Incluso aquellos que consideramos que con Hugo
Chávez llegó la negrura a Venezuela no podíamos imaginar que lo malo se
convertiría en peor, pero Maduro ha quebrado los augurios. Es un aprendiz de
dictador con la misma falta de conciencia democrática de Chávez, con su misma
demagogia populista, pero con mucha menos inteligencia.
A pesar de que ha vivido muchos infiernos y que
debe de haber endurecido la lágrima, no pudo evitar emocionarse cuando vio las
imágenes. Josep Cuní emitía el momento en que el Sebin (el Servicio Bolivariano
de Inteligencia) detenía a su marido, el pasado febrero.
Hacía dos meses que Antonio Ledezma había sido
reelegido alcalde de Caracas y según contó su mujer, Mitzy Capriles, no había
visto aún las imágenes, censuradas por el régimen. Fue detenido sin orden de
arresto, sin conocer el motivo y sin garantía legal. Horas después se emitía la
orden y la acusación era la tradicional de los régimenes con presos políticos:
"Intento de derrocar al Gobierno bolivariano". Es decir, etiqueta de
conspirador y cárcel para un líder opositor que, para más inri, es el alcalde
de la capital. Su nombre, pues, se añadía a la larga lista de presos políticos
que pudren sus razones y sus huesos en las cárceles venezolanas. Y todo en
nombre del pueblo.
Incluso aquellos que consideramos que con Hugo
Chávez llegó la negrura a Venezuela no podíamos imaginar que lo malo se
convertiría en peor, pero Maduro ha quebrado los augurios. Es un aprendiz de
dictador con la misma falta de conciencia democrática de Chávez, con su misma
demagogia populista, pero con mucha menos inteligencia. Por ello mismo ni tan
sólo dedica esfuerzos a disimular su represión política, y ha convertido
Venezuela en una gran cárcel para todos aquellos que no siguen las directrices
del régimen. Con un neocomunismo de laboratorio -que no ha impedido llenarse
los bolsillos a los dirigentes del invento- ha conducido al país a una
situación primaria, empobrecida y falta de espectativas, y ello a pesar del
enorme potencial económico derivado del petróleo. Esa gran Venezuela de clases
medias dinámicas, de emprendedores y empresarios está hoy derrotada, y lo que
queda es un país entristecido y paralizado por los resortes represivos del
régimen.
Y no parece que nada ni nadie pueda impedir que la
represión continúe.
De ahí que las lágrimas de Mitzy Capriles viendo la
detención de su marido sean un puñetazo en el estómago. ¿Cómo es posible, en
pleno siglo XXI, y en la zona democrática del mundo, que existan presos
políticos? ¿Cómo es posible que ningún organismo internacional alce la voz
contra la represión que perpetra el régimen bolivariano? Y, sobre todo, ¿cómo
es posible que no nos importe nada el sufrimiento de los venezolanos? Es
posible, y ahí está el enorme escándalo de tener en la cárcel al alcade de
Caracas, convertido, a su pesar, en el preso político más importante de
Latinoamérica. Su situación retrata la perversión represiva del régimen, pero
también es el espejo de nuestra debilidad. Porque la impunidad de Maduro nace
de la inoperancia, incompetencia y impotencia de las instituciones
internacionales. Reprime porque es un represor. Pero también porque lo
permitimos.
Pilar Rahola
pilarrahola@gmail.com
@RaholaOficial
España – Cataluña
La Vanguardia.
Barcelona.
No hay comentarios:
Publicar un comentario