
aquellas sobre las que descansa el funcionamiento de una sociedad
individualista. El colectivismo no tiene nada que poner en su lugar, y en la
medida en que ya las ha destruido ha dejado un vacío que no llena sino con la
petición de obediencia y la coacción del individuo para que realice lo que
colectivamente se ha decidido tener por bueno. La elección periódica de
representantes, a la cual tiende a reducirse cada vez más la opción moral del
individuo, no es una oportunidad para contrastar sus normas morales, o para
reafirmar y probar constantemente su ordenación de los valores y atestiguar la
sinceridad de su profesión de fe mediante el sacrificio de los valores que
coloca por debajo en favor de los que sitúa más altos."[3]
[1] Friedrich A. von
Hayek, Camino de servidumbre. Alianza Editorial. España. págs. 256-257
[2] Hayek, ídem. pág.
256-257
[3] Hayek, ídem.
pág. 257
Gabriel Boragina
gabriel.boragina@gmail.com
@GBoragina
Acción Humana
Buenos Aires-
Argentina
No hay comentarios:
Publicar un comentario